El 31 de enero de 2019, el Parlamento Europeo reconoció por amplísima mayoría a Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela, con 439 votos a favor entre un total de 705 escaños. Previamente, el 24 de enero, EEUU con Donald Trump a la cabeza ya había hecho la misma operación. El 4 de febrero de 2019 el Parlamento español reconoció, ¿cómo no?, también a Guaidó como presidente legítimo de Venezuela por una amplísima mayoría. Ya solo faltaba que el pueblo venezolano mostrase su conformidad con las decisiones de los Parlamentos de las “democracias occidentales”. Por supuesto, eso nunca ocurrió.
A todo ese proceso internacional, orquestado por los EEUU, se unió una campaña en el interior de Venezuela con sabotajes y algún levantamiento de sectores minoritarios del Ejército y de la sociedad civil, que tuvo su culminación en la operación fracasada del 30 de abril de 2019 con núcleo principal en la base aérea de La Carlota, en Caracas. Fue la llamada “Operación Libertad”, así denominada por Juan Guaidó.
Previamente, el 23 de febrero de 2019, se puso en marcha una campaña mediática de intoxicación, que tuvo como punto de partida la negativa del Gobierno venezolano a recibir la “ayuda humanitaria” que se pretendía trasladar desde Colombia a través del Puente Internacional de Cúcuta. Es muy interesante recordar la intervención de Pedro Sánchez del 4 de febrero de 2019, cuando el Parlamento Español decide reconocer a Guaidó como presidente legítimo.
Según relataban los medios de manipulación occidentales, Maduro cada día se encontraba en una posición más débil y el ejército se fraccionaba en su apoyo al Jefe del Estado, mientras Guaidó avanzaba sin descanso en sus apoyos sociales e institucionales. Pues resulta que no, que todo era como en el cuento de la lechera. Maduro sigue siendo el presidente de Venezuela, y ahora tienen que negociar con él los que hasta hace cuatro días desconocían su legitimidad.
Hoy podemos ver cómo se repiten similares mentiras e intoxicación mediática en relación con la guerra en Ucrania: que si la oposición a Putin es cada vez mayor en Rusia; que si el ejército ruso está perdiendo la guerra de forma clamorosa y contundente; que si Europa y en general el mundo está cada día más unido contra Rusia y a favor de Biden/Zelensky. No hace falta más que comprobar la reciente decisión de la OPEP (que ha dado la espalda a EEUU decidiendo que a partir de noviembre bajarán la producción de petróleo en dos millones de barriles diarios) para ver la falsedad de esas apreciaciones, en las que se confunden los deseos con la realidad.
La cuestión es por qué los EEUU están apoyando la continuación y extensión de la guerra en Ucrania en vez de adoptar una política favorable hacia una negociación que conduzca por lo menos a una tregua que suponga el fin del enfrentamiento armado. Las guerras suponen muerte y destrucción para las clases trabajadoras. En el caso de la guerra en Ucrania, este sufrimiento recae especialmente sobre el pueblo trabajador de ese país, y también sobre el pueblo ruso. Pero la guerra es también un gran negocio para el capitalismo, o al menos para algunos países capitalistas, y ahí andamos.
El capitalismo angloamericano, hegemónico en el campo imperialista, está en una profundísima crisis estructural de la que es incapaz de salir por medios ordinarios. Su gran competidor estratégico, la República Popular China, avanza a pesar de la gravedad de los problemas que confronta, en buena medida compartidos con el resto de la humanidad. Por ejemplo, en China, con 1.400 millones de habitantes, la pandemia de Covid-19 ha causado el fallecimiento de 5.300 personas, mientras en EEUU con 330 millones ha provocado ya el fallecimiento de más de un millón, o en el caso de la UE, donde con 450 millones de habitantes también se han registrado más de un millón de fallecimientos por esa causa. Pero también respecto a la sequía y la ola de calor, para la que están investigando y ensayando diferentes medidas, entre otras, el cultivo de arroz en aguas saladas. Además, abordan de forma muy seria la lucha contra el calentamiento global y la planificación del empleo de combustibles de carbono. En condiciones ordinarias, China no tardará mucho en superar a EEUU como potencia económica y tecnológica, y eso es algo que de ninguna manera puede permitirse el imperialismo. Si para ello tienen que montar una guerra, se hará. Y si en esa guerra hay que utilizar algún tipo de armamento nuclear que les asegure la victoria, se utilizará. El imperialismo capitalista ya utilizó esa misma metodología en etapas históricas anteriores, como demuestran claramente las dos guerras mundiales del siglo pasado.
Algunos datos de la situación económica del imperialismo yanqui. El PIB de EEUU representa alrededor del 20% del PIB mundial, pero su gasto militar constituye más del 40% del gasto militar global. El presidente Biden ha presentado un presupuesto militar para el año fiscal 2023 de 773.000 millones de dólares, cantidad que probablemente se verá incrementada en el proceso de debate previo a su aprobación. Biden se ha comprometido a entregar 1.500 millones de dólares mensuales a Ucrania para financiar la guerra, y una cantidad semejante pretende que sea aportada por la UE. La inflación lleva ya más de 17 meses subiendo ininterrumpidamente, y no hay ninguna expectativa seria y rigurosamente fundada de que esta tendencia vaya a cambiar de forma clara. El nivel de endeudamiento de los países occidentales es absolutamente brutal, empezando por los propios EEUU, que tienen actualmente una deuda pública de 31,2 billones de dólares, muy cerca de los 32 billones de dólares que la legislación de EEUU considera como tope para este año fiscal en cuanto a endeudamiento público. Esa cifra supone el 133,92% de endeudamiento con respecto al PIB, y una deuda per cápita de 74.286 dólares. Se podrían poner decenas de datos más, pero creemos que con estos hay suficientes elementos para reflexionar.
El impulso a Zelensky como líder global del fascismo y la reacción, tal como hicieron hace no mucho tiempo con Juan Guaidó, es una nueva maniobra condenada al fracaso. Pero mientras tanto, la guerra liderada y financiada por sus promotores está generando decenas de miles de muertos y un gran sufrimiento en el conjunto de las clases trabajadoras de Europa. Por supuesto, no les salen las cuentas que habían echado, ni les saldrán. Pero muy probablemente optarán por seguir financiando la guerra en vez de buscar alternativas para su solución, dado que es la única vía que creen que les puede permitir salir de su crisis estructural. Sin duda, el sufrimiento se incrementará significativamente, pero también la conciencia y el grado de organización, es decir, la resistencia popular.
Ante la guerra, solo hay dos opciones: o pararla o transformarla en revolución.
Izquierda Castellana, 14 de octubre de 2022