El zorro alerta al gallinero de que viene el lobo

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Las gallinitas sufrían mucho porque el zorro les decía que el lobo iba a dejar de distribuir las pequeñas dosis de maíz y pienso de cada día, y que además no se iban a llevar adelante las obras prometidas y nunca realizadas que tanto iban a mejorar las condiciones de vida en el gallinero. Lo que realmente estaba en juego, sin embargo, era el “negocio” de los huevos que las gallinitas producían, y, sobre todo, la gestión del propio gallinero. El zorro, siguiendo la moda actual de las transmutaciones, se convertía en un colorido gallo para poder ser simultáneamente el jefe del corral. Haciendo honor a las cualidades que adornan a tal animal, adaptaba sus políticas sin explicación alguna. Algunos de esos cambios en principio parecían positivos, como el dejar de comprar máquinas voladoras de guerra al Imperio, pero como era habitual en él, sin ninguna explicación, por lo que no se podía saber si lo que en principio parecía ser positivo se convertiría en algo especialmente negativo. En cualquier caso, esos cambios tenían como único objetivo mantener una imagen progresista del gallo, también en el corral internacional (por cierto, cada vez con menos éxito).

Por su parte, el lobo quería para sí el corral; pensaba que el zorro ya había disfrutado más que tiempo suficiente del negocio y que era hora de “la alternancia”. Esa interiorización le llevaba en ocasiones a cometer errores políticos de primera magnitud, aunque el escenario de total alboroto en el gallinero tendía a disimular tales errores.

Las gallinitas creían que su opinión -a través de una consulta organizada y manipulada cada cierto tiempo- era fundamental para la evolución del gallinero, pero obviamente esa era una percepción falseada de la realidad. El gallinero estaba gobernado por una banda liderada por el gallo con más plumas de colores y la cresta más coloreada, que no roja. Una banda en la que había variedad de personajes: la gallina turuleca; la gallina clueca; o el gallo con aspiraciones a sustituir al líder cuando éste se debilitara, y al que denominaba “Puto Amo”, mientras valoraba la posibilidad de volver a su antiguo gallinero de Pucela, por si el actual le fallaba. Este gallo cacareaba en Twitter al amanecer para que quedase constancia de que ahí estaba, pero tenía totalmente abandonada la tarea que se le había encomendado, cual era cuidar la circulación en el ámbito del corral y alrededores. Esto le resultaba imposible, dada su incontrolable adición al autobombo a través de las redes sociales. El pobrecillo seguramente había padecido carencias afectivas y sociales en los inicios de su vida.

La gallina clueca últimamente estaba entusiasmada por el glugluteo del pavo catalán, que pensaba que le venía como anillo al dedo, porque necesitaba seguir empollando a todo el conjunto de aves que se acurrucaban bajo sus alas, algunas de difícil definición, además de mantener su vida propia.

La banda del lobo, que quería sustituir a la del zorro al frente del gallinero, era solamente eso, una auténtica banda, y por tanto tampoco era una alternativa deseable.

El gallinero poco a poco fue comprendiendo que la alternativa no estaba entre el zorro y el lobo, y que era necesario realizar “una rebelión en el corral”. Y a ello se pusieron. Entre las gallinitas las había de raza castellana, de plumaje negro, combativas y bravas. Estas gallinitas comuneras jugaron un papel destacado en el impulso y organización de esa rebelión, que finalmente fue victoriosa.

Izquierda Castellana, 11 de agosto de 2025

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