
La globalización de la guerra avanza de forma intensa, dramática y cruel en aquellos territorios en que ya está instaurada: Palestina/Oriente Medio y Europa Oriental, especialmente en territorio de Ucrania, pero que se va extendiendo a países limítrofes: Polonia, Moldavia, Rumanía o los Países Bálticos, todos ellos inmersos en una escalada militarista y de provocaciones cada vez más irresponsables hacia Rusia.
El 18 de marzo aparecía en El País una crónica en la que se reconocía formalmente que en Ucrania ya hay tropas de diversos ejércitos de la OTAN (después de reiteradas negativas) cumpliendo actividades de asesoramiento, entrenamiento, inteligencia, etc. Es decir, lo que Macron anunció hace unos días ya está ocurriendo en lo esencial, cosa de la que, por otra parte, eran conscientes todas las personas con un mínimo de conocimiento de la realidad.
¿Cuál será el paso siguiente a dar? En sus términos generales, se puede deducir de las propias declaraciones de los portavoces de la OTAN y del capitalismo occidental en general: “Rusia no puede ganar la guerra en Ucrania, pues tal cosa supondría la derrota de Europa” (realmente quieren decir del capitalismo), a lo que añaden además que a Ucrania le ha ido francamente mal en la contraofensiva de los últimos meses, por lo que hay que “revertir la situación”. ¿Y qué significa “revertir la situación”? Transferir muchos más recursos financieros y armamentísticos -ya están en ello-, y, por supuesto, humanos. Necesitan centenares de miles de soldados, que desde luego no pueden salir de Ucrania, en primer lugar porque la gente no quiere ser reclutada y hace cualquier cosa para evitarlo frente a las brutales actividades policiales de alistamiento forzoso; y por otro lado, porque la demografía ucraniana objetivamente tampoco lo permite. La solución pasa por conseguir esas decenas o centenares de miles de jóvenes en otros países, a través de dos vías: la más o menos voluntaria, engrasada con abundante dinero (por cierto, cada vez con menos valor real) e impulsada por la nauseabunda propaganda antirusa que no es sino una continuación de la propaganda antisoviética (en la que el Estado español tuvo especial maestría, conservada en buena medida: cabe recordar la famosa frase de Felipe González pronunciada en 1981: «Prefiero morir apuñalado en el metro de Nueva York que de aburrimiento en las seguras calles de Moscú», y que entonces generó cierto escándalo, aunque ahora solo provocaría alabanzas en el campo mediático); o bien, llegado el caso, volver a instaurar la mili obligatoria, tal como ya ocurre en diversos países, sobre todo del norte de Europa, y en varios casos para ambos sexos: Lituania, Estonia, Letonia, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega, Austria y Grecia. Esa obligatoriedad vendrá acompañada de grandes promesas: mejorar significativamente el currículum de quienes hagan la mili, acceso a vivienda y trabajo, etc. Es bien conocida la experiencia del capitalismo en la venta de falsos productos.
Seguramente, para la segunda mitad de este año asistiremos a la puesta en marcha de una nueva ofensiva de la OTAN y sus aliados externos contra Rusia, tratando de corregir todas las deficiencias y errores cometidos hasta ahora. Rusia tiene un gran ejército, pero no hay que despreciar al enemigo: la clase dirigente occidental, pese a la histeria y los golpes de pecho, no está preocupada más que de forma superficial por el escenario de una intervención nuclear en este proceso de guerra global que están impulsando.
Decíamos que ante la globalización de la guerra solo hay dos opciones legítimas: pararla o ganarla. Pararla es la mejor opción para la humanidad en su conjunto, pero ello depende en lo fundamental de los países y fuerzas del capitalismo imperialista, y no parece en absoluto que estén por esa opción. El capitalismo, tal como hemos descrito en varios editoriales anteriores, sufre una crisis tan profunda y continuada que difícilmente puede contenerse si no es mediante la globalización de la guerra. Capitalismo, crisis y guerra son realidades estrechamente alineadas en el devenir de ese Sistema desde hace décadas, y en cuanto a guerras globales se refiere, al menos desde hace un siglo, con la llamada Iª Guerra Mundial.
Las guerras generan sufrimiento y embrutecimiento en la población, pero también son una oportunidad para transformar el mundo desde el punto de vista político, social y económico. Ahí es donde han de intervenir las fuerzas auténticamente progresistas. Hemos de aportar todo lo que esté en nuestras manos para frenar el avance hacia la globalización de la guerra, pero si esto no es posible, contribuir a vencer en todos los terrenos al capitalismo imperialista y criminal. Esperamos que las reflexiones que se aportan en los editoriales de la web Pueblo Comunero sean útiles para estas finalidades.
Para construir el futuro, hay que conocer el pasado y analizar con el mayor rigor el presente. Solo de esta manera se puede construir una línea conducente a la victoria. Con esta finalidad vamos a aportar algunos datos que pueden servir para mejorar la capacitación del conjunto del activismo que comparte habitualmente estas reflexiones.
Para la construcción del actual Estado israelí en Palestina, para lo que hubo que expropiar y expulsar de esas tierras a centenares de miles de personas autóctonas, jugó un papel muy importante el llamado Acuerdo de Haavara. Este fue un acuerdo entre el Gobierno nazi alemán -obviamente con la bendición de Hitler- y el sector más sionista de los judíos, que suponía favorecer la emigración a Palestina de los judíos alemanes. El nazi-sionismo no se ha construido de una forma precipitada, sino que tiene una larga evolución desde los orígenes del Estado israelí. En ese momento histórico, en la segunda mitad de los años 40 del siglo XX, cuando ya era clara la victoria de los aliados en la 2ª Guerra Mundial, se dieron procesos en el mundo, todos ellos dirigidos por los EEUU, de cara a reforzar el poder imperial en todas sus vertientes, entre ellos el proceso de incorporación del Régimen franquista bajo la tutela yanqui al mundo occidental y sus instituciones internacionales. El proceso de desnazificación de Europa occidental fue superficial y muy limitado, de lo que podrían ponerse muchos ejemplos, pero el proceso de integración en el “mundo democrático occidental” del Régimen franquista es el más emblemático.

Hoy la situación en Palestina es dramática porque el nazi-sionismo, con el apoyo pleno de los EEUU y del mundo capitalista occidental, tiene muy claro que el genocidio sobre el pueblo palestino es necesario para garantizar su supervivencia estratégica. La política de matar de hambre a la población palestina, y muy especialmente a su infancia (que ya sufre en al menos un tercio desnutrición aguda según informaciones de la ONU), no responde a que “las cosas se les vayan de las manos”, sino que es lo que realmente buscan. Aunque en el campo militar el Estado sionista no lo tiene nada fácil, intenta presionar por la vía del genocidio a las organizaciones armadas palestinas para que claudiquen. El peaje que Palestina está pagando es muy trágico y duro, pero no creemos que los sionistas logren la claudicación de la resistencia. Lo que parece auténticamente imprescindible es que dentro de nuestras posibilidades impulsemos la movilización, pero no solamente genérica, sino concreta, para intentar paliar la tremenda mortalidad en la población palestina, sobre todo entre su infancia.
Las elecciones presidenciales en Rusia se han saldado con una victoria abrumadora de Putin. Tal como era previsible, y comentamos en nuestro anterior editorial, hicieron todo lo posible para ensombrecer esas elecciones, aunque sin éxito alguno. Ahora intentan quitarle valor a los resultados, especialmente por parte de la prensa española, la más cazurra de todo el mundo occidental. Les sucede como en la fábula de la zorra y las uvas: dado que la zorra no podía alcanzar las deseadas uvas de la parra por mucho que lo intentase, al final trató de convencer y convencerse de que estas no le tenían ningún interés. Rusia demuestra hoy una gran fortaleza no solo en lo económico, sino también en lo social, lo militar y en sus relaciones diplomáticas en el plano internacional.
Con respecto a la coyuntura en EEUU, esta es francamente compleja y no hay que descartar absolutamente nada, incluso que no haya elecciones presidenciales si las encuestas indican que Trump las va a ganar. El imperialismo globalista no va a permitir que Trump venza, al menos con su programa actual. La cuestión fundamental pasa por el abandono de Ucrania; salvo que Trump rectifique y se comprometa a seguir apoyando la guerra de la OTAN contra Rusia en territorio ucraniano, las fuerzas políticas, mediáticas, económicas y militares que sostienen al capitalismo globalista del Partido Demócrata y a sus sucursales en el mundo occidental no permitiran que ello suceda, y recurrirán a lo que sea necesario para que esto sea así.
Izquierda Castellana, 19 de marzo de 2024