
El bloque imperialista da un rodeo en la preparación de su guerra global, un rodeo internacional y una revisión en cada Estado para ajustar el programa guerrerista a las condiciones concretas. Las cosas no han evolucionado en los últimos meses según la previsión del bando de la OTAN y sus aliados en el mundo. En Ucrania, la “mediática ofensiva” de su ejército, el cual es financiado, armado y asesorado directamente sobre el terreno por la OTAN y bastantes de los Estados pertenecientes a esa alianza (entre ellos el español, que está entrenando en territorio propio a contingentes de las fuerzas armadas ucranias), consistió esencialmente en la ocupación del espacio abandonado por las tropas rusas en la orilla occidental del río Dniéper en la provincia de Kherson. La ofensiva se encuentra en una nueva fase de fuertes enfrentamientos en Bakhmut, de la que se puede deducir, según las diversas informaciones, que a los ejércitos de Zelensky y de la OTAN les está costando mantener la posición. La batalla de Bakhmut es quizás hasta ahora la expresión más dramática de las consecuencias de la guerra, en lo que se refiere a pérdida de vidas humanas. Probablemente en no muchos días conoceremos el desenlace final de este episodio, aunque los medios de comunicación occidentales nos darán una versión que habrá que leer entre líneas para enterarse de la verdad, tal como ocurría con las movilizaciones obreras y estudiantiles durante el franquismo.

Si en el campo militar la guerra no está saliendo tal como esperaban los líderes otanistas, en los terrenos económico y político tampoco parece que las cosas evolucionen según sus previsiones. Las sanciones económicas a Rusia (ya van por el noveno paquete) no parecen dar grandes resultados. El petróleo y el gas son bienes limitados y con una gran demanda internacional. Las medidas que los EEUU están imponiendo en el mercado sobre esos productos, especialmente el gas, les beneficia exclusivamente a ellos; mientras, para los países europeos su adquisición se ha encarecido en un 400% durante los últimos meses, encarecimiento que repercute sobre los consumidores y la población en general. Tal encarecimiento se produce a mayor gloria de la economía yanqui. Todos los llamamientos hechos a la OPEP para que aumente la producción de petróleo han sido desatendidos, incluso por Arabia Saudí, tradicional aliado de los EEUU, que se ha situado en la línea de lo planteado por Rusia (mantener el volumen de producción de petróleo actual).
El bloque de la OTAN y sus aliados no están preparados aún para iniciar una guerra global, según han podido constatar en los últimos tiempos. Necesitan una preparación a fondo, lo que les llevará un tiempo: rearmar y modernizar sus arsenales; ordenar sus alianzas internacionales; incrementar significativamente los presupuestos de guerra; y reforzar su hegemonía mediático-cultural para conseguir apoyos sociales en los respectivos países a esa guerra global que, en su fase de preparación, ya está en marcha. Esa preparación social para la guerra es una cuestión imprescindible para avanzar en la ampliación de los escenarios del conflicto militar en su forma más clásica, o en formas híbridas como en los casos de Irán y más recientemente Perú, cada cual con sus características.
Rebajar el máximo posible las contradicciones internas es un proceso que encuentra serias dificultades en una situación de crisis económica brutal como la que atraviesa el mundo capitalista, agudizada cada día más por su evolución natural y por las medidas que los propios gobiernos occidentales están tomando para intentar ralentizar la inflación. Tenemos un claro ejemplo en este sentido con las subidas de los tipos de interés y la limitación de la masa monetaria; dichas medidas pueden tener un efecto para que se modere el incremento de la inflación, pero empobrecen aún más a la gente del común y, por tanto, empeoran las condiciones de vida de las clases trabajadoras. El caso de las subidas de las hipotecas y de la cesta de la compra es muy expresivo de esto que estamos diciendo. El exponente paradigmático de ello se está viendo en el Reino Unido, con la consiguiente respuesta social, cada vez más intensa y extensa.
Para alcanzar la paz social están utilizando todos los medios y recursos posibles, por cierto, sin mucho éxito. El Estado español, y especialmente su Gobierno actual -de ahí el apoyo con el que cuenta por parte del capitalismo internacional y del imperialismo yanqui en particular- tiene una especial maestría en esta cuestión. La reforma del Código Penal que se está llevando adelante, incorporando el delito de desórdenes públicos agravados, figura penal específicamente orientada a la represión del movimiento popular, se acompaña de otras maniobras confluentes, como las orientadas a romper la unidad del potentísimo movimiento feminista, con un discurso de ninguneo de este o con iniciativas legislativas como la llamada Ley del Solo Sí es Sí o la Ley Trans, que objetivamente tienden a laminarlo.
El espectáculo al que asistimos el jueves 15 de diciembre en relación con el teórico conflicto entre el Tribunal Constitucional y el Congreso de los Diputados permitió ocultar en buena medida lo realmente importante: que a partir de la aprobación del Código Penal cualquier activista, por ocupar una sucursal bancaria o una oficina de cualquier institución, por ejemplo tal como está ocurriendo en la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, pueda ser acusado/a y condenado/a a cinco años de cárcel por el citado delito de desórdenes públicos agravados. Hay que reconocerle al actual Gobierno de Coalición un especial sentido del espectáculo que sirva para distraer la atención de la sociedad de los auténticos problemas. En cualquier caso, se trata de impedir a través de todos los medios posibles la organización y desarrollo de un auténtico movimiento popular de oposición al neoimperialismo y al neofascismo que este conlleva. Pero no lo van a conseguir.
El Gobierno (PSOE-UP) pretende hacer pasar el actual conflicto entre el Constitucional y el poder legislativo por una confrontación entre democracia y fascismo. Esto es una auténtica falsedad. Imaginémonos que el Gobierno planteara un debate sobre monarquía o república. Obviamente ese debate sería totalmente bloqueado y paralizado, sin duda con el apoyo de los partidos políticos que hoy componen el Gobierno de Coalición. Esto es el Régimen del 78, y como muy bien se ha dicho, es más fácil que haya una proclamación de la República a través del movimiento popular que la consecución de auténticas medidas democratizadoras a través de reformas de este Régimen.
Hace unos cuantos meses se afirmaba que el Estado ruso entraría en una gravísima crisis que afectaría a sus representantes institucionales. De momento, tales efectos están ocurriendo en diversos Estados de la UE, o de lo que queda de ella. La Unión está en una crisis sin precedentes, que se ha destapado formalmente a raíz del “Caso Qatar-Gate”, pero que es algo de mayor amplitud y profundidad. Es importante destacar que, cómo no, Josep Borrell también aparece salpicado por estos escándalos. No hay ningún motivo para la sorpresa: en su día Borrell ya fue condenado en el Estado español por corrupción, al utilizar información privilegiada en la mercadería de acciones. Tal y como venimos reflexionando en las últimas semanas, el imperialismo se ha propuesto prepararse a fondo para la guerra global. La mayor parte de los regímenes que no le son incondicionalmente favorables, como los mencionados casos de Perú o de forma más clara en Irán, están sufriendo cada uno a su manera procesos obvios de desestabilización. Pero en esta línea de preparación de la guerra y de refuerzo de la hegemonía imperialista se incluye de forma muy prioritaria el aspecto ideológico-cultural, porque es el ámbito en el que aún mantienen una cierta hegemonía. La ofensiva queer en el Estado español y lo acontecido el lunes 12 de diciembre en el Congreso de los Diputados con la Ley Trans, también con la señalada reforma del Código Penal, son expresiones significativas de lo que estamos diciendo.
La guerra global no solo se desarrolla militarmente en los campos de batalla tradicionales, sino, como la experiencia histórica nos enseña, también en los ámbitos mediáticos, de la ideología y la cultura. La guerra en la que ya hemos entrado de hecho es una mixtura entre lo que fueron la I y la II Guerras Mundiales, con las incorporaciones y novedades que los tiempos exigen. En esta última guerra, la dimensión ideológico-cultural fue esencial, no solo con el nazi-fascismo en Europa. En Japón y en otros países esa batalla ideológica tuvo una gran importancia, incluso entre los aliados: en el Reino Unido estuvieron a punto de ganarla y en Francia de hecho lo lograron. El aislamiento al que la II República fue sometida, y por tanto el Estado español durante la preguerra (de la II Guerra Mundial), tuvo mucho que ver con esa cuestión, como es bien conocido, aunque se pretenda olvidar a toda máquina.
El campeonato mundial de fútbol se ha convertido en una herramienta importante para algunos de los cambios geoestratégicos que el imperialismo está impulsando. El ascenso de Marruecos como una referencia mundial a nivel futbolístico es una clara expresión de tal cuestión: pretenden convertir a Marruecos a través de este deporte en una referencia simbólica para el mundo árabe y africano, y probablemente lo consigan en alguna medida. Se trata de neutralizar el avance de Argelia como aliado tradicional de las fuerzas progresistas a nivel global y de intentar liquidar definitivamente al movimiento por la liberación del Sáhara, cuestión con la que el Gobierno de Progreso español se encuentra completamente cómodo.
Marruecos es la herramienta ideal para impulsar esa ofensiva imperialista en el mundo árabe y africano, y el fútbol también es un marco propicio. Marruecos es un país ultrareaccionario, como se deduce no solo sobre la cuestión saharaui, sino del trato dado a su propia población. Sin embargo, Marruecos, de manera similar al recorrido que tuvo el franquismo en su fase de expansión económica e industrial de los años 60 y 70, está consiguiendo (en parte en base a ese desarrollo socioeconómico y en otra parte en base al refuerzo de su papel en el Mediterráneo y en el mundo occidental, especialmente a expensas del Estado español) convertirse en un proyecto creíble ante los ojos de su población.
La primera fase de la reforma política en la Transición, la que pilotó el Gobierno de Felipe González, conllevó la desindustrialización, la disminución hasta la liquidación a la agricultura y la ganadería y la conversión del Estado en una economía de servicios, turismo, prostitución, tráfico de drogas, etc. Ahora se trata de dar un paso adicional en esa dirección, reforzándose la subordinación a los intereses del imperialismo occidental, incluyendo el europeo, y una renuncia a la soberanía y a la construcción de un proyecto propio para el conjunto del Estado español y para cada uno de sus pueblos en particular. Las autodenominadas izquierdas soberanistas en general, salvo honrosas excepciones, parecen no comprender este proceso (o lo comprenden demasiado bien y su propia naturaleza ideológica les condiciona a posicionarse a su favor).
Ahora Felipe González y los miembros de sus diferentes equipos de Gobierno pretenden distanciarse de Pedro Sánchez bajo la idea de que este no representa una continuidad con los Gobiernos del PSOE de los años 80. Felipe González y su equipo disponían de bastante más inteligencia política y capacidad comunicativa que la que tienen el actual líder del PSOE y sus mariachis, pero son esencialmente lo mismo. Como en la paradoja griega del Barco de Teseo, en la que al navío se le fueron cambiando progresivamente todas sus piezas sin modificar su naturaleza, el Régimen y el PSOE como su principal gestor han tenido que ir renovando casi todas sus partes debido al desgaste y a las nuevas circunstancias, pero la filosofía, el fundamento y los objetivos son absolutamente similares, incluyendo el recurso sistemático a la mentira y la manipulación.
Izquierda Castellana, 16 de diciembre de 2022