
La actual situación en todos los planos (político, militar, económico, mediático, ideológico, etc.) requiere de una aproximación lo más rigurosa posible. Si su evolución es previsible en cuanto a sus tendencias principales, los cauces por los que puede hacerlo, a diferencia de épocas anteriores, son menos predecibles, e incluso contradictorios. La evolución de las cosas en el escenario a nivel global, en el marco europeo e incluso en el Estado español, ocurre de manera estrechamente interrelacionada. El proceso que nos interesa a nosotros/as, al pueblo castellano (y, por supuesto, al conjunto de pueblos del mundo), es el que conduzca a la derrota del imperialismo y, por tanto, a generar las mejores condiciones para la construcción de un proyecto soberano y prosocialista en Castilla, dando continuidad a la Revolución comunera, que está por culminar; esta coyuntura puede ser muy favorable para andar un buen trecho de ese camino pendiente, y así lo haremos.
En los medios de comunicación occidentales se confunde sistemáticamente, de forma intencionada o por pura ignorancia, lo que son las medidas terapéuticas con la enfermedad que las ha condicionado. Las medidas terapéuticas pueden ser más o menos ajustadas a la realidad y factibles o no en su puesta en marcha, pero la enfermedad de base que justifica su implementación se acentúa cada vez con una mayor intensidad. La llegada de Trump al Gobierno de los EEUU, condicionando en buena medida la gobernanza de todo el mundo occidental y de alguna manera la global, no ha sido una casualidad ni un accidente. Los EEUU vienen padeciendo una gravísima crisis económica que se manifiesta especialmente en el inasumible incremento de su deuda pública, pero también en otros aspectos de la vida cotidiana: desde el deterioro de las infraestructuras al incremento de las toxicomanías, pasando por el debilitamiento de los ya de por sí precarios servicios públicos (educativos, sanitarios…). Es decir, se está sustanciando la evidencia del fracaso del sistema capitalista-imperialista. La llegada de Trump debe ser puesta en relación con la persistencia de esos problemas, que repercuten en todos los ámbitos de la vida nacional yanqui e internacional, no corregidos sino agravados por las diferentes administraciones Demócratas en las últimas décadas.
Como decíamos, el mayor problema de los EEUU en el plano económico es el endeudamiento público, que crece de forma acelerada. Una buena parte de las políticas de la nueva Administración están orientadas a frenar ese endeudamiento. Eso es lo que le llevó a desmantelar algunas agencias, como USAID, y a recortar en personal y presupuestos en diferentes servicios. Elon Musk, al frente de esa tarea, anunciaba hace unos meses su intención de rebajar en un billón de dólares tales costes, pero esto ya se contempla como imposible y ahora dice conformarse con una reducción de unos 150.000 millones. Lo que por supuesto no pueden recortar en la actual coyuntura internacional son los presupuestos de guerra, pero incluso éstos se han visto afectados en alguna medida, por ejemplo la anulación del proyecto de un nuevo misil para la Marina. Eso sí, la Administración Trump sigue exigiendo cada vez de forma más enérgica el incremento de los presupuestos de guerra de los países que componen la OTAN; la reunión del Secretario del Tesoro estadounidense y el Ministro de Economía español, Carlos Cuerpo, es toda una expresión de ello.

La implementación de estos planes, como sucede con cualquier plan complejo y en alguna manera “rupturista” respecto a lo que se venía haciendo, necesita de adaptaciones sobre el terreno. En buena medida es lo que están haciendo Trump y su equipo. Ante las rectificaciones o ajustes en el proceso, los medios de comunicación evidencian las contradicciones respecto a sus posiciones anteriores con un interés claramente mediático.
Como es evidente, no tenemos ninguna afinidad ideológica ni política con la Administración de Trump; desde su anterior mandato venimos calificándolo como un auténtico nazisionista, que no tiene nada de pacifista y que nos conduce a su manera, siguiendo los pasos que considera más oportunos, hacia la III Guerra Mundial. Infravalorar las capacidades del enemigo no sirve para derrotarlo, y nosotros/as queremos derrotar de verdad al nazisionismo encabezado por Trump. Nos lo tomamos muy en serio, y tratamos de analizar por ello con el mayor rigor posible sus políticas. Tomarse a la Administración Trump y su línea de acción como un mero accidente que se caerá por sí mismo es una absoluta irresponsabilidad que solo sirve para facilitar el avance de ese proyecto. Una vez más volvemos a recordar cómo sin la participación determinante de la URSS, que se tomó totalmente en serio la cuestión del nazismo en su momento, éste proyecto hubiera triunfado. Es imprescindible aprender de la historia.
En varios editoriales anteriores hemos analizado la cuestión de los aranceles. Parece muy probable que la transitoria crisis bursátil, en teoría relacionada con la subida de los aranceles, fuera algo previsto por la Administración de Trump, lo que por otra parte no parece suponerle demasiados problemas. Lo que sí le ha supuesto un auténtico contratiempo es la repercusión de esa política económica sobre la deuda pública de EEUU y también, y es de una gran importancia por sus repercusiones, la actitud firme y decidida de China de no dejarse avasallar por las políticas imperialistas de la Administración Trump y sus aliados. Se ha podido observar claramente cómo el conjunto de países del mundo occidental estaban dispuestos a “besar el culo” de Trump, con más o menos agrado y disimulo. No besarle el culo a la Administración yanqui es asumir una posición de principios, clara y decidida, de no ceder en aquello que afecta a los intereses de tu pueblo, como está haciendo China.
Si el problema principal que tienen en los EEUU desde el punto de vista económico es el avance incontrolado de la deuda pública, que en estos momentos es de más de 36 billones de dólares (lo que les sitúa como el país del mundo con un mayor endeudamiento), y si una buena parte de su política estaba orientada a disminuir tal deuda, parece razonable que cuando ésta se ha empezado a ver afectada negativamente la actual Administración se haya tomado un tiempo para reflexionar sobre cuáles son las correcciones necesarias.

En 1971, debido a las ingentes cantidades de emisión de papel moneda para financiar la guerra de Vietnam, que acabaron perdiendo, Nixon se vio obligado a renunciar a que el dólar estuviera sostenido en el patrón oro, puesto que esa situación era inviable para la economía norteamericana. La medida, una auténtica conmoción en aquellos momentos, era inevitable para la supervivencia de los EEUU como primera potencia económica mundial, aunque ello supusiera un deterioro, tal como ocurrió, de la reputación del sistema imperialista, especialmente del yanqui. Las propuestas económicas, políticas y militares de Trump suponen una irrupción en la línea tradicional de intervención del imperialismo en las últimas décadas, pero la situación era insostenible, y mantenerla sin más, un suicidio. Las evaluaciones que algunos agentes occidentales en la línea del Partido Demócrata hacen, considerando que el proyecto de Trump se caerá por sí mismo, son una estupidez. No hay actualmente alternativa de recambio, y tener eso claro es uno de los puntos de partida para poder confrontar de verdad con ese proyecto de forma eficiente. La expectativa de que pueda haber un recambio por vía “palaciega” es una vana ilusión, nociva además para articular la confrontación con el trumpismo.
La deuda pública es imprescindible para el sustento de un país capitalista, particularmente de uno como los EEUU. Buena parte del sostenimiento de esta deuda se basa precisamente en la alta reputación de esa misma deuda como fuente de seguridad para los inversores. Aunque pueda resultar extraño, en principio parece que la Administración Trump no había considerado suficientemente la eventualidad de que su política económica tuviera una repercusión tan rápida y negativa sobre el mercado de la deuda pública. Quizás algún día se sepa si esto fue algo más o menos espontáneo o si fue planificado por algún agente de los que realmente están en contra de la política de Trump. ¿Qué es lo que pasó con la deuda pública americana durante la pasada semana? El bono a diez años pasó de un 4,05% el 2 de abril a un 4,47% el 14 de abril, y el bono a 30 años estuvo cerca de alcanzar el 5%. En 2025 vencen 9,2 billones de deuda estadounidense, el 25,4% del total, con un 70% concentrado en el primer semestre. Esto ha generado gran preocupación por la capacidad del Gobierno yanqui para refinanciar esta deuda a tasas más altas, casi medio punto, una barbaridad en las cifras de las que estamos hablando. Obviamente eso dificultaría el avance general del proyecto de la Administración Trump. Por otro lado, como hemos dicho, China no se ha plegado a las exigencias y su margen de maniobra es amplísimo: son los tenedores de una buena parte de la deuda pública estadounidense (un 9,5% del total en manos de tenedores extranjeros), y la puesta en venta en el mercado de ésta lo desestabilizaría; por otro lado, son quienes controlan el comercio mundial de “tierras raras”, minerales necesarios para la producción de aparataje de alta tecnología en informática, comunicaciones y armamento –de hecho el Gobierno chino ya ha tomado medidas para impedir la exportación de “tierras raras” a EEUU-. Esto es de muy difícil -por no decir imposible- digestión para los EEUU.

– Las cartas están hechas en China
La UE como estructura política ha perdido prácticamente todo su peso internacional, tal como era previsible. Por mucho que se endurezcan formalmente las intervenciones de su encargada de Exteriores, la estonia Kaja Kallas, no conseguirán aumentar ese peso específico ni recuperar importancia en el escenario internacional; por el contrario, debilitarán aún más su credibilidad institucional. Cosa muy diferente puede ocurrir con algunos de los actuales miembros de la UE. Alemania ha iniciado de la mano del nuevo Canciller Friedrich Merz, con reconocidas conexiones familiares con el nazismo, sus planes para remilitarizar el país, así como para reforzar su presencia en la guerra desarrollada en Ucrania. El Reino Unido se mantiene en una política de estrecha colaboración con los EEUU, aunque a veces no lo parezca; una de las expresiones de ello es que han sido los mayores compradores de deuda pública yanqui durante la reciente crisis de ese mercado; también parece que la Administración Trump está dispuesta a hacer una negociación con el Reino Unido respecto a los aranceles más favorable que respecto a otros países europeos.
Decimos a menudo que los tiempos son complejos, y también duros en muchos sentidos, pero simultáneamente llenos de oportunidades. Por primera vez en muchas décadas un proyecto auténticamente progresista en Europa Occidental y en el Estado español tiene viabilidad real. Su factibilidad depende de la voluntad, capacitación y organización de los agentes que tenemos que llevarlo adelante.
En coyunturas como las actuales hay quienes tratan de oscurecer el panorama y hacerlo lo menos comprensible que se pueda. Pero realmente se van imponiendo una clarificación de fondo que se verá objetivamente con cierta rapidez. Uno de los ejes de esa clarificación es la actitud del imperialismo hacia China. Hasta hace no muchos años, China era tratada con desdén mediático como un país en vías de desarrollo dedicado a la producción de baratijas, donde los avances sociales y en el bienestar de su población se debían a su asunción del modelo económico capitalista. China se ha convertido de facto, por la capacidad de compra de su PIB, en la primera potencia económica del mundo, impulsando un modelo propio de socialismo que parece exitoso en todos los frentes, además del económico. La administración Trump le señala como su principal enemigo a la hora de imponer su modelo de dominación global, un proceso de construcción del IV Reich mundial. Por supuesto hay otros estados enemigos de ese proyecto, como es el caso de Rusia, así como del movimiento antifascista internacional, en el cual es fundamental que se encuadren el mayor número de fuerzas progresistas de cada país. Las movilizaciones en contra de los presupuestos de guerra son una gran oportunidad para dar pasos en ese camino.
Al trumpismo se lo puede derrotar, como se derrotó al nazifascismo en los años 40, pero es una cuestión que hay que tomarse muy en serio, no a la ligera. El nazisionismo actual también tiene posibilidades de triunfar si no ponemos toda nuestra inteligencia y sensibilidad al servicio de la lucha antifascista y antiimperialista.
Izquierda Castellana, 16 de abril de 2025