¿Inglés o británico, castellano o español?

Comparte este artículo:
Entre los días 27 y 30 de marzo se celebró el IX Congreso Internacional de la Lengua Española en la ciudad andaluza de Cádiz. Estaba previsto que se celebrase en Arequipa (Perú), pero la situación social y política en el Estado andino aconsejó que se trasladase a otro lugar. El anuncio tardío de celebración en Cádiz puso a prueba la capacidad de improvisación e ingenio de los responsables de la organización del Congreso de la Lengua y de un sector de la ciudadanía, que percibió el interés de implicarse en el asunto. Ello condujo a una iniciativa social y política sugerente, y parece que con cierto gancho: la de poner en valor el “habla gaditana” a través de la reivindicación de un conjunto de términos de uso habitual en Cádiz. Este fenómeno, el del habla particular de una zona en relación con el idioma común, se produce en casi todos los lugares con mayor o menor fortuna. Si el Congreso se hubiera celebrado en Madrid, tal vez a las instituciones del lugar se les hubiera ocurrido una campaña de promoción del “castellano castizo” que se hablaba y se habla aún, en alguna medida, en Madrid. Tal cosa hubiera podido ocurrir también en Salamanca, en La Mancha, en Tierra de Campos o en Logroño, por poner algunos ejemplos.
Exposición de términos empleados en Cádiz con motivo del IX Congreso Internacional del Español. Diario de Cádiz.

Sin embargo, no parece que el mencionado Congreso haya servido para profundizar en la reflexión sobre el debate, no solo lingüístico -que también-, sino esencialmente político, que se ha dado y se sigue dando en cuanto a la denominación que la lengua romance propia de Castilla debe recibir: ¿castellano o español? Estamos en una fase en que las posiciones españolistas tienen circunstancialmente la hegemonía en ese debate.

La primera gramática sobre nuestra lengua, considerada la primera de las gramáticas elaboradas sobre las lenguas romances, fue la de Antonio de Nebrija. Publicada en 1492, recibe el nombre totalmente preciso de Gramática de la Lengua Castellana. Los clásicos de la literatura de los siglos XVI y XVII -Fernando de Rojas, Luis de Góngora, Teresa de Jesús, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Baltasar Gracián, Tirso de Molina, Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca…- se refirieron al idioma en que produjeron su obra intelectual como lengua castellana.

Desde el punto de vista democrático es importante señalar que durante el proceso constituyente de la II República también se debatió sobre esta cuestión de la denominación de la lengua. En el debate intervinieron intelectuales de primer nivel, que eran además políticos por vocación y convicción, por auténtico espíritu de servicio a la sociedad. Estos concluyeron que el nombre adecuado era el de castellano. Intervinieron, entre otros, Unamuno, Rodríguez Castelao por el Partido Galleguista, Jiménez de Asúa, del PSOE, Jesús María Leizaola del PNV, el catalán Jaume Carner… Transcribimos una parte referida a la intervención de Rodríguez Castelao en la mencionada comisión:

Censura la hostilidad que ha padecido la lengua gallega, causante de que «los niños de las escuelas gallegas crean que hablar castellano es hablar bien, y que hablar gallego es hablar mal». Frente a esa actitud se alza el carácter profundamente popular del gallego, ‘hablado por la inmensa mayoría de los habitantes de Galicia’, ya que ‘en estos últimos años, con el evidente renacer de nuestros estudios y nuestra literatura, el gallego consiguió, logró categoría de lengua culta’. Con su dignificación, se facilitará «la comprensión ibérica», porque «el galaico-portugués es hablado por unos 40 millones de personas» (…) Manifiesta Rodríguez Castelao que «los galleguistas no queremos más que una cosa: que el gallego, si no en lo oficial, sea por lo menos tan español como el castellano». – El establecimiento del castellano como lengua oficial

Los intelectuales referidos de los diversos pueblos concluyeron y defendieron que el nombre oficial del idioma común del Estado español fuera el castellano.

A pesar de la mediocridad de sus autores, en la Constitución vigente de 1978 de nuevo se vuelve a denominar como castellano al idioma oficial del Estado. Muy poco tardó en iniciarse la ofensiva a favor de la denominación de español, denominación anticonstitucional, pero que en este caso no les importa lo más mínimo a quienes suelen considerar que todo lo que dice la Constitución del 78 es sagrado, y que salirse de ella supone un tremendo delito.

No es español, es castellano. Es el idioma nacido y propio de Castilla, gestado en la relación del latín con los idiomas prelatinos de los pueblos que vivían en lo que hoy es Castilla, así como de los idiomas germánicos y también del árabe, que fue la lengua principal en el siglo IX en aquellos territorios bajo jurisdicción del Estado español. El castellano, desde hace siglos, tiene una proyección global, impulsada de mano del proyecto imperial, primero de los Habsburgo y después de los Borbones. Con la decadencia de este proyecto imperial a partir del siglo XVIII, el castellano perdió una buena parte de su pujanza, especialmente en Europa. De ser idioma principal y habitual en los intercambios diplomáticos durante el siglo XVII en las cortes europeas, pasó a ser un idioma que no tiene ni el estatus de lengua de trabajo en las instituciones de la UE, cualidad que sí tienen reconocida el inglés, el francés y el alemán.

Carajote tocando el cajón durante el Congreso

Las lenguas sustentan su influencia en la potencia de la base socioeconómica que tiene la formación social que la emplea como su lengua nacional. Las bases socioeconómicas del castellano son cada vez más precarias en el Estado español, en paralelo a la decadencia y colonización interior de Castilla por ese Estado y por el conjunto de la UE. Es la realidad iberoamericana la que da el sustento principal a nuestra lengua común: Puerto Rico, Nicaragua, Cuba, Venezuela, Argentina, Colombia o Bolivia son países en donde el idioma es un símbolo en positivo de identidad y resistencia al imperialismo yanqui y sus procesos continuos de colonización cultural y lingüística. El caso de Puerto Rico es quizá el más paradigmático al respecto.

A nadie en su sano juicio se le ocurre hacer una apuesta por la denominación del inglés como británico, a pesar de que esa fue la lengua de comunicación en el Imperio Británico y tiene su continuidad hoy como lengua del Imperio yanqui. El mundo angloamericano tiene multitud de defectos, pero también tiene importantes virtudes, especialmente en el ámbito intelectual. El Estado español tuvo la desgracia, desde la llegada de los Borbones, de inclinarse hacia la cultura francesa, especialmente hacia su estructuralismo; este tuvo bastantes utilidades, muy especialmente en la filosofía del racionalismo francés, pero en España fue simplemente una mercancía de segunda mano que nunca inspiró auténticos procesos transformadores, ni en lo social ni en lo político, y mucho menos en lo cultural. Mientras la inteligencia en el Estado español no recupere su propio camino -que empieza a diluirse en época tan temprana como el siglo XVI, con la derrota de la Revolución comunera- difícilmente se podrá salir del ostracismo que impregna al país.

Izquierda Castellana, 31 de marzo de 2023

Comparte este artículo: