
Vivimos en una coyuntura histórica de gran intensidad, de nuevo llena de incertidumbres. Al contrario que en otras ocasiones, en las que el sistema hegemónico tenía garantizada su reproducción estratégica (aunque para ello tuviera que dejarse algunos pelos en la gatera), actualmente la situación está totalmente abierta en cuanto a las posibles salidas. Puede volver a ganar la reacción, el bloque dominante español que sostiene al Régimen del 78 en cualquiera de sus versiones y en creciente dependencia de la UE y del imperialismo angloamericano. Pero también pueden triunfar las fuerzas auténticamente progresistas y soberanistas, aquellas que queremos abordar a fondo y solucionar las graves contradicciones que atraviesan a las sociedades de las naciones bajo jurisdicción del Estado español.
Desde el punto de vista de la explotación de clases, aumentan las diferencias entre ricos y pobres, y cada vez es mayor el número de muertos condicionados por esa explotación (826 en 2022). Del mismo modo, los datos objetivos al margen de propaganda evidencia que aumenta la violencia y discriminación de género en relación con el refuerzo del sistema patriarcal capitalista (54 feminicidios en lo que va de año 2023). La precarización de la vida de la juventud se profundiza, y de ahí -y solo de ahí- se deriva que los suicidios se hayan convertido en la primera causa de muerte entre ese sector de la población, además de haber aumentado brutalmente las autolesiones. Son también evidentes, al margen de discursos vacíos de contenido, los ataques a la soberanía de los pueblos en el Estado y a la soberanía de los propios Estados en el seno de la UE, al servicio de lo que antiguamente se denominaba Troika, ahora representada por Ursula Von der Leyen, Josep Borrell y Charles Michel, troika a la que habría que añadir a Jens Stoltenberg. Si a ello añadimos la guerra que la OTAN está desarrollando en territorio de Ucrania en contra de Rusia y los avances militaristas que se están produciendo en otras partes del mundo, especialmente en el Indo-Pacífico, nos encontramos con un escenario parecido al previo a la II Guerra Mundial y que camina de la mano del imperialismo occidental hacia la tercera.
En el plano militar, el reforzamiento de esa tendencia es evidente, y los países que dominan el sistema imperial occidental van a la cabeza. Los incrementos constantes de los presupuestos militares, asociados a la transferencia cada vez más espectacular de dinero para la guerra en Ucrania, son claros indicadores. En el plano político y cultural las cosas no le van bien al “bando de los malos”, es decir, al del imperialismo. África ha dejado claro que no está por apoyar una guerra como la perseguida por la OTAN, y se mantiene firme en esa posición. Ahora Latinoamérica, en la cumbre UE-CELAC, está manifestando una posición similar. A pesar de que Pedro Sánchez se había adelantado al invitar a Zelensky a la Cumbre, los principales líderes de la CELAC han vetado su asistencia (presencial y virtual) y hay tremendas dificultades para acordar un documento final puesto que el imperialismo quiere incluir una fuerte condena a Rusia y los países de la CELAC no comparten esa pretensión. En el plano económico las cosas también evolucionan de forma mucho más compleja que en el militar: el proceso de desdolarización de la economía internacional, con todas sus dificultades, sigue en marcha, y el empuje de la alternativa de los BRICS adquiere cada día más apoyos y posiblemente se acabe convirtiendo, después de la próxima cumbre de agosto, en el marco de colaboración económica que acoja al mayor número de población y PIB mundial.

Este panorama es muy diferente del existente cuando se produjo el avance del nazi-fascismo a partir de los años 20 y muy particularmente después del inicio de la II Guerra Mundial, cuyo primer capítulo se libró en el Estado español, y donde la falta total de apoyos de las potencias occidentales al Gobierno republicano fue un anticipo de la que sería su actitud ante la propia guerra mundial: la colaboración con el eje nazi-fascista esperando que estos se centraran exclusivamente en la lucha contra la Unión Soviética. Sería la invasión de Polonia -después de otras anexiones territoriales en el centro de Europa por parte del ejército nazi alemán- la que desencadena la II Guerra Mundial, y ello debido a la determinante presión de la opinión pública, así como por la presencia de Churchill como Primer Ministro en el Gobierno Británico (quien, aun siendo un tremendo reaccionario, no estaba dispuesto a aceptar la hegemonía del nazismo en la Europa continental y a medio plazo en las Islas británicas).
Cuando se es contemporáneo a ciertos hechos históricos de suma importancia no es nada excepcional que amplios sectores de la población no lo perciban; de hecho, podríamos decir que es lo más frecuente. Habitualmente sucede que solo cuando estos hechos están muy avanzados se tome conciencia de su verdadera dimensión. En el caso del Estado español, muy especialmente en Castilla y con Madrid a la cabeza, ha habido una especial perspicacia para captar esos momentos históricos. Así ocurrió con la invasión napoleónica francesa y el levantamiento del 2 de mayo de 1808, y así ocurrió con la resistencia ante el levantamiento militar fascista de 1936. El pueblo trabajador de Madrid asaltó el Cuartel de la Montaña en el que se habían refugiado los militares fascistas y los falangistas, y sin apenas armas derrotó a los golpistas. También fue derrotado el Golpe en otros puntos de Castilla y en la mayoría de territorios y pueblos del Estado español. La derrota del golpe dio paso al plan B del bloque militar fascista: la guerra contra los pueblos del Estado, para lo que tuvieron que recurrir a los ejércitos fascistas extranjeros y a tropas mercenarias africanas.
El Ejército de África, “era el típico ejército colonial, compuesto por las unidades indígenas, las mehallas y el tercio de extranjeros. Las filas de estas unidades se nutrían de marroquíes reclutados en las cabilas más atrasadas, de aventureros de distintos países huidos de la justicia o simplemente de individuos desclasados, que se convertían en desalmados mercenarios capaces de todos los crímenes. Estas fuerzas heterogéneas y apátridas estaban dirigidas y encuadradas por la oficialidad más reaccionaria del ejército español”. (Georges Soria, Guerra y revolución en España, 1936-1939).
La llamada Operación Estrecho fue una operación rápida de transporte militar por vía aérea que comienza a finales de julio. En ella participan 20 aviones de transporte «JU52» de la aviación nazi con sus tripulaciones respectivas y 11 aviones «Saboya 81» de la aviación fascista italiana, también con sus tripulaciones respectivas, que llegan a África el 28 de julio. Las flotas de ambos países (Alemania e Italia) apoyaron la operación, así como algún navío inglés que estaba en la zona y que también colaboró activamente. Este fue el primer puente aéreo de la historia militar. En la Operación Estrecho fueron trasladados desde Tetuán a Sevilla y Jerez en muy pocas horas unos 14.000 efectivos del ejército de África.

El Ejército de África, que llego a tener 100.000 componentes, tenía plena libertad para asesinar, violar o robar, y así lo hicieron sistemáticamente recurriendo al comportamiento clásico de un ejército colonial de ocupación. Las otras grandes aportaciones desde el inicio de la guerra a las fuerzas franquistas fueron las de los ejércitos alemán, italiano y portugués. Se calcula que 50.000 miembros del Ejército nazi participaron en la guerra en el Estado Español, lo que además les sirvió como campo de ensayo para la II Guerra Mundial. Entre 100.000 y 120.000 miembros del Ejército italiano, con un equipamiento impresionante, estuvieron también encuadrados en las fuerzas franquistas. Finalmente, más de 20.000 miembros del ejército portugués participaron activamente. Portugal jugó además un papel de principalísima importancia como retaguardia de la insurrección militar-fascista y posteriormente en la guerra: sus carreteras, sus aeropuertos, sus infraestructuras de telefonía y telégrafos o sus puertos eran libremente utilizados por los fascistas españoles y sus aliados internacionales. Su policía política colaboró estrechamente en la represión del bando antifascista, siendo devueltos más de 5.000 refugiados republicanos a las autoridades franquistas.
Para llegar a la constitución del Frente Popular y su victoria en febrero de 1936 se hubo de pasar antes por la derrota de 1934, que dio paso al llamado “Bienio Negro”. En 1934 las fuerzas republicanas burguesas sufrieron una derrota electoral a mano de las derechas, esencialmente porque no habían cumplido ninguno de los compromisos adquiridos con el pueblo, y este optó por la abstención. De ningún modo se habían pasado a posiciones de derechas, tal como se vio muy poco tiempo después, pero no podían permitir que algunos partidos, que en el mejor de los casos eran vacilantes entre la defensa de los intereses burgueses y los de los trabajadores/as, se chulearan de las clases populares. Hacemos hincapié en esta parte de nuestra historia porque prevemos que algo similar podría pasar con las elecciones del 23J del 2023. Habrá una altísima abstención de izquierdas, pero en absoluto eso quiere decir que la gente prefiera que gane la derecha.

La gente del pueblo lo que quiere es que los partidos políticos que teóricamente dicen representar a las clases populares actúen adecuadamente, y no de forma descarada al servicio de sus intereses corporativos. Esta es la lección que hemos de sacar de las elecciones del 2023. Será necesario articular un nuevo “pacto social” entre las fuerzas políticas de izquierdas y las organizaciones sindicales y sociales para que se imposibilite que las promesas electorales sean incumplidas. Partiendo de la experiencia de los últimos años esto parece imposible, pero no lo es. En este editorial no vamos a desarrollar un proyecto detallado en ese sentido, pero lo iremos haciendo una vez pasen las próximas elecciones generales. No es tan difícil como parece si hay fuerza en la calle para ello.
Izquierda Castellana, a 18 de julio de 2023