
Sustituyendo la ciencia por la alquimia
En nuestro anterior editorial hablábamos del avance -y no espontáneo, sino inducido de forma descarada por los medios de comunicación y en general por el entramado institucional- del pensamiento irracional y especulativo. El pasado 22 de agosto, en un artículo publicado en la portada de la versión digital de La Vanguardia, nos encontramos con un ejemplo paradigmático de esa línea de acción, que se expresa a través del siguiente titular: “La ciencia avanza hacia el elixir de la eterna juventud”. Ahí es nada.
La Vanguardia es uno de los periódicos con más solera y pretensión de influencia en el Estado español, por supuesto en Cataluña. Ese titular difícilmente se puede comparecer con tal naturaleza, siendo equiparable a una burda propaganda de “crecepelos”. Pero en los tiempos en que vivimos, de liquidación del rigor informativo y del pensamiento racional, tan necesaria para el sistema en tiempos de decadencia y crisis del capitalismo global, así como de promoción de la guerra como gran alternativa a esa crisis, este tipo de “informaciones” les tiene una gran utilidad para intentar embrutecer a la población. Más bien les son imprescindibles.
En primer lugar, ese titular es absolutamente falso: la ciencia ni avanza hacia “el elixir de la eterna juventud” ni se plantea hacerlo, porque ningún equipo científico serio puede abordar, ni teóricamente, semejante estupidez. Uno de los criterios clave para dar el visto bueno a cualquier proyecto de investigación es la plausibilidad. Y obviamente, “el elixir de la eterna juventud” es una quimera, en cuya búsqueda han trabajado los viejos alquimistas y siguen trabajando los de nuevo cuño, al margen de la ciencia. Sin duda estamos en una época histórica en la que de nuevo se potencian las quimeras, las ensoñaciones y las fantasías pequeñoburguesas. Pero la realidad es tozuda y no va a cambiar en función del pensamiento especulativo, por mucho que este tenga una amplia cobertura mediática.
El ser humano, según investigaciones elaboradas hace ya varias décadas, tiene una capacidad potencial de vida de hasta 120-140 años. Para conseguirlo (lo que en ningún caso constituye la permanencia de “una eterna juventud”, sino la dilatación en el tiempo de las diversas etapas vitales), se necesita el trascurso de varias generaciones en las que de una forma sostenida se produzca universalmente una mejora en la calidad de vida. Así ha tenido que ocurrir en el pasado para que aumentase la esperanza de vida de forma significativa hasta los niveles actuales.
En 1976 se publicó un estudio epidemiológico (An epidemiological model for health policy analysis) en el que se analizaban los condicionantes de salud en la población, que obviamente también nos sirven como guía para reflexionar sobre los caminos para la ampliación de la esperanza de vida. Anteriormente, en un informe que tuvo un gran impacto y mantiene su plena vigencia, el entonces ministro de Sanidad canadiense Marc Lalonde se guio por criterios similares.
Los cuatro factores que se consideran en la epidemiología en general como los más influyentes/determinantes de la salud humana, recogidos en el mencionado estudio epidemiológico de Dever, que hasta ahora no han sido científicamente cuestionados, son:
– Biología humana: aquello que está fundamentalmente determinado por la genética.
– Entorno: medio natural y social en el que la persona desarrolla su vida.
– Estilo de vida: conjunto de hábitos dietéticos, higiénicos, deportivos, sexuales, etc., que las personas desarrollan en su vida.
– Sistema de cuidados: conjunto de la estructura socio-sanitaria encargada de prestar los cuidados.
La relación entre la importancia que tiene cada uno de estos factores determinantes de salud y las aportaciones que a cada uno de ellos se hace desde el Sistema resulta paradójica:
– Se considera que la biología humana tiene una influencia de un 27% de determinante de salud en la población, sin embargo la aportación es de un 7,9%.
– El entorno se considera que repercute en un 19% en la salud de la población y lo que se invierte en él es de aproximadamente 1,6%.
– El estilo de vida se considera que influye un 45% y la inversión en ello es de 1,5%
– En cuanto al sistema de cuidados, la evaluación de su influencia es de un 11% y sin embargo la inversión supone el 90% de todos los recursos dedicados a la salud.
Como se describe en la referencia bibliográfica señalada, el estilo de vida es el factor más importante en la salud y, por tanto, en la esperanza de vida. A su vez, el estilo de vida está condicionado esencialmente por el entorno social. Es un hecho conocido que la esperanza de vida tiene un claro condicionante de clase. No todas las personas pueden tener el mejor estilo de vida en cada momento concreto, en función de sus recursos privados y del acceso a los recursos públicos. Esa consideración, de plena vigencia en la actualidad, era aún mucho más evidente en tiempos pasados, cuando existía una diferencia abismal entre las condiciones de vida de las clases populares y las de las élites. Asistimos ahora a un proceso acelerado, especialmente en el Estado español, de incremento de esas desigualdades; por tanto, la esperanza de vida, que desde el inicio de la pandemia viene disminuyendo anualmente a razón de un año, tendrá de forma más que probable una afectación significativa según el carácter de clase.
Los sectores más ricos de la población seguramente estarán encantados con estas fantasías de “los elixires de la eterna juventud”. La mayoría de la población, sin embargo, está pendiente de que se recupere la calidad de los sistemas sanitario y educativo públicos o de que no se deterioren las pensiones o las condiciones de trabajo, tal como sucede en la actualidad. No es un problema de “elixires”; el aumento de la esperanza de vida es una cuestión relacionada con la calidad de vida, que a su vez está estrechamente vinculada a los servicios públicos, a la vivienda, a la alimentación, a los salarios, etc. del conjunto de la población. Es posible que unas cuantas decenas o centenares de miles de ricachones, estúpidamente, gasten auténticas fortunas en adquirir esos productos -sin eficacia alguna- de la alquimia moderna. Esas líneas de publicidad son de gran utilidad para desorientar al conjunto de la sociedad sobre cuáles son las auténticas cuestiones que hay que abordar para mejorar el bienestar y, al mismo tiempo, esas consideraciones sirven para que esos mismos ricachones se zafen de pagar los impuestos con los que se financian los servicios públicos.
En el Confidencial, en una noticia firmada por Alfredo Pascual el 22 de agosto, se comenta la pérdida del impacto de los medios de comunicación en la población, reflejándose cómo el impacto de esa pérdida en el Estado español supone la mayor del mundo occidental: había bajado 30 puntos en siete años. ¿Por qué será? No nos sorprende lo más mínimo, teniendo en cuenta la más que precaria calidad informativa de los medios españoles, en consonancia con el Régimen al que sirven, el de la Restauración monárquica del 78.
Izquierda Castellana, 25 de agosto de 2022