
Ni güelfos ni gibelinos
La batalla electoral entre los partidos políticos que apoyan al actual “Gobierno de Progreso” y los que teóricamente apoyarían la constitución de un Gobierno alternativo, al que Pedro Sánchez ya ha denominado como “de la involución”, no genera especial interés -y no digamos entusiasmo- entre las clases trabajadoras, por mucho que se empeñen en los medios de comunicación y en redes aquellos sectores afines a uno u otro bando. Y esto porque uno u otro Gobierno potencial, con muy pequeños matices, están igualmente contra los intereses objetivos del pueblo.
A lo largo de la historia pueden encontrarse numerosos ejemplos de conflictos entre poderosos por mantener o aumentar sus privilegios, conflictos en los que ciertamente sufrían o morían de forma numerosa casi en exclusiva las gentes del pueblo. Ayer, como hoy, intentan que seamos siempre la carne de cañón. El conocimiento de la teoría revolucionaria, especialmente del leninismo, así como la inteligencia colectiva con capacidad para buscar y aplicar una línea teórica propia y construir un movimiento práctico propio que defienda los intereses del pueblo trabajador, es una tarea principal en esta coyuntura histórica.
En los siglos XII y XIII Europa se dividió en buena medida entre dos bandos, algo que afectó especialmente a los territorios italianos y alemanes: por un lado los güelfos, partidarios del poder temporal (político) del papado, y por otro los gibelinos, partidarios de que este fuera exclusivo del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Eso llevó a una serie de conflictos cívico-militares en los que el pueblo moría o se lisiaba en un conflicto que en absoluto afectaba a sus intereses objetivos. Podríamos compararlo con lo que hoy sucede en el Estado español, pero sería darle demasiada importancia a la batalla electoral española. Más parecido tiene en su “auténtica importancia” a la guerra entre montescos y capuletos, en la que se enmarca la tragedia de Romeo y Julieta, que no pasaba de ser una guerra latente entre parroquianos, o aún más con el debate alrededor de la barbie vieja y la barbie nueva.
Desde hace siglos, antes de la Revolución de Octubre, ha habido movimientos revolucionarios muy potentes, que aunque en general no consiguieron plasmar todos sus objetivos sí que fueron de excepcional utilidad para el avance de la teoría y la práctica revolucionarias. Dos ejemplos universalmente conocidos y que dejaron un profundo poso en sus pueblos respectivos son la Revolución comunera en Castilla de 1519-1522 o a la Comuna de París de 1871.

Aunque actualmente tenemos la experiencia histórica de numerosos procesos revolucionarios triunfantes, por supuesto con sus limitaciones (estamos hablando de construir la soberanía y el socialismo, no del asalto a los cielos), se puede comprobar de forma nítida que una de las principales tareas de la reacción, en cualquiera de sus variantes, es intentar impedir la articulación teórica y práctica de los movimientos populares revolucionarios, en lo que también va incluido la cuestión organizativa y anímica. A ello dedican todo tipo de recursos y durante todo el tiempo que sea necesario, incluso cuando formalmente proyectos de tales características han alcanzado el poder, como en los casos de Cuba y China. Pero a pesar de todo ello, en la actualidad los procesos auténticamente transformadores y revolucionarios no solamente son posibles, sino estrictamente necesarios.
En el Estado español el Régimen del 78 ha tocado fondo, está estratégicamente acabado. Pero no lo van a reconocer y lo van a defender con uñas y dientes, tratando de hacernos creer que la gestión del mismo por unos u otros es muy diferente. Mientras cuele esa falsedad, tienen salvados sus privilegiados puestos de trabajo en las instituciones financiadas con el esfuerzo y sudor de la clase trabajadora.
Es curioso cómo ninguno de los medios, ni audiovisuales ni escritos, ni de la izquierda ni de la derecha del Régimen, ha hablado de la abstención después del día 23J, aunque durante las semanas previas nos han machacado en su contra. A pesar de la brutal campaña de presión emocional para votar, la abstención ha rozado los 10 millones y medio de “votos”, siendo la opción electoral más apoyada de todas. Si a ello sumamos los casi medio millón de sobres vacíos y papeletas nulas, superan el 30% del censo total. A la espera del recuento del voto CERA, el PP, el partido más respaldado, tuvo 8.091.840 votos, y el PSOE 7.760.970, esto es, se quedaron a una distancia de más de dos millones de votos respecto a la suma de la abstención, voto nulo y blanco.
En el conjunto de Castilla, la abstención alcanzó a 2.316.987 personas, a la que habría que sumar 68.412 votos nulos y 53.348 en blanco. Aunque haremos un análisis más pormenorizado de todo ello, adelantamos que la abstención fue mayoritaria en muchos de los barrios precarizados de Madrid y de otras ciudades castellanas.
No queremos finalizar el editorial sin hacer un comentario, sin acritud, sobre algunas consideraciones de los resultados electorales hechos en la línea de que si Euskadi y Cataluña no hubieran participado hubiera ganado claramente PP-Vox. Estas consideraciones están impregnadas de un profundo chauvinismo nacionalista pequeñoburgués, además de una evaluación totalmente idealista de la importancia de los resultados electorales. Simplemente queremos recordar que Castilla, con Madrid a la cabeza, estuvo al frente de la auténtica lucha antifascista -aquella sí, muy real- cuando se produjo el levantamiento del 18 de julio de 1936, que fue derrotado. Mientras el ejército vasco se rendía en Santoña el 24 de agosto de 1937, el pueblo organizado y armado seguía resistiendo en Madrid, y nunca se rindió ni fue derrotado militarmente, sino que fue traicionado por un sector del PSOE y de la CNT. Sería muy conveniente un poco de humildad y conocimiento serio de la historia real de la lucha antifascista y antimilitarista en el Estado español.
Pedro Sánchez es un aventurero sin escrúpulos, dispuesto a cualquier cosa por mantenerse en el poder, incluyendo alentar enfrentamientos civiles al margen de los intereses de las clases populares, intentando crear falsas trincheras que solo benefician a su casta; es una especie de mezcla entre Zelensky y Kerensky. Zelensky ha montado una guerra para la OTAN de la que solo él y su camarilla, además de la propia OTAN, obtienen beneficios. Mientras, decenas de miles de ucranianos mueren en el frente, en una guerra perdida de antemano, por mucho que sus medios propagandísticos intenten hacer creer a la opinión pública de lo contrario, por cierto, cada vez con menos convicción. Kerensky fue el jefe del Gobierno Provisional en Rusia antes de la Revolución bolchevique, quien en contra de la voluntad de la mayoría del pueblo dio continuidad a la presencia del ejército ruso en la I Guerra Mundial, con todo lo que ello significaba para las clases trabajadoras rusas. Kerensky es la expresión política más acabada de la política del Partido Kadete, al que Lenin y los bolcheviques criticaban especialmente por generar falsas expectativas sobre las posibilidades reformistas del Régimen autocrático zarista. El actual “Gobierno de Progreso” es una clara apuesta en ese mismo sentido; cuando les hacemos una crítica radical es únicamente por cuestiones ideológico-políticas, en el mismo sentido que los bolcheviques hacían al Partido Kadete.
Izquierda Castellana, 27 de julio de 2023