
El Gobierno palestino, en voz de su primer ministro, Muhammad Shtayyeh, afirmó que el único detonante de la actual situación sigue siendo la sumatoria de crímenes y violaciones del Ejército y de los colonos de Israel, durante décadas de usurpación.
Por tanto, dijo, «la única salida para detener el derramamiento de sangre es parar los ataques contra nuestros ciudadanos, y crear las condiciones para un nuevo proceso de paz, basado en las resoluciones del Consejo de Seguridad de la onu», y reiteró que los palestinos tienen derecho a defenderse ante la constante agresión y ocupación de sus tierras.
Pero lo justo no es rasero para un Gobierno sionista que ha demostrado no tener límites en su crueldad, al desbocarse en una andanada de bombardeos que han arrasado, a la vista del mundo entero, con zonas civiles densamente pobladas, incluso usando fósforo blanco, un crimen de guerra, según el Derecho Internacional, denunció Hispantv.
La Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios señaló que «más de 17 500 familias, que suman más de 123 538 personas, fueron desplazadas internamente» en ese territorio, por los ataques.
La reacción y la autodefensa, todo el mundo lo sabe, son meros pretextos de Israel. La filosofía de su agresividad contra Palestina se confirma todos los días en las afirmaciones belicistas del primer ministro, Benjamín Netanyahu: «Lo que le espera a Hamas será difícil y terrible (…) Les pido que se mantengan firmes, porque vamos a cambiar Oriente Próximo».
Ayer se conoció que, como parte del asedio genocida, Israel cortó el servicio de agua a la Franja de Gaza, un día después de interrumpir los suministros de electricidad y de combustible, expresiones de un «bloqueo total».
El saldo más sensible, como es de esperar, ya se cuenta en vidas perdidas y mutiladas: hasta ayer la brutal ola de bombardeos israelíes había matado a 510 palestinos, entre ellos 91 niños, y registraba 2 700 heridos, según la Media Luna Roja.
Desde Occidente, el apoyo de siempre a los agresores, con Estados Unidos a la cabeza. Esta vez no se trata de Rusia. ¿Qué van a decir ahora? ¿Acaso esta es una guerra buena?
No, no lo es, y Occidente lo sabe, pero es otra guerra, y eso siempre les conviene.