El imperialismo yanqui trabaja en la preparación de la guerra global, hacia la que además nos empujan

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El imperialismo yanqui trabaja en la preparación de la guerra global, hacia la que además nos empujan

No nos cabe duda de que hace ya un tiempo el imperialismo ha decidido organizar y dar todos los pasos necesarios hacia una gran guerra global; no necesariamente porque desde el punto de vista subjetivo les ilusione la idea, pero son conscientes de que sin una guerra global están condenados a perder la hegemonía económica, política y militar, cosa a la que no están dispuestos de ninguna manera.

El impulso y la preparación de una gran guerra global -la tercera en los últimos 110 años- por parte del imperialismo no es algo que nos coja de nuevas. Desde hace unos años venimos reflexionando y denunciando este asunto a través de nuestros editoriales. Por ejemplo, mientras la mayoría de los analistas consideraban que el abandono de Afganistán por parte de las tropas estadounidenses era una derrota del imperialismo yanqui, nosotr@s señalamos cómo aquella decisión del imperialismo debía interpretarse fundamentalmente como una reorganización de sus fuerzas militares con la perspectiva de una gran guerra y, por tanto, de reubicación de los recursos de esa naturaleza en los escenarios que preveían serían centrales en ese conflicto (entre ellos, en Europa).

Como decimos, el imperialismo angloamericano no tardará en perder su hegemonía global si las cosas discurren de «forma ordinaria», es decir, en continuidad con la tendencia de los últimos años. La pérdida de esta hegemonía global no es una cuestión simbólica o retórica; supone que dejarían de estar en sus manos los mecanismos principales de control social, político, militar, diplomático y económico, así como de una industria cultural de gran importancia, especialmente en esta coyuntura histórica. Los EEUU no dejarían de ser una gran potencia, pero ya no serían “la gran potencia”; y el mundo pasaría de ser un mundo unipolar con capital en Washington y algunas delegaciones en Tokio, Bruselas, Londres, Canberra… a ser un mundo multipolar, que necesariamente tendría que ser gestionado de forma más democrática y colectiva. Y ahí está en buena medida «la madre del cordero».

Dentro del bloque dominante yanqui y angloamericano en general, no había, al menos hasta ahora, una línea estratégica precisa en cuanto a la forma de impulsar ese proceso. Las fuerzas que llevaron a Biden a la presidencia parece que ya tienen más o menos diseñada esa estrategia guerrerista y de defensa de su mundo unipolar, que es la que están poniendo en práctica. Se trata de una línea teórica y de pensamiento compleja, pues complejas son las guerras globales; y quienes las inician lo hacen con la perspectiva de ganarlas, o al menos cuentan con minimizar al máximo las probabilidades de perderlas.

La guerra que se está desarrollando en territorio ucraniano entre Rusia y el conjunto de países de la OTAN, ciertamente con implicaciones diversas, es un preludio y un campo de experimentación en todos los planos para el diseño del avance hacia esa guerra global. La amenaza nuclear durante la Guerra Fría, cuyas consecuencias ninguna de las dos grandes potencias enfrentadas estaba dispuesta a asumir, ha perdido una buena parte de su poder disuasorio. En la década de los 60, 70 y 80, uno de los actores principales del conflicto era la URSS, que aun con todos los déficits que tenía era un Estado socialista, y mantenía según esa misma esencia la defensa de la humanidad como aspecto prioritario.

En estos momentos, en la contienda entre Rusia y la OTAN, no hay ningún Estado socialista que protagonice el conflicto. Ciertamente Rusia mantiene elementos culturales e incluso institucionales de lo que fue el socialismo en la URSS, pero ya no es un Estado socialista. Es un Estado de capitalismo monopolista que precisamente está buscando, tal como hicieron el resto de países capitalistas, la consolidación de un espacio geoestratégico de influencia y muy especialmente la seguridad de sus fronteras ante el avance en los últimos años de la OTAN hacia ellas (en contra de los compromisos adquiridos). Rusia sigue teniendo una gran prudencia con la expectativa del uso del armamento nuclear, pero carece de los límites que rigieron la política en tal terreno en la Unión Soviética.

La propaganda occidental ha agitado a los cuatro vientos que Rusia utilizaría armas nucleares si tuviera dificultades con la forma convencional de guerra. Rusia, por su parte, manifiesta que solo utilizaría tal armamento si estuviera en riesgo su supervivencia nacional.

Hay que recordar que Putin fue nombrado por Yeltsin en 1999 como su primer ministro, y es ahí donde inicia su carrera política. Hay que recordar también que, en esa coyuntura, el Partido Comunista de la Federación Rusa se había convertido en la primera fuerza electoral, además de ser la primera fuerza en cuanto a capacidad de intervención social. Se estaba dando en la sociedad rusa -también en otras ex-repúblicas de la URSS- un profundo y amplio movimiento de reivindicación de aquel Régimen (la URSS); no es de extrañar que la primera actitud del imperialismo fuera la de tender la mano a Putin. Las cosas se empezaron a torcer cuando el nuevo bloque de poder encabezado por él, en parte condicionado por las circunstancias y la presión social del pueblo ruso, se vio obligado a adoptar «posiciones patrióticas» que se han expresado particularmente en la política exterior, entrando en contradicción de forma cada vez más frontal con los intereses del capitalismo occidental, que aspiraba simplemente a que Putin fuera un Yeltsin sobrio. Rusia exige, como cualquier otro Estado, tener seguridad en sus fronteras y la reconformación de su espacio geoestratégico histórico.

Es muy significativo ver cómo los medios de comunicación occidentales, de forma unánime, no se están haciendo eco en la menor medida de las actuales maniobras de la OTAN para una guerra nuclear, las llamadas «Mediodía Firme». Quien sí hace llamamientos ya al uso de armamento nuclear, de forma preventiva, es precisamente el Gobierno irresponsable y títere de Zelensky. De momento tal solicitud no está siendo atendida, entre otras cosas por un dato objetivo de importancia: Rusia posee alrededor de 2.000 armas tácticas nucleares en su territorio, mientras la OTAN solo dispone actualmente de un centenar en Europa. Esto da una tremenda ventaja estratégica a Rusia en lo que se conoce como la «segunda vuelta», es decir, la capacidad de respuesta de un país ante un primer ataque nuclear por parte de otro.

Se ha producido un relativo y circunstancial enfriamiento del conflicto político-militar en Ucrania, escenario tremendamente acelerado en las últimas semanas con la solicitud de ingreso de este país en la OTAN. Los EEUU -y la opinión pública occidental mucho menos todavía- no están preparados para una precipitación de la guerra y que esta se desarrolle con armamento nuclear a corto plazo. Expresión de ello es la negativa de EEUU al ingreso inmediato de Ucrania en la OTAN. Estas circunstancias llevan a los EEUU y a la OTAN en general a profundizar e intentar avanzar en otros frentes esenciales en la preparación de la III Gran Guerra, tal y como es todo lo relativo a las medidas económicas de aislamiento de China (con Rusia lo han intentado hasta el paroxismo), además de impulsar el retroceso de la forma más acelerada posible del proceso de globalización, que hasta hace muy poco tiempo consideraban una “bendición divina”. El capitalismo angloamericano ha comprobado cómo ese proceso de globalización ha servido sobre todo para que el peso económico, político y cultural de China haya aumentado de forma muy significativa en los últimos años. No hay ningún indicio de que la profundización del proceso de globalización pueda revertir el auge chino, y por eso los yanquis han optado por ponerle freno y revertirlo, caiga quien caiga. Así lo constata también Gustavo Petro, presidente de Colombia, al declarar que EEUU está arruinando las economías de la mayor parte de países del mundo*. Esto incluye a la UE, donde el servilismo de una buena parte de los dirigentes de la Unión hace que se sigan de forma casi ciega las orientaciones del imperialismo yanqui, lo que trae gravísimos problemas para las clases populares, pero también para la propia continuidad del capitalismo europeo. La posición de Alemania y Francia, que, sin atreverse a confrontar abierta y estratégicamente con las decisiones de EEUU, sí que plantean algunos elementos diferenciales en cuestiones como el aislamiento económico de China o la política energética, es buena muestra de ello.

En el caso del Estado español, dado el seguidismo histórico y la falta de perspectiva mínimamente patriótica del bloque dominante español, la supeditación a la estrategia yanqui es absoluta. Desde las fuerzas políticas que conforman el Gobierno actual hasta el conjunto de fuerzas que sustentan al Régimen (por supuesto, Vox incluido).

Otro frente imprescindible para la preparación de la guerra global con ciertas garantías de éxito tiene que ver con la puesta a punto de las alianzas internacionales; en ese frente, en contra del optimismo que destilan los medios de comunicación occidentales -especialmente los del Estado español, borrachos de papanatismo militarista-, el estricto alineamiento de los potenciales aliados no está ocurriendo tal y como preveían y necesitaban. Hay dos ejemplos especialmente significativos: la posición de Arabia Saudí en el seno de la OPEP, que ha apoyado la posición de recortar la producción de petróleo en dos millones de barriles diarios, en contra de las recomendaciones de EEUU; y la negativa de Israel a enviar armas a Ucrania, limitando su colaboración con ese país a apoyos de inteligencia, humanitarios y asesoramiento. Está claro que en ese campo aún tienen mucho que resolver, si quieren -y por supuesto quieren- que la III Guerra Mundial que están preparando se desarrolle con ciertas expectativas de victoria para su bando.

El ejemplo de la caída del Gobierno de la primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, que ha durado menos de dos meses, es toda una muestra de la necesidad de cohesionar las filas en el mundo occidental. La propuesta económica de Liz Truss ha sido rechazada por los organismos internacionales vinculados al imperialismo, muy especialmente por el Fondo Monetario Internacional. Las razones parecen claras: el movimiento sindical anunció una línea de movilizaciones y huelgas encadenadas nada más anunciarse el programa económico del nuevo Gobierno. El movimiento popular en Inglaterra no tiene la potencialidad de una transformación revolucionaria, pero tiene una tradición histórica de una grandísima potencia. El programa económico de Truss iba a ser un estímulo de primera magnitud para que tal potencialidad se materializase. Pero el imperialismo no quiere bajo ningún concepto que la clase trabajadora de los pueblos se movilice, aunque sea por cuestiones puramente reivindicativas. 

Como podemos comprobar, la preparación de una Gran Guerra es un proceso complejo, en el que hay que mover muchos y diversos hilos. Ello puede condicionar al menos un retraso en el avance del proceso guerrerista. Conseguir que el Gobierno español, este o el que viene, se declare neutral y se retire del pleno apoyo a la nueva guerra mundial, sería una gran meta.

Desde el movimiento comunero hemos de tener muy en cuenta esas consideraciones para elaborar nuestra línea práctica de trabajo. Nos empujan sin duda hacia la guerra global, pero necesitan resolver antes una serie de problemas como los que hemos señalado. Ese tiempo le será útil al movimiento revolucionario para organizar sus fuerzas y la movilización en contra de la guerra. No podemos perder ni un segundo para impulsar la resistencia ante las consecuencias que la línea estratégica que está llevando el imperialismo hacia adelante tiene sobre nuestro pueblo, especialmente en lo relativo a la precarización de la vida y el incremento de muertes perfectamente evitables.

Izquierda Castellana, 21 de octubre de 2022

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