
Desde hace un tiempo, especialmente desde el pasado 7 de octubre, se viene deslizando la teoría de que Hamás es un grupo organizado y financiado, entre otros, por el propio Estado de Israel para debilitar a las organizaciones históricas palestinas incluidas en la OLP y a la Autoridad Nacional Palestina. Algunos van más allá, y sugieren incluso que la operación “Inundación de Al-Aqsa” desatada por la resistencia el pasado 7 de octubre era conocida con anterioridad por Israel, que simplemente “dejó hacer” para después poder aplicar una “solución final” al “problema de Gaza”. Estas sonrojantes hipótesis, que se difunden incluso dentro del campo del antiimperialismo, son tremendamente paternalistas hacia la lucha del pueblo palestino, además de derrotistas al apuntalar la idea de que no hay manera posible de vencer al sionismo, transformando sus fracasos más estrepitosos nada menos que en brillantes estrategias.
Antes de la aparición de Hamás en 1987, la OLP tenía numerosísimas contradicciones y una operatividad más que cuestionable, en lo militar y en lo político. La organización había sido desarraigada del Líbano en 1982 tras la invasión del pequeño país por parte de Israel, y después de librar una heroica lucha de resistencia en Beirut y en otras zonas durante varias semanas. Finalmente, mediante una serie de negociaciones, los cuadros y combatientes de la OLP acordaron su salida del país bajo la supervisión internacional, dejando atrás a multitud de civiles palestinos; muchos de ellos fueron masacrados posteriormente en los campos de refugiados por las falanges maronitas libanesas con el pleno apoyo material de Israel, desastre que pesó enormemente en las conciencias de los militantes de la OLP, quienes suponían garantizada la seguridad de estos civiles cuando abandonaron el país.

La expulsión de la OLP del Líbano tuvo una consecuencia inesperada e indeseada para el Estado sionista: trasladó el foco de resistencia al interior del propio territorio palestino, después de décadas en que ésta se había coordinado y ejercido desde otros países árabes (fundamentalmente Jordania, Siria, Egipto y Líbano). En 1987 estalló en Gaza, Cisjordania y Jerusalén la Primera Intifada, la “Intifada de las Piedras”, que pilló totalmente por sorpresa tanto a Israel como a la cúpula de la OLP, ahora reubicada en Túnez. La Primera Intifada fue coordinada por liderazgos locales dentro de Palestina y se caracterizó por sus masivas movilizaciones, huelgas, boicots y el desarrollo de diferentes fórmulas de desobediencia civil que, pese a ser esencialmente no violentas, fueron reprimidas con tremenda dureza por el Ejército invasor. La Intifada logró unificar al país en torno a la resistencia, además de conseguir que la imagen global que existía sobre los palestinos mejorase en todo el mundo después de décadas en las que la narrativa impulsada por la propaganda sionista había sido hegemónica. La OLP desde el exilio trató de ponerse a la cabeza de aquellas reivindicaciones y movilizaciones de la Intifada, pero pronto surgieron tensiones entre quienes llevaban muchos años fuera de Palestina y quienes estaban protagonizando efectivamente la nueva fase de resistencia dentro del país.
Hamás nació formalmente el mismo año que comenzó la Intifada, en 1987, y lo hizo en Gaza, el territorio palestino más golpeado a lo largo de un siglo de colonización y guerras. Del caldo de cultivo de los campos de refugiados y de las atestadas ciudades de la Franja de Gaza, invadida y bombardeada una y mil veces, nacieron los líderes de Fatah y de la OLP, consiguió sus mejores resultados el FPLP, surgió Hamás y también la Yihad Islámica. Gaza siempre puso a sus hijos a la vanguardia de la resistencia palestina. La aparición de Hamás cubría la necesidad evidente de una dirección de la lucha popular dentro de Palestina. El que haya habido alguna colaboración puntual, financiera o del tipo que fuera con Hamás por parte de diversas fuerzas de la región, incluyendo Israel, no cuestiona para nada la esencia de este asunto. En apoyo a esta reflexión, cabe traer a colación un conocido ejemplo histórico: para que Lenin pudiera llegar a San Petersburgo y tener un papel protagónico en la dirección del proceso revolucionario soviético, antes tuvo que pactar su transporte al interior de Rusia en un tren blindado del Ejército alemán, en aquellos momentos en guerra con el Imperio ruso. Ese hecho no cuestiona la legitimidad del proceso revolucionario ni el papel de Lenin en él. Los procesos revolucionarios siempre son complejos y en ellos, a veces y de forma puntual, suceden alianzas que sacadas de contexto son difíciles de entender.

El descrédito total de la OLP sin embargo llegaría en los 90, cuando sus líderes firmaron los vergonzosos Acuerdos de Oslo (1993) y retornaron del exilio tunecino para instalarse en Cisjordania en calidad de Autoridad Palestina. El papel encomendado por Israel a esta Autoridad Palestina fue el de ejercer como fuerzas de seguridad subcontratadas por la potencia invasora, no para proteger a los palestinos, sino para vigilarlos, sofocar las protestas e impedir posibles ataques contra los intereses y colonos israelíes. Aunque muchos palestinos creían que de aquellos Acuerdos se acabaría derivando en un corto plazo la construcción de un Estado propio, con el paso de los años se evidenció que lo que se había firmado era, tal y como denunciaba Hamás, una claudicación. Mientras los miembros de la Autoridad Palestina adquirían cierta posición ventajosa en el seno de la población palestina, las condiciones de vida de la mayoría social empeoraban fruto de la consolidación de la ocupación. Las imposiciones fueron especialmente duras para la Franja de Gaza, que fue quedando aislada hasta el punto de convertirse en el campo de concentración que es hoy en día.
Fue este malestar el principal combustible para el gran auge de una combativa Hamás, crítica con el antiguo liderazgo palestino que después de décadas de dolorosa lucha armada renunciaba a la confrontación y se conformaba con administrar –sin soberanía, jurisdicción ni autoridad real- las migajas ofrecidas por Israel en Oslo; durante esos años y los que vendrían después, los miembros de Hamás serían perseguidos, encarcelados y torturados en las cárceles por los palestinos que estaban al frente de la Autoridad Nacional, lo que crearía una gran brecha entre facciones. Igualmente, la acumulación de la creciente frustración por las expectativas malogradas llevó al estallido de la Segunda Intifada a partir del año 2000, precipitada por una provocadora visita de Ariel Sharón a la Explanada de las Mezquitas / Monte del Templo en Jerusalén, y que en este caso adquiriría tintes mucho más violentos.

Pese a las presiones de la sociedad palestina, desde las calles y sobre todo desde las cárceles, para que se produjese un proceso de reconciliación y de recomposición de la unidad del movimiento nacional, las intentonas se vieron frustradas por la presión ejercida por Israel para evitarlo. El asedio israelí de la Franja de Gaza bajo control de Hamás se intensificó en estas últimas décadas, con ofensivas terrestres y bombardeos, que contaron con la humillante connivencia de la Autoridad Palestina establecida en Cisjordania, ahondando el abismo. El desarrollo de las tensiones entre facciones palestinas merecería un capítulo aparte, por su complejidad, pero la idea principal es que con el paso del tiempo Hamás ha ido ganando popularidad y respeto social, mientras sus rivales de Fatah erosionaron gran parte de su capital político. Sugerir que Israel ha estado impulsado a Hamás por temor a la Autoridad Palestina (débil y sumisa) es simplemente un auténtico disparate, pero se puede leer de todo estos días.
Entre los viejos trucos del sionismo, practicados igualmente por el imperialismo en todo el mundo, se encuentra el deshumanizar e inhabilitar políticamente al adversario tratándolo de terrorista; a ello se une la victimización que le permite a la comunidad judía haber atravesado la dramática experiencia del Holocausto. Igual que hoy se esfuerzan en hacer pasar a Hamás por una organización terrorista, incluso asociándola burdamente con el nazismo, en el pasado Israel también dio idéntico tratamiento a Fatah y a la OLP, y en general a cualquier organización o facción palestina que no fuera sumisa al sionismo, llegando el Primer Ministro M. Beguín a asimilar a Arafat con el mismísimo Hitler. Ese anzuelo del terrorismo, en el que muchos parecen seguir estando dispuestos a picar, ha servido para justificar durante un siglo los asesinatos “preventivos” y “selectivos” de incontables líderes palestinos, tanto laicos como islámicos.

Hamás es efectivamente una organización de corte islámico, cuyo origen debe ponerse en relación con los Hermanos Musulmanes egipcios, pero su propia práctica ha hecho que construyan una línea política ajustada a las necesidades actuales de los palestinos, en contraste con el desprestigio generalizado que se ha labrado el nacionalismo palestino laico en las últimas décadas. Lo cierto es que Hamás no depende de los poderes árabes (ni persas), sino fundamentalmente de la legitimidad que se ha forjado entre su pueblo, y está demostrando un avance significativo en su capacidad política y militar.
Cuando Hamás acepta la solución de un doble Estado, sin reconocer formalmente al de Israel, en nuestra opinión no hace ninguna trampa, sino que se adapta a la realidad, a la construcción de lo posible. La materialización de un Estado palestino es una tarea muy compleja, que cuenta con poderosos enemigos. Además de las dificultades para construir un Estado palestino, puede intuirse que darle continuidad a ese Estado en el tiempo será aún más complicado. Sectores significativos del Estado de Israel y del Gobierno Netanyahu están en contra de la solución de dos Estados, pero una cuestión diferente es que puedan mantener esa posición al margen de la realidad y de la evolución de los hechos sobre el terreno. Un elemento a menudo ignorado por parte de los analistas y los movimientos de solidaridad es que en Israel se están produciendo movilizaciones masivas y cualitativamente muy sustanciales exigiendo la dimisión de Netanyahu y la liberación de los rehenes aún cautivos, mientras arrecian las críticas a la política de su Gobierno; este aspecto es para l@s revolucionari@s mucho más significativo que la cantidad de diputados laboristas o socialdemócratas que se sienten en el Knéset, quienes por cierto históricamente han saboteado de igual modo que los sionistas mesiánicos de la extrema derecha la materialización de un Estado palestino. Ese escenario de gran confrontación política que se está viviendo dentro de Israel lo alimentan en buena medida las fuerzas revolucionarias palestinas con su propia práctica.

Es importante que el pueblo palestino bajo la dirección de la resistencia gane esta guerra, y con eso no nos referimos a que sus milicianos lleguen hasta Tel Aviv o a que destruyan al Ejército israelí, sino a que se alcancen unas conversaciones de paz sobre el futuro de Palestina en las que se reconozca a Hamás como un interlocutor válido, cuya presencia es imprescindible en las negociaciones, como decíamos en el anterior editorial. Para las fuerzas progresistas que están ejerciendo la solidaridad internacionalista con el pueblo palestino, la línea fundamental de trabajo debería ser la de asegurar que Palestina y sus organizaciones de vanguardia cuentan con recursos suficientes para sostener su lucha de liberación nacional anticolonial. Igualmente, hay que desenmascarar y deslegitimar a quienes niegan la posibilidad de un Estado palestino, así como a quienes demandan que sea la OTAN quien supervise la tregua o alto el fuego que ponga fin a este ciclo de guerra. Sin lugar a dudas la correlación de fuerzas, tanto dentro de Palestina como en el ámbito internacional, es ahora mucho más favorable que la existente hace unos años.
Izquierda Castellana, 8 de diciembre de 2023