El imperialismo, un gigante con pies de barro

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La ‘claudicación’ del puente Francis Scott Key en la Bahía de Baltimore, Maryland, tras el impacto de un barco mercante, puede servir perfectamente como alegoría de la situación real del imperialismo yanqui. El puente sobre el río Patapsco era anualmente atravesado por 11,3 millones de vehículos, unos 33.000 vehículos al día. La ciudad de Baltimore es una ciudad de origen irlandés y su historia está ligada a la industria manufacturera, así como a la relevancia de su puerto marítimo, pero desde hace décadas se ha convertido casi exclusivamente en una ciudad orientada al sector de los servicios: lo que genera más puestos de trabajo actualmente son la Universidad y el Hospital Johns Hopkins, centros al menos hasta ahora de gran prestigio en el campo de la Salud Pública. En 2021 vivían en la ciudad 576.000 personas, y en su área metropolitana, unas 2.844.000. Cabe destacar también su trayectoria de lucha obrera y popular: en 1968, como respuesta al asesinato de Martin Luther King en Memphis, hubo movilizaciones muy importantes que supusieron la detención de más de 5.500 personas, con la intervención de la Guardia Nacional.

Es evidente que el brutal atentado en Crocus, Moscú, que se ha cobrado la vida de 139 personas y ha causado cientos de heridos, es una maniobra del conglomerado de la OTAN-imperialismo para hacer el mayor daño posible a Rusia. Puede que los ejecutores materiales hayan sido miembros del ISIS, pero sabemos perfectamente que detrás de los autores materiales están siempre los autores intelectuales, que tanto se encargan de agitar cuando acciones de estas características ocurren en Occidente. En cualquier caso, también es bien conocido que el ISIS es un “monstruo” creado por el imperialismo, y que cuenta con un asentamiento sólido desde hace años en Ucrania. No puede ser casualidad que, cuando una parte de los miembros ejecutores del crimen fueron detenidos, estos se estuvieran dirigiendo a Ucrania para encontrar en este país un lugar seguro. El diario El País, siempre atento a la voz de su amo, en su edición digital del 27 de marzo publicaba un artículo intentando contraponer la versión del Kremlin a la de Lukashenko, presidente de Bielorrusia, como así consta en el titular. Una vez leído este, el contenido para nada se corresponde con el título, sino que refuerza la versión rusa. Esa técnica de falsos etiquetados es cada vez más común en el mundo capitalista.

El Estado ruso está teniendo una actitud en relación con el salvaje atentado que parece inteligente, responsable y civilizada, lo que dará más credibilidad a sus conclusiones finales. La contraparte, el mundo occidental, ha tenido una actitud superficial y servil con los EEUU, destacando desde el primer momento su afirmación de que Ucrania no tenía ninguna relación con el atentado. ¿Cómo se pueden obtener instantáneamente esas conclusiones sin una investigación exhaustiva sobre el asunto, salvo que sepan cómo se gestó y materializó el atentado? Ha sido descarado cómo los medios de comunicación, especialmente en el Estado español, se han regodeado” con las imágenes de los responsables de los atentados debido a las lesiones físicas que reflejaban, induciendo que las declaraciones habían sido conseguidas bajo tortura, y para nada se consideró la posibilidad de que éstas pudieran ser consecuencia de las detenciones. Estamos en contra de la tortura, aquí y en cualquier parte del mundo, como una cuestión de principios; pero los defensores de un Estado donde la tortura es y sigue siendo, cuando se considera necesario, un procedimiento habitual en los interrogatorios, que en muchos casos ha llevado a la muerte de los detenidos, no están para hacer ese tipo de consideraciones hipócritas. Si esto hubiera ocurrido en este país, los detenidos no hubieran salido con vida de los cuartelillos o comisarías (72 murieron en dependencias policiales españolas entre 2010 y 2020), o donde quiera que estuvieran, como sucedió con los presuntos perpetradores del 11M de 2004 en Leganés o con los del atentado en Barcelona el 17A de 2017 en Cambrils.

Sin ir a otros episodios históricos muy significativos que podrían señalarse, y ciñéndonos a lo relacionado con el propio conflicto en Ucrania, aún está pendiente la resolución sobre la autoría de la voladura del Nord Stream II, de los atentados contra el puente de Crimea, de la voladura de la presa de Kajovka o el derribo del avión en el que se devolvían a Ucrania prisioneros de guerra. Por cierto, los prisioneros de guerra ya no quieren ser devueltos a Ucrania, pues temen por su vida. Desgraciadamente las guerras siempre dificultan la investigación sobre el origen de las cosas, pero es difícil encontrar situaciones como las que estamos viviendo actualmente. Tenemos que remitirnos a las guerras impulsadas por el imperialismo angloamericano para encontrar similitudes, como las inexistentes armas de destrucción masiva en Irak con las que justificaron la intervención y destrucción del país, o a las prácticas sistemáticas de ocultamiento de la realidad o de expansión mediática de un falso relato alternativo al que tan dados eran el régimen nazi o, de forma más torpe, el régimen franquista (ahí está el ejemplo del bombardeo de Gernika, que se trató de imputar a “los rojos”). Los poderes mediáticos occidentales enseguida achacaron el atentado a que los rusos no habían escuchado las advertencias de EEUU sobre un inminente ataque. La portavoz del Gobierno ruso contestó adecuadamente, pero esta respuesta no encontró reflejo alguno en la prensa guerrerista española, que actualmente es toda, en el sentido de que eran muy conscientes del riesgo de atentado, pero que una información genérica solo sirve para crear climas de tensión social.

Este atentado tiene una grandísima trascendencia por su carácter especialmente brutal y debería de tener respuesta desde los sectores civilizados en el Estado español. Es un indicador de que avanzamos rápidamente hacia la globalización de la guerra, tal como venimos diciendo en los últimos editoriales; seguramente no tardaremos en ver cómo se abren nuevos frentes para ésta. Quienes estamos contra la guerra, por la paz, la justicia y la civilización, tenemos que adaptarnos rápidamente a la situación actual. Las fuerzas del mal, las del imperialismo angloamericano, la OTAN y sus aliados, siguen con el viejo esquema maniqueo y ultrareaccionario de defender a ultranza la hegemonía de su bloque en el conjunto del mundo, cueste lo que cueste, cuando la realidad lo hace ya imposible. Y en este “cueste lo que cueste” está incluido el uso del terrorismo de forma generalizada como instrumento de guerra. El bloque imperialista ha perdido la capacidad de analizar y evaluar la realidad tal como es. Seguramente han llegado a la conclusión de que una guerra librada por medios tradicionales la tienen perdida de antemano, y recurren a una “guerra híbrida”, como en Rusia o en Palestina, con el terrorismo como herramienta privilegiada para alimentar ese proceso de globalización de la guerra. Los servicios de inteligencia de los países del imperialismo, especialmente los angloamericanos, tienen una larga experiencia en ello, y los “monstruos” construidos por éstos, tipo ISIS, también. Decíamos en el anterior editorial que ante la globalización de la guerra sólo había dos opciones legítimas: intentar impedirla y, si esto no es posible, ganarla. Cada vez parece más difícil lo primero, así que nos tenemos que tomar totalmente en serio la alternativa de ganarla, sin dejar de luchar en lo posible por la opción de detenerla. Quienes estamos por la construcción de un mundo multipolar que suponga un avance para la humanidad y la naturaleza tendremos que trabajar concienzudamente en ello, lo que no será fácil ni estará exento de sufrimiento y sacrificios. Esta nueva etapa de la historia en la que hemos entrado es en la que los pueblos del mundo podemos conseguir la derrota de la barbarie y del imperialismo. Hay que construir nuevos paradigmas, alianzas, estrategias, etc. basados en el análisis de la realidad y de su previsible evolución.

El imperialismo, además de dedicarse a impulsar la guerra y el terrorismo, ha estado generando -y sigue haciéndolo- un embrutecimiento desconocido hasta ahora entre la población, además de imponer sistemática y cotidianamente un pensamiento y unas filosofías irracionales. El papel de los medios de comunicación es crucial para ello. Actualmente le están dando un gran protagonismo a la implantación del hedonismo: “lo único que importa es tu felicidad, aunque se estén muriendo millones de personas por motivos perfectamente evitables”. No es de extrañar que en este contexto moral cada vez haya más problemas con las toxicomanías, un hábito rutinario entre las dirigencias del mundo occidental, así como un protagonismo creciente de todas las formas de abuso sexual contra la infancia, normalizado entre personajes mediáticamente referenciales, como es el caso de Biden o el Dalai Lama. El abuso y la inducción a la prostitución de un número significativo de niñas y niños que teóricamente están bajo la tutela de servicios sociales en el caso del Estado español -y otros- es un fenómeno del que tan solo conocemos la punta del iceberg. El incremento de los delitos sexuales contra las mujeres y la infancia está claramente relacionado con el avance de este neoimperialismo cada vez más degradado y fascista. Los códigos ideológicos del Gobierno de Netanyahu, del ejército hebreo y de una parte significativa de la sociedad israelí son similares o peores que los que se pusieron en marcha durante el nazismo. Uno de los aspectos clave es la asimilación del nazisionismo como ideología dominante en este modelo imperialista decadente, al que solamente se le podrían encontrar algunos paralelismos en la película de Pasolini, “Saló o los 120 días de Sodoma”.

La lucha contra el imperialismo y la guerra que éste sustenta tiene que tener una base muy sólida en la lucha contra el nazifascismo y la decadencia moral. Es muy importante que entendamos esto y que lo hagamos entender al conjunto de la gente. Como decíamos en el titular, el imperialismo tiene los pies de barro. Este imperialismo decrépito y corrompido es también frágil. El futuro de la humanidad está en juego, y aunque a algunos parece no importarles, la inmensa mayoría de la población del mundo, de varios miles de millones de personas, sí que estamos muy interesados/as en el porvenir del género humano y de la naturaleza. Podemos vencer, y venceremos.

Izquierda Castellana, 28 de marzo de 2024

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