
Muerto el perro, no se acabó la rabia
La última “ocurrencia” del actual Gobierno ha sido la celebración del 50 aniversario de la muerte de Franco, así, inicialmente sin más matices. No explican a la sociedad cuál es la pretensión, los objetivos de tal conmemoración, pero a juzgar por lo que dicen los medios de comunicación más próximos a ese Gobierno, se trataría de extender la imagen de que el PP es franquista por no participar en las actividades programadas, las cuáles tampoco se han dado a conocer a la opinión pública. Parece que aún están dudando sobre si invitar o no a Juan Carlos I a esas actividades, todo un símbolo de democracia.
No tenemos dudas sobre el carácter antidemocrático del PP, pero eso no es algo que necesite de grandes alharacas para demostrarse. De nuevo están recurriendo a un intento de uso banal y electoral de una cuestión tan importante y trágica como fue el franquismo y, por supuesto, la Transición que condujo a la II Restauración borbónica, que hoy todavía seguimos sufriendo. “Muerto el perro, no se acabó la rabia”, tal como decimos al inicio de este editorial.
Franco era el personaje principal del Régimen, pero el Régimen franquista era mucho más que Franco. El franquismo era todo un entramado institucional, económico y social que no sólo sobrevivió sin cambios de cierta profundidad a la muerte de su Caudillo, sino que impuso el modelo de la llamada “Transición democrática”, confrontando al modelo de ruptura democrática que era por lo que se había luchado durante la dictadura franquista. La Transición se hizo siguiendo las pautas que el poder franquista había marcado, entre otras cosas, como ya hemos comentado, restaurando la Monarquía borbónica y nombrando Jefe de Estado a Juan Carlos de Borbón, que ya había sido denominado para tal función por el propio Régimen y, además, había ocupado interinamente la Jefatura del Estado en sustitución de Franco cuando este se encontraba enfermo.
Aquí no se produjo ningún proceso constituyente ni de ruptura con el Régimen anterior. El franquismo sólo renunció a los aspectos más prescindibles para normalizar sus relaciones internacionales e incorporarse a la OTAN y a la Unión Europea (en aquel momento, Comunidad Económica Europea). Los sectores sociales que se opusieron al modelo de Transición impuesto y siguieron apostando por la ruptura democrática fueron simplemente reprimidos, torturados, encarcelados y, en no pocas ocasiones, asesinados. No se disolvieron las estructuras directamente responsables de la represión ejercida por aquel Régimen, simplemente en algunos casos se les cambió de nombre, como el del Tribunal de Orden Público, que pasó a denominarse de la noche a la mañana Audiencia Nacional; o la Brigada Político-Social, que pasó a llamarse Brigada de Seguridad Ciudadana. Tampoco se abrió ningún procedimiento penal contra los responsables directos de los asesinatos y torturas llevadas a cabo durante el franquismo, que aún seguían -y en algún caso, siguen- vivos. A esos movimientos que defendieron la ruptura democrática en diversos pueblos del Estado, también en Madrid y en general en Castilla, y que sufrieron la represión pura y dura, sí que es imprescindible hacerles un homenaje coincidiendo con el 50 aniversario de la muerte de Franco. En ello andamos.
Desde algunos medios, de nuevo los más afines al Gobierno -en este caso destaca un artículo publicado por la directora adjunta de La Vanguardia, Lola García- se defiende la tesis de que hasta ahora la izquierda nunca había hecho nada en el aniversario de la muerte de Franco, y que tal fecha había quedado en manos de la extrema derecha. Una tremenda mentira y una gran manipulación. Desde los inicios de los años 80 se viene celebrando alrededor del 20N manifestaciones antifascistas en Madrid con gran apoyo social, que han sido habitualmente objeto de criminalización y represión por parte del actual Régimen y sus medios de comunicación. Precisamente en ese contexto un militar profesional asesinó el 11 de noviembre de 2007 a Carlos Palomino, joven vallecano. Las manifestaciones antifascistas se convocaron, y en algunos casos se sigue haciendo, en diversas ciudades castellanas: Burgos, Valladolid, Salamanca, Toledo, Segovia, Palencia…, además de en Madrid.

A su vez, desde IzCa, organización que a finales de los ‘90 estaba en proceso de constitución, desarrollamos en esa época una intensa campaña para eliminar la nomenclatura y simbología franquista de nuestras calles y plazas. Entre otras cosas, esa campaña consistió en retirar las placas con nombres franquistas en varias ciudades: Palencia, Burgos, Ávila, Segovia… así como la pintada de rojo de la estatua ecuestre de Franco, emplazada frente a Nuevos Ministerios en Madrid. De todo ello ha quedado constancia en la hemeroteca, sobre todo en lo referente a los juicios que sufrimos las personas acusadas por la Policía y Fiscalía de ser los autores materiales de esa “limpieza democrática”. Queremos aprovechar este editorial para mostrar una vez más nuestro agradecimiento a Marcelino Camacho por su apoyo; Camacho participó como testigo en los juicios celebrados en Palencia y Madrid contra los militantes de Izquierda Castellana por esas actividades antifascistas.
Los sicofantes eran individuos que en la antigua Grecia recibían dinero por acusar falsamente a personas honestas de la sociedad para que fueran castigadas por los tribunales. La Ley Mordaza, entre otras cosas, ha servido para estimular que ese “oficio” sea acogido y desarrollado por un sector de los miembros de la Policía Nacional. Militantes de IzCa se han visto en reiteradas ocasiones acusados de actividades completamente falseadas por parte de estos nuevos sicofantes. Un buen ejemplo de ello lo tuvimos en el juicio celebrado en 2020 por hechos ocurridos en la manifestación republicana del 4 de octubre de 2014 en Madrid, a los que la Policía antidisturbios dio completamente la vuelta. En esta ocasión, la Audiencia Provincial dio crédito a la versión de los acusados y éstos fueron absueltos, pero desgraciadamente no siempre es así. Estamos ante un nuevo episodio de la actividad de estos nuevos sicofantes: el juicio aún pendiente de sentencia que se ha celebrado en estas últimas semanas contra 21 personas acusadas de desórdenes públicos y atentado contra la autoridad por su participación en el primer Rodea el Congreso convocado por la Coordinadora 25-S en 2012.
A pesar de todas las evidencias de que la Ley Mordaza es una herramienta represiva en la línea de lo que fue esencialmente el franquismo, sigue vigente, quebrando todas las promesas de los partidos que forman el Gobierno de Progreso y de quienes le dan apoyo parlamentario.
Pedro Sánchez precisamente no tiene legitimidad para llevar adelante una nueva “alerta antifascista”. Sánchez, como Presidente del Gobierno que es desde hace casi seis años, tendría que aplicar una política que realmente impidiese el avance del fascismo, y no una que lo favorezca. Esa es la cuestión. Unos pocos ejemplos no muy difíciles de implementar en tal sentido: primero, gobernar con transparencia, y no con engaños, como ha hecho hasta ahora; segundo, derogar la citada Ley Mordaza; tercero, apostar por una política de neutralidad y no apoyar la financiación de la guerra contra Rusia que se desarrolla en el Este de Europa; cuarto, no manipular la historia: el alzamiento franquista, apoyado por el movimiento nazi-fascista internacional, tenía como objetivo la derrota de la II República, un sistema que no solo generó grandes expectativas entre los pueblos del Estado español, sino a nivel internacional, lo que permitió la constitución de las Brigadas Internacionales. Comparar aquellos hechos, tal como hizo Pedro Sánchez, con los acontecimientos que están ocurriendo en Ucrania es una tremenda sinvergüencería.
Recordamos el disgusto con el que Borrell salió de su entrevista en febrero de 2021 con el Ministro de Exteriores ruso Lavrov, y cómo no mucho después calificó a Rusia de régimen fascista. En respuesta, Putin dijo durante una intervención ante los medios de comunicación que si el entonces Alto Comisario de la UE para Asuntos Exteriores hubiera vivido en la España de los años 30 no se hubiera puesto del lado de la República, sino del de los golpistas.
No tenemos ninguna duda de que esto ocurriría tal cual. Menos lobos con el tema de Franco y el franquismo. Como decíamos antes, el PP desde luego no es antifranquista, pero la dirección del PSOE de la actualidad tampoco parece que esté sincera y honestamente en esa posición (cosa muy diferente son sus bases militantes, allí donde las tienen). Estos postureos no van a cambiar las tendencias sociales, ni tan siquiera las electorales. Parece que al PSOE y a sus socios de Gobierno les va francamente mal.
Por último, para finalizar este editorial, queremos abordar dos conceptos sobre la guerra que consideramos útiles en la actualidad, tal como son la “globalización de la guerra” y la “guerra global”.
Estamos en un proceso de globalización de la guerra, proceso al que parece que aún le quedan muchos episodios por desarrollar. La llegada de Trump a la Casa Blanca seguramente va a facilitar la globalización de la guerra, especialmente visto lo visto, pero simultáneamente va a limitar el proceso hacia una guerra global, no porque Trump sea un “pacifista”, sino porque sus posiciones ideológico-políticas son más tendentes al impulso de múltiples guerras locales o regionales que sirvan a los exclusivos intereses de EEUU. Cuestión diferente es la guerra económica: si lo que viene anunciando sobre la política arancelaria se corresponde después con la práctica, desencadenará una guerra económica global.
Vídeo que se ha hecho popular en redes sociales, mostrando las consecuencias de una hipotética anexión de México y Canadá por los EEUU.
La guerra global a la que nos conducía de forma lineal el Partido Demócrata americano y sus aliados en el mundo, como es el caso de la OTAN, se trataba de una confrontación global entre un bloque de aliados en uno y otro bando (ese escenario no debe ser excluido en absoluto). Actualmente parece que esos bloques han perdido al menos temporalmente interés y son sustituidos directamente por los EEUU, aunque muy probablemente se sumen a él los países de lo que se viene denominando imperialismo angloamericano. En este sentido hay que observar lo que ocurre con el Reino Unido, así como con Australia. Esta cuestión, que abordamos por primera vez en un editorial, encontrará continuidad en nuestras próximas reflexiones.
Izquierda Castellana, a 9 de enero de 2025