En el cuento Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, un personaje llamado Humpty Dumpty explica el significado de un poema e insiste en que «cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga; ni más ni menos.» A esto, Alicia le contesta que «la cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes». Y Humpty Dumpty zanja la conversación: «la cuestión es saber quién es el que manda, eso es todo».
En todas las sociedades existen relaciones asimétricas y jerárquicas que se construyen y expresan en el discurso, al mismo tiempo que éste contribuye a que estas relaciones se mantengan; es decir, los fenómenos sociales discriminatorios se manifiestan en los discursos. El sexismo presenta una imagen descalificadora y desvalorizada de las mujeres, mientras que el androcentrismo consiste en su exclusión e invisibilización. Del mismo modo, la homofobia plantea una imagen desvalorizada y peyorativa de la homosexualidad, mientras que el sistema de sexo-género binario invisibiliza y excluye del discurso cualquier realidad que no se ajuste de forma clara a la división entre hombres y mujeres.
LA CUESTIÓN ES DE USO
Los idiomas no son machistas ni discriminatorios en sí mismos, lo son los usos que se hacen de ellos; dicho de otro modo, es en el discurso donde se expresan las ideologías. ¿Pero cómo expresamos nuestra ideología? Al seleccionar unos elementos de la lengua y no otros, al seleccionar unas estructuras gramaticales y no otras o determinadas palabras o expresiones y no otras.
La producción e interpretación de los discursos está estrechamente vinculada a su contexto sociopolítico. Aquí entra en juego lo apropiado y correcto según la normativa lingüística como principal freno a los cambios. Lo apropiado no deja de ser una convención que no es ajena a los discursos y categorías ideológicas hegemónicas, criticables por varios motivos: asumir una homogeneidad cultural en el habla que no se le presupone a otros ámbitos de la experiencia social; excluir cualquier uso conscientemente disruptivo de la lengua; obviar que lo supuestamente inapropiado puede ser enormemente pertinente, o la única alternativa posible, para expresar determinados sentidos.
Podemos y debemos plantear cambios en el uso de la lengua con el fin de intervenir en el orden social. El primer paso es cuestionar las creencias y suposiciones presentadas como «naturales» y «correctas», como sucede por ejemplo con el uso abusivo del masculino gramatical como genérico que ofrece discursos androcéntricos. La gramática es muy resistente al cambio porque está íntimamente relacionada con el uso adecuado y normativo de la lengua. Desde una postura crítica, no podemos aceptar un conjunto de normas inmutables que encorsetan nuestro uso de la lengua. Y es que hay que preguntarse qué clase de normas son y quién las define, para quién y con qué intención.
La lengua no deja de ser un código establecido que requiere adecuarse al contexto para entenderse plenamente. En el proceso comunicativo consciente o inconscientemente tenemos en cuenta elementos como el medio (no es lo mismo hablar con tus amigas que escribir para una revista científica), la audiencia (varía en función de si conoces o no a las personas destinatarias de tu discurso) o la intención comunicativa (tampoco es lo mismo intentar vender algo que expresar tus proyectos), por ejemplo. Contamos con un abanico de alternativas cuyo uso está condicionado al contexto en el que se produce la comunicación.
De hecho, el control por el uso de la lengua que cada una hacemos debe comenzar por una reflexión sobre los usos de alternativas, en este caso al masculino gramatical usado como genérico, dependiendo del contexto que se trate. Para ello, debemos pensar también en quién es el referente al que se pretende representar. ¿El referente es un grupo mixto cuyos componentes conocemos? ¿O es una persona de la que conocemos su sexo? («Voy a mi médica de cabecera»). ¿O son personas indeterminadas o incluso prototípicas? («Necesito pedir cita al médico»).
Analizando el tipo de referente real al que aludimos, vemos que para unos casos es relativamente fácil y adecuado encontrar alternativas al uso y abuso del masculino como genérico, mientras que para otros hay disparidad de opciones y opiniones.
Decía Sapir que «los hábitos lingüísticos de nuestra comunidad nos predisponen hacia ciertas clases de interpretación». Es cierto que el machismo y la homofobia presentes en el uso que hacemos de la lengua sólo lograrán ser superados cuando cambien las estructuras sociales que producen y potencian estos usos. Sin embargo, se puede incidir paralelamente en la lengua y establecer una influencia recíproca entre lengua y orden social. Para ello hace falta cambiar algunos usos de la lengua, de forma que permitan nombrar a todas las personas de manera justa.
Cuando hacemos la selección de los elementos de la lengua para comunicarnos y no sólo del léxico sino también de las estructuras sintáctico-gramaticales, tenemos la oportunidad de posicionarnos ideológicamente a través de nuestra selección, de nuestro discurso, aunque esto suponga transgredir la norma, lo natural o la costumbre en pro de cuestionar el patriarcado. Así vamos generando condiciones de posibilidad que permitirán dar pasos hacia su erradicación.
ALTERNATIVAS AL ABUSO DEL MASCULINO GRAMATICAL COMO GENÉRICO
Aplicadas sobre frases de números anteriores de DIAGONAL.
Genéricos femeninos: «Las personas encontraron la fuerza de rebelarse».
Colectivos y/o abstractos, femeninos o masculinos: «El pueblo saharaui” o “la población saharaui».
Estructuras gramaticales: «Sandinista con honestidad es quien está ausente ahora».
Duplicación y repetición: «Hombres y mujeres de todas las edades».
Barra ’/’: «Encuentro de socios/as y colectivos», «un/a trans».
Grafías como ’x’, ’*’ y ’@’: A2sociación de expres@s y represaliad@s del franquismo».