
Desde que se inició el actual conflicto bélico entre la OTAN y Rusia en territorio del Estado de Ucrania, en la información-propaganda de los medios occidentales liderados por Joe Biden -quien a pesar de su evidente senilidad pretende presentarse a las próximas elecciones presidenciales en EEUU, en una expresión adicional de la senilidad del Sistema al que representa- no se ha dicho una verdad ni queriendo. Como es tradición en las guerras, lo primero que se pierde es el rigor informativo; el actual relato que aparece en los medios de comunicación occidentales se fabrica en unos pocos núcleos de poder mediático, muy especialmente angloamericanos. Según estos, Rusia va de derrota en derrota desde el pasado 24 de febrero de 2022, cuando se inició la actual etapa del conflicto militar. Pueden ser más estúpidos, pero difícilmente más mentirosos.
Si la inferioridad militar rusa en la actual guerra que se libra en Ucrania es tan obvia y permanente, ¿a qué vienen las insistentes y angustiadas llamadas de los jefes de la mafia de ese país, replicadas a coro por Polonia, los Países Bálticos y otros Estados, además de por varios dirigentes de la UE, entre los que se encuentra el también senil y corrupto Josep Borrell?
El último mantra al que han sometido a la opinión pública y a los gobiernos de los países occidentales para enviar más armas ha sido lo imprescindible que era la entrega de tanques para poder organizar, según dicen, una ofensiva en la primavera, o al menos estar en mejores condiciones para resistir una hipotética ofensiva rusa para esas mismas fechas. Esa ofensiva, por cierto, parece que ya se está dando realmente -y con éxito- en Soledar y Bakhmut.
Durante meses, la presión mediática para que Alemania cediera y transfiriese sus tanques Leopard al actual Ejército ucraniano no ha cesado. Estados Unidos, Reino Unido, Polonia y los Países Bálticos expresaron desde el inicio no solo su apoyo a tal medida, sino su voluntad de que ellos seguirían adelante por su cuenta con o sin el respaldo alemán. Quizás habría que preguntarse ahora, ya con perspectiva histórica, si la liquidación de la RDA y su entrega a la RFA sin tan siquiera realizar una consulta a la población fue un acierto histórico. Tal decisión se tomó pensando que era lo mejor para la paz y la seguridad de Europa. Visto lo visto, hay que incorporar a la reflexión si aquello no fue un error cuyas consecuencias se perciben en profundidad actualmente. Como es obvio, la respuesta a dicha pregunta, sea cual sea, no tiene ninguna efectividad práctica, pero puede ser de utilidad para mejorar la reflexión sobre lo que corresponde hacer a partir de ahora en cuestiones de ámbito geoestratégico.
Finalmente, la banda ucraniana dispondrá de sus tanques. No se sabe con precisión el número (parece ser que entre 300 y 400), ni tampoco la fecha exacta en que los tendrán operativos. Las informaciones en los países de la OTAN hablan de tres o cuatro meses. Una vez conseguido el objetivo de los tanques, el Gobierno de Ucrania inmediatamente ha empezado a exigir la entrega de aviones F-16, lo que desde el punto de vista militar es de una lógica aplastante, pues los tanques sin cobertura aérea poco tienen que hacer en una guerra como la del Donbás. El traspaso de unos cientos de tanques a Ucrania, y en eso parece que están de acuerdo los analistas medianamente serios, tendrá por sí solo una influencia muy limitada en la evolución de la guerra. La entrega de aviones, además de los tanques, si tal cosa llega a producirse -y parece muy probable-, puede tener un impacto mayor. Quizás no en el resultado final, pero sí en el encarnizamiento y duración del conflicto.
Estamos asistiendo a un impulso de la escalada militarista y guerrerista por parte de la OTAN contra Rusia, que nos acerca de forma muy peligrosa hacia la guerra global, para la que conviene no olvidar que Rusia está suficientemente preparada, al margen de las vanas ilusiones de los propagandistas. En este acercamiento acelerado a la guerra global tienen una responsabilidad principal los Gobiernos de los Estados pertenecientes a la OTAN, pero también los partidos políticos y los medios de comunicación que apoyan esa línea de acción, así como los sectores sociales que miran para otro lado y no se comprometen en una política enérgica a favor de la paz solo porque de momento aquí no estén llegando cadáveres. Cuando eso empiece a ocurrir, tal vez sea demasiado tarde para sumarse a esa política por la paz.
Esta escalada, además de suponer un incremento del sufrimiento de los trabajadores afectados directa o indirectamente por la guerra, supone paralelamente la precarización del conjunto de las clases populares de los diversos Estados de Europa. Junto al empobrecimiento de estas clases, se enriquecen brutalmente las empresas dedicadas a la fabricación de armas. Un ejemplo muy preciso de ello es la empresa Rheinmetall, fabricante de los tanques Leopard, que se encuentra actualmente en máximos históricos en bolsa. Sus acciones se han revalorizado pasando de 106 euros el 20 de febrero hasta los 226 euros que valen hoy. Hay que destacar que esta empresa ya se encargó de fabricar armamento militar para el Ejército alemán durante las dos Guerras Mundiales.
El jueves 26 de enero, en una sola jornada, las empresas armamentísticas tuvieron más que significativos incrementos en la cotización de la bolsa de Nueva York.
En 2021 -cuando aún no se había puesto formalmente en marcha la guerra- las cien mayores empresas armamentísticas del mundo vendieron por valor de 564.000 millones de euros. Las empresas estadounidenses dominan este mercado con una cuota del 51% de las ventas mundiales. Mientras, la empresa de fabricación de aviones Lockheed Martin aumentará la producción de cazas F-16 antes el posible suministro de aviones a Ucrania. Como es habitual en todas las guerras impulsadas por el imperialismo, hay unos claros beneficiarios que son los fabricantes de armas, y unos claros perjudicados: la mayoría del pueblo.
Hace más de cien años que tuvo lugar la Primera Guerra Mundial, la llamada Gran Guerra. El Estado español se declaró formalmente neutral, aunque lo cierto es que cada sector del bloque dominante expresaba sin tapujos sus simpatías. Durante el periodo 1914-1918, el capitalismo español obtuvo unos beneficios espectaculares, muy especialmente en aquellos sectores de la economía vinculados a la guerra. Según relata el historiador Joaquín Armada*, entre 1917 y 1919 el 60% de los dividendos repartidos en sociedades que cotizan en la Bolsa de Bilbao procedían de compañías navieras. Una de las más importantes, la Naviera Sota y Aznar obtuvo un incremento del 1.300% en sus beneficios, que los empresarios trataron de ocultar.

Otro caso fue el de Juan March, el fundador de la saga y uno de los principales millonarios que financió el Golpe de Estado fascista de julio de 1936. March fue un auténtico pirata del Mediterráneo, vendiendo material a todos los bandos de forma legal e ilegal: a los alemanes les vendía todo tipo de productos, que cargaban secretamente en sus submarinos. Mientras los millonarios amasaban tremendas fortunas, la crisis de subsistencia se extendía entre las clases trabajadoras. Muchas de las fábricas que no tenían relación con las necesidades de la guerra cerraron, y otras redujeron en gran medida el personal. Además, la escalada de precios, nada más estallar la guerra, fue brutal y en buena medida por el acaparamiento que los especuladores hicieron de los alimentos más básicos. Estos alcanzaron precios prohibitivos; el Instituto de Reformas Sociales calculó que el precio medio de la leche se había incrementado en un 14%, el del pan más de un 24% y el de los huevos, cerca de un 31%. ¿A qué nos recuerda esto?
Por aquel entonces a los gobernantes ya se les ocurrió la idea de gravar con un impuesto especial los “beneficios extraordinarios” derivados de la guerra. Ante esa propuesta hubo una oposición de los empresarios afectados y de una buena parte del entramado político de la I Restauración. El 28 de junio de 1916 se reunió en el Hotel Palace de Madrid el Presidente de la Agrupación de Sociedades Anónimas de Cataluña, Emilio Vidal y Ribas, que introdujo su discurso alegando que: “el impuesto sobre los beneficios extraordinarios no debe prosperar, y para que no prospere es para lo que se ha convocado la reunión”. El líder de la Lliga Regionalista Catalana, Francesc Cambó, así como Antonio Maura, estuvieron entre los dirigentes políticos de la época que se opusieron con más energías a ese impuesto. Mientras los beneficios de los grandes empresarios crecían de una forma exorbitante, el endeudamiento del Estado lo hacía en similar medida. El político de origen vallisoletano, Santiago Alba, que a su vez era una figura prominente del bloque dominante español, fue quien puso más interés en que el impuesto a los beneficios extraordinarios llegara a buen fin, enfrentándose a la absoluta beligerancia del ya referido Francesc Cambó, quien logró impedir la aprobación del proyecto de ley con el que se pretendía recaudar esos impuestos.
Toda esta situación generó amplísimas movilizaciones en la calle y una auténtica crisis revolucionaria que a su vez condujo a que el bloque hegemónico, a través de Primo de Rivera y con el apoyo de Alfonso XIII, impulsase un golpe de Estado. Como es bien conocido, posteriormente, con un amplísimo entusiasmo popular, se proclamaría la II República.
La historia no se repite, pero tienden a reproducirse episodios con formatos muy similares ante problemas de similar naturaleza.
Izquierda Castellana, 27 de enero de 2023
* Parte de los datos manejados en las siguientes líneas se han extraído del dossier «España y la Gran Guerra», escrito por Joaquín Armada para la publicación Historia y Vida.