
Vivimos tiempos en los que hay una certidumbre clara: la de que caminamos hacia una guerra global, pero con muchas incertidumbres en cuanto a los plazos de ese proceso.
Si tuviéramos que hacer una analogía histórica, cosa que como hemos expuesto en reiteradas ocasiones tiene sus riesgos, habría que realizarla con el escenario previo a la I Guerra Mundial más que con los preámbulos de la Segunda. Hay muchos agentes con mediana o gran capacidad de precipitar los acontecimientos, situación que en sí misma provoca incertidumbre. En estos momentos no hay un primus inter pares con suficiente entidad como para imponer su punto de vista al resto de actores de la realidad internacional. Con respecto a Trump, que parecía llamado a jugar tal protagonismo, se le están poniendo de manifiesto un conjunto de condicionantes de gran importancia que seguramente no se atenuarán, sino todo lo contrario. Europa, que no es una entidad política en sentido estricto, sino simplemente una unidad de mercado con una moneda única, está intentando dar ese paso de forma acelerada, precipitada e impulsada por los elementos de poder, que aún siguen siendo muchos, del Partido Demócrata Americano. Europa juega contra Trump en la corta distancia, y parece que están encantados con ese juego. Da la impresión que hubieran asimilado con gran rapidez algo en lo que no pensaba ninguno de ellos/as hasta hace unos meses; pero todo es una quimera, y no pasará mucho tiempo para que se vea la superficialidad de estos planteamientos.
La UE, junto al Reino Unido y a las fuerzas vinculadas al Partido Demócrata Americano, están impulsando un proceso de rearme general y acelerado en Europa para intentar convertir a ésta, en sí misma, en una potencia militar. Obviamente se trata de una empresa muy difícil de conseguir en unos pocos años. La configuración de un teórico ejército requiere de un sujeto con una subjetividad lo suficientemente homogénea como para estar dispuesto a alimentarlo económica y humanamente. Ninguna de esas cuestiones está presente en la UE, pero sí en cierta medida entre algunos de sus miembros, como es el caso de Francia, aunque muy debilitada, o de Alemania, que sin una gran fortaleza militar en la actualidad, pero teniendo en cuenta la historia del siglo XX, probablemente podría dar esos pasos más rápidamente que otros Estados del continente. A ellos hay que sumarle el caso de un país actualmente extracomunitario, pero europeo, como es el Reino Unido, que parte de una posición relativamente más favorable pese a sus importantes limitaciones. ¿Quién va a estar dispuesto a morir por la Unión Europea? ¿Los agricultores y ganaderos/as a quienes han machacado durante los pasados años? ¿Los trabajadores/as de la industria en práctica desaparición condicionada por la imposición del “capitalismo verde”? ¿Los/as de la hostelería, precarizados al máximo? ¿Los/as inmigrantes, que obviamente no tendrán una gran voluntad de combatir por los Estados en los que son marginados social y administrativamente?…

Construir un ejército europeo en el sentido real es absolutamente imposible en un plazo menor de diez años, y aun en ese plazo es francamente complicado. Pero lo que sí es perfectamente factible, y a eso asistiremos, es a un proceso de reforzamiento militar del conjunto de los Estados europeos, muy especialmente de algunos, dispuestos a despuntar y dirigir ese incremento de la masa militar en el continente. El Reino Unido parece muy dispuesto a esa tarea, al menos teóricamente, ya veremos cuál es su capacidad práctica real.
En cualquier caso, nos encontraremos en los próximos años con un incremento del militarismo y de los recursos militares, detrayendo esos recursos de las inversiones sociales y de los servicios públicos o endeudándose para difuminar el gasto, lo que también repercutirá finalmente en las partidas sociales; el dinero no surge por generación espontánea y los intereses de la deuda hay que pagarlos. La tesis de Pedro Sánchez de que se pueden incrementar los gastos militares sin tocar para nada los servicios públicos y sociales es simplemente ridícula, pero es lo que exige la continuidad de su coalición con la izquierda española y el apoyo de las izquierdas soberanistas; salvo que se empiece a caminar hacia un escenario de “gran coalición” al estilo alemán (cosa no tan fácil en el Estado español), se trata de la única vía que le permite mantenerse en el Gobierno, su objetivo fundamental (y el del núcleo político-económico que le respalda).

Parece imprescindible iniciar la movilización contra del incremento de los presupuestos militares, esto es, de los presupuestos de guerra; hay que reconocer que preventivamente desde el Gobierno están intentando taponar todas aquellas vías para ello. En cualquier caso, no tardaremos mucho en conseguir poner en pie un auténtico movimiento contra el militarismo y la guerra en el Estado español, por mucho que se empeñen en utilizar todos los recursos y medios, desde la manipulación a la represión pura y dura, para intentar evitarlo. Hace tres años y medio desde el Ministerio del Interior se inició un procedimiento para la “extinción” de IzCa; desde el primer momento interpretamos esto como un intento de retirar de la legalidad a la única fuerza política que por aquel entonces anunciábamos que se había iniciado un camino hacia la globalización de la guerra, y por tanto, hacia una nueva guerra global. Si en aquel momento esa nos pareció la hipótesis más plausible, hoy no nos queda duda sobre ello.
La movilización contra la militarización y la guerra, que tenemos que impulsar con toda inteligencia y corazón, no será una tarea tan “sencilla”; desde luego no será como fue la oposición a la invasión de Irak. El nivel de degradación de la opinión pública, de manipulación y pérdida de capacidad crítica de la sociedad, perfectamente orquestada en los últimos tiempos, especialmente desde la pandemia de Covid-19, ha conseguido sus frutos. Pero, aunque los inicios estén impregnados de dificultades, no nos cabe duda de que se conseguirá en unos pocos meses si sabemos hacerlo adecuadamente.

Comentábamos al inicio de este editorial que hay múltiples actores de los que pueden partir movimientos que condicionen una aceleración del proceso hacia el militarismo y la guerra del que estamos hablando. Hasta ahora, cuando hablábamos de la globalización del proceso, nos referíamos a la confluencia de tres escenarios relativamente diferenciados: Oriente Medio, Europa Oriental y Mar Meridional de China. Esos escenarios se están desdibujando y, de alguna manera, unificándose. Las alianzas -también militares- entre algunos de los países BRICS+ (China, Rusia e Irán) obviamente pretenden demostrar que el ataque a cualquiera de ellos -o sus “proxies”- se considerará un ataque al conjunto de esa alianza. Esto se puede valorar como un elemento que refuerza el riesgo de la confrontación global, y hay una parte de razón en ello, pero a estas alturas es imprescindible que las fuerzas favorables a la paz y al progreso de la civilización demuestren su capacidad militar y su voluntad de ejercerla si se pone en riesgo su existencia de una u otra manera.
“If Europe cannot defeat Russia, how can we defeat China?”
— Kaja Kallas, the Chief Diplomat of EU.
🤡 for WW3 pic.twitter.com/zk0APzTBdM
— S.L. Kanthan (@Kanthan2030) March 3, 2025
Kaja Kallas, Representante de la UE para Asuntos Exteriores: «Si no podemos ejercer suficiente presión sobre Rusia (…) ¿cómo vamos a afirmar que podemos asumir el riesgo de China?«
Quizás el aspecto más curioso de la evaluación de las cuestiones militares, como hemos comentado de forma colateral, es el engreimiento de los países de la UE y el Reino Unido, como si pretendieran en el menor tiempo posible tener las mismas capacidades que su antiguo “Primo de Zumosol”. Eso es puro idealismo y algo auténticamente irrealizable en un periodo de tiempo medio, pero también es sumamente peligroso: no hay mayor peligro que el que proviene de las fuerzas que no tienen una auténtica conciencia de sus posibilidades y de sus limitaciones. Los comportamientos de aventurerismo están muy asociados a esa falta de capacidad cognitiva respecto a la realidad; los ejemplos históricos vinculados a los Países Bálticos y a Polonia son un buen indicador de ello.
Vivimos tiempos en los que el azar puede jugar un papel de primera magnitud, y lo jugará. No en cuanto a la creación de tendencias que ya están ahí, pero sí en cuanto a la precipitación en el tiempo de algunas de ellas. En ese sentido, es bueno recordar cómo se precipitó la Primera Guerra Mundial.

Izquierda Castellana, 12 de marzo de 2025