
En diversos editoriales hemos comentado y reflexionado sobre cómo estamos en el final de un ciclo, el del capitalismo imperialista financiero, que Lenin analiza en la obra “El imperialismo, fase superior del capitalismo”; también cómo el inicio de ese ciclo comienza de una forma definitiva con la I Guerra Mundial, aunque como sucede con todo ciclo histórico, tiene sus antecedentes. La I Guerra Mundial termina sin resolver ninguno de los problemas que teóricamente debería haber solucionado, añadiendo por el contrario nuevos problemas; los Tratados de Paz para finalizarla, con las condiciones impuestas en el Pacto de Versalles -enmarcado en los Acuerdos de París-, favorecen la gestación de un nuevo conflicto: la II Guerra Mundial. Ésta, conocida como “Guerra Antifascista” o “Patriótica” en los Estados progresistas que verdaderamente ejercieron el antifascismo (no así en los países que siguen un modelo capitalista-imperialista), dejó a su vez un conjunto de cuestiones sin resolver, y otras que se resolvieron de manera insuficiente, errónea y/o perversa. Entre ellas, se encuentra lo que podríamos denominar como “cuestión judía”.
Es completamente cierto, y ponerlo en tela de juicio es un atentado a la inteligencia y al conocimiento, que una parte significativa de la comunidad judía sufrió una especial persecución, culminada con el denominado Holocausto, en el que murieron entre 5 y 6 millones de personas; tampoco cabe obviar que algunos sectores judíos fueron colaboradores y propulsores del nazifascismo. La propaganda sionista internacional, que adquirió una gran potencia a partir de la II Guerra Mundial, aunque ya era más que significativa antes, quiso hacer creer a la opinión pública la falsedad de que prácticamente los únicos en sufrir los efectos del nazifascismo fueron los judíos. Los nazifascistas asesinaron a más eslavos que a judíos, y murieron más millones de chinos en la Guerra Antifascista luchando contra Japón en el frente del Pacífico que judíos. Pero el que se haya querido magnificar e instrumentalizar de forma intencionada esa realidad no quiere decir que ésta no existiera y tuviera una gran importancia. La posición del movimiento marxista sufrió un cambio muy significativo a raíz del Holocausto, rompiendo con las tradicionales posturas de la II Internacional, que no reconocían el derecho de la comunidad judía a tener un Estado propio. Presionados por las circunstancias, pasaron a apoyar la creación de un Estado judío en Palestina, impulso dado especialmente desde la URSS. Visto en perspectiva histórica eso fue un error, pero hay que contextualizar lo ocurrido en la coyuntura concreta, porque en caso contrario es imposible comprender la realidad actual.

Por otro lado, aunque no se suele informar sobre ello, Turquía y en alguna medida los países árabes, aunque en su mayoría se declararon formalmente neutrales, apoyaron o se aliaron con los nazis, como en el caso de Irak. Lo mismo ocurrió con las autoridades religiosas en la Palestina de la época, destacando el caso del muftí de Jerusalén, Amín al-Husayni. Hay que tener en cuenta que una buena parte de los países árabes eran colonias de Francia o del Reino Unido, incluyendo Palestina. También es de destacar en este caso el papel muy importante en la lucha antinazi que jugaron los argelinos, con su presencia en la resistencia francesa. A los revolucionarios/as no nos tiene que dar miedo la verdad, sino todo lo contrario; la verdad es imprescindible para construir teoría revolucionaria. Por el contrario, en general la comunidad judía tuvo una actitud de apoyo y compromiso con el frente antifascista en la II Guerra Mundial, aportando un buen número de dirigentes a esta causa.


En reiteradas ocasiones y desde hace años venimos exponiendo cómo caminamos hacia la III Guerra Mundial, no porque ésta sea inevitable ni necesaria para los pueblos del mundo (todo lo contrario, nos supondrá un tremendo desastre), sino porque el imperialismo apoya tal línea de acción. En ello cuentan con la explícita y terrorífica colaboración del Estado de Israel y su Gobierno actual encabezado por Netanyahu, uno de los agentes que más empuja en esa dirección. Esta cuestión no nos debe llevar a ignorar los factores históricos que señalábamos antes, porque tal cosa nos llevaría a cometer errores importantes.
La III Guerra Mundial tiene su anclaje en buena medida en problemas no resueltos o generados a raíz de la IIª. Uno desde luego fue la conformación del Estado de Israel. Otro de gran importancia es la existencia de Taiwán como un Estado separado de la China continental, impulsado por la emigración hacia esa isla del Ejército del Kuomintang tras su derrota frente a las fuerzas populares del Partido Comunista Chino en el conflicto interno que se produjo una vez finalizó la Guerra Antifascista contra Japón. El Kuomintang se refugió en Taiwán, haciéndose con el control político, económico y militar de ese territorio en unos momentos en los que a la República Popular China no le era factible apoderarse de la isla. Cabe destacar que el Kuomintang siempre fue defensor, y lo sigue siendo, de la reintegración del territorio taiwanés al conjunto de China, mientras que el denominado Partido Progresista Democrático, inspirado directamente por el imperialismo angloamericano, se opone a ello. Otro de los problemas que quedaron sin resolver fue la supervivencia en las llamadas “democracias occidentales” de fracciones más que significativas del aparato nazifascista, que pasaron a ocupar en ellas destacados puestos en la administración del Estado. Ahora los nietos/as de jerarcas nazis están aupados a responsabilidades de primera línea en países europeos.

Volviendo a la cuestión palestina, no hay más que ojear la prensa en los últimos meses, y especialmente semanas, para observar la prioridad política y mediática que ha cobrado en el mundo occidental y en otros ámbitos geográficos. Pedro Sánchez, que se caracteriza por su “habilidad” para subirse a las olas que pueden darle una cierta popularidad, y por tanto favorecer su continuidad como jefe del Gobierno, en seguida se ha montado (aunque no con el protagonismo que algunos medios de comunicación pretenden) sobre ese “tsunami” a favor del reconocimiento de Palestina como un Estado propio en la línea impulsada en los últimos tiempos por Francia y Arabia Saudí en el seno de la ONU, a través de la conferencia para el reconocimiento de los Dos Estados, uno israelí y otro palestino. En general, los límites geográficos propuestos se remiten a las fronteras existentes en 1967. Evidentemente el Estado de Israel se opone a ello, y los EEUU también, aunque aliados importantes dentro del mundo angloamericano (Reino Unido, Canadá o Australia) sí que apoyan esa opción.
A partir de aquí, la pregunta es: ¿tiene viabilidad la denominada “Solución de Dos Estados”? No parece fácil que se materialice de una forma física en lo inmediato, aunque obviamente ese planteamiento tiene importantes repercusiones políticas y diplomáticas, entre ellas el reconocimiento de un estatus a nivel internacional que hasta ahora no existía por parte de la mayor parte de los Estados del mundo, y lo que se deriva de ello, que no es despreciable, además de legitimar la reivindicación histórica de un Estado palestino soberano e independiente. Algunos sectores y agentes internacionales -entre los que se encuentra Irán como uno de los más destacados- se oponen a esa opción y reclaman la solución de un único Estado, donde coexistan todas las comunidades étnicas y religiosas en su pluralidad; en teoría no sería una mala solución, pero parece de muy difícil materialización. Queremos expresar nuestro apoyo a Irán en su lucha por la soberanía política y económica, y su ubicación en el campo del antiimperialismo, así como reconocemos la solidaridad que vienen demostrando con la lucha del pueblo palestino. Sin embargo, en esta cuestión -la de los Dos Estados-, no compartimos su posición, tal como tampoco es compartida por otros países, organizaciones y Estados progresistas del mundo. Si la vía de Dos Estados a corto plazo es difícilmente viable, la de un único Estado aún lo es más, y generaría problemas que conducirían a una nueva “Guerra de los Cien Años” en esa zona del mundo. ¿Qué se haría con la población, judía o no judía, que desea mantener un Estado de Israel? ¿Se le daría un trato similar al que hoy se da al pueblo palestino? Hamás, por cierto, apoya como un avance parcial la solución de Dos Estados y ha hecho declaraciones congratulándose del proceso que se está desarrollando en la ONU.
Al final, cualquier solución real para Palestina, incluyendo la de los Dos Estados, estará condicionada por la evolución del proceso hacia la III Guerra Mundial y por cómo ésta se resuelva finalmente. La propuesta encabezada por Francia y Arabia Saudí, a la que se han sumado muchos otros Estados, incluyendo el español, lleva anexas una serie de exigencias que tienen una gran importancia y demuestran una vez más el espíritu de intervencionismo occidental en las cuestiones internas de cualquier país (aunque la dialéctica de la realidad después se impondrá sobre determinadas previsiones). Nos referimos concretamente a la disolución de Hamás como organización militar y a su exclusión de las posibles elecciones en Gaza y en el resto de territorios palestinos como fuerza político-social, comicios que los impulsores de la iniciativa pretenden que acontezcan en el año 2026. Esta imposición parece inadmisible, aunque en la práctica y llegado el caso es posible que haya fórmulas para obviarla; lo que es más difícil es que tales elecciones puedan llevarse a cabo.
Hay otro factor de mucho interés: la comparación que se hace desde algunas instituciones, medios de comunicación y progresivamente desde la opinión pública sobre la diferencia de trato ante el conflicto en Palestina y Ucrania, poniendo en evidencia la discriminación de la primera con respecto a la segunda. Los medios recogen unas declaraciones de Pedro Sánchez en ese sentido, precisamente de quien abrazaba -por delante y por detrás, como decía en sus tiempos el PSOE respecto a Manuel Fraga y Fidel Castro- a su íntimo amigo Zelenski, uno de los mayores criminales de Europa.

Por último, es del mayor interés observar el “aparente” viraje de Trump en relación con el tema de Ucrania, apoyando cada vez más abiertamente la línea militar. No nos causa sorpresa, pues era lo previsible. Al final todo conduce a un mismo lugar: la III Guerra Mundial a la que nos llevan, y que no parece posible que pueda evitarse. La victoria sobre el imperialismo en esta ocasión es factible, e imprescindible para la supervivencia de la civilización humana.
Izquierda Castellana, 24 de septiembre de 2025