
Vivimos en tiempos de cambios profundos, algunos de los cuales se vienen fraguando desde hace muchos años. Afectan, por un lado, a la situación mundial; ya no estamos en el mundo unipolar pretendido por el imperialismo angloamericano y sus aliados, pero tampoco aún hemos conseguido un mundo multipolar, tal como nos gustaría a las organizaciones y Estados progresistas del mundo. Estamos ante un mundo bipolar imperfecto. Uno de los polos tiene su núcleo en el imperialismo angloamericano y cuenta con el apoyo, de forma servil, con algunos matices, de la mayoría de países europeos y de Turquía -con algunas características propias-, así como con alianzas tradicionales en Asia, Oceanía, Oriente Medio y Norte de África: Japón, Australia, Marruecos, Arabia Saudí, Israel… Ese polo también incluye algunos países africanos y de América Latina, aunque en estos casos las alianzas son más volátiles en cuanto a su posicionamiento geopolítico. El «núcleo duro» del otro polo lo conforma la alianza entre la República Popular China y la Federación Rusa. China y Rusia son, sin embargo, países de naturaleza ideológica, social y política muy diferente.
China, con sus particularidades, es un país socialista y en términos generales trata de profundizar ese proyecto. Rusia fue un estado socialista, el primero en el que se hizo una revolución de estas características, y conserva elementos culturales y sociales de aquella época, además de un Partido Comunista con una fuerza importante, pero sin duda hoy es un país bajo un modelo capitalista-monopolista de Estado, es decir, un Régimen capitalista en el que su Estado tiene control sobre los elementos principales de la economía. Ciertamente Rusia consiguió superar la fase dirigida por Yeltsin, en la que el antiguo Estado soviético se había convertido en un bazar en donde las mafias propias y extranjeras podía comprar a precio de ganga el patrimonio acumulado por el pueblo ruso durante décadas de socialismo.
Nos podríamos preguntar por qué Rusia no se alía con el mundo capitalista, teniendo en cuenta su naturaleza económica. Esto es lo que intentaron en la época de Yeltsin y en los primeros tiempos de Putin, pero el Sistema capitalista internacional no aceptaba a Rusia como un régimen capitalista con aspiraciones de soberanía y desarrollo propio; solo la admitían con un estatus colonial y al servicio del imperialismo norteamericano. De alguna manera, mediante la guerra, además de responder a los avances irresponsables de la OTAN hacia las puertas de Moscú, Rusia trata de poner sobre la mesa su derecho a desarrollar un proyecto propio, aunque sea dentro del capitalismo, ajustado a sus intereses y necesidades.
La actitud durante las dos últimas décadas por parte de Alemania y de la Canciller Merkel, a la que tanto denuestan ahora los portavoces de ese imperialismo criminal angloamericano, fue la de tratar de facilitar que el capitalismo ruso pudiera tener un cierto desarrollo propio, sin entrar en conflicto con los intereses germánicos y, en general, europeos. Los matices en relación con la política de Biden que aún mantiene Alemania en relación con Rusia, especialmente de su ala socialdemócrata, tienen que ver con ese planteamiento. La propia crisis internacional y estructural del capitalismo internacional, hegemonizado por el capitalismo angloamericano, imposibilita la viabilidad de proyectos como los que Putin intentó poner en marcha en los primeros años del siglo XXI en el marco del capitalismo global.
La guerra que tiene a Ucrania como escenario es un proceso sumamente complejo, en el que Rusia expresa una voluntad clara de desarrollar su propio proyecto capitalista sin dejarse amilanar por la OTAN. El Gobierno ruso recupera la terminología tradicional del chauvinismo gran-ruso y el rechazo al ejercicio al derecho de autodeterminación, puesto en práctica por vez primera por la Revolución de Octubre de 1917, encabezada por el Partido Bolchevique y Lenin; y que efectivamente fue el origen de la independencia de Ucrania, pero también de Polonia, los Países Bálticos, Finlandia… Para nosotr@s, el derecho de autodeterminación sigue plenamente vigente, por supuesto también para Cataluña o el Sáhara.
La posición china es clara: China no apoya la intervención militar en Ucrania, pero tampoco forma parte del frente antirruso porque comprende las razones que condicionaron de alguna manera a Rusia a tomar la decisión de intervenir militarmente en Ucrania. La reconducción de la guerra en Ucrania por parte de Rusia, renunciando a otros objetivos territoriales y militares, centrándose en el apoyo al Donbás, región históricamente rusófila y machacada por el Gobierno de Ucrania desde el 2014, convierte esta intervención en algo más comprensible y legitimado. El Donbás se siente parte de Rusia. El novelista italiano Curzio Malaparte, corresponsal en la zona del Donbás durante la II Guerra Mundial, describe muy claramente en su libro «El Volga nace en Europa» la identidad rusa de la población que habitaba en la región. Tras el Golpe de Estado del Euro Maidán, impulsado por los fascistas y el imperialismo yanqui contra el Gobierno legítimo del Partido de las Regiones, se puso en pie un proyecto centralista y rusófobo, con innumerables asesinatos y limitación de derechos culturales y políticos en esos territorios. Por otra parte, hay que recordar que Ucrania, además de tener un Gobierno proimperialista e influenciado por una importante base neofascista, es socialmente un auténtico desastre, como demuestran las tasas de vacunación infantil (más de un 20% de ese grupo de edad no tiene las vacunas obligatorias); la tasa de prevalencia de enfermedades infecciosas prevenibles, tal como el VIH o la Hepatitis C, que son de las más altas de Europa; la proporción de la población dependiente de drogas es también de las más elevadas del continente; lo mismo sucede con el número de mujeres prostituidas o el tráfico de personas… Es bueno recordar que en los meses anteriores a la guerra se aprobó una ley de liberalización de la tierra a la medida de las grandes multinacionales de la agricultura, que de alguna manera ha quedado circunstancialmente paralizada por el conflicto. Si en Ucrania vencen las fuerzas que apoyan a Zelensky, el país tiene todas las bazas para convertirse en un nuevo Kosovo, esta vez de grandes dimensiones.
Uno de los indicadores más significativos de la decadencia del imperialismo capitalista es su incapacidad para analizar con rigor la realidad y dar alternativas a los problemas que afectan a la humanidad. Si esto ocurre a nivel global de forma cada vez más intensa, en el caso del Estado español esta cuestión se torna patética. Toda la propaganda realizada sin el menor rigor ni base objetiva nos pretendía convencer de que los rusos iban perdiendo de forma ostentosa la guerra en Ucrania y que la resistencia en ese país era comparable a la resistencia antifascista en el Estado español en los años 30. Esta consideración es insultante para la memoria de la resistencia antifascista y no tiene el menor rigor intelectual. Rusia no va perdiendo la guerra, y mucho menos después de su reajuste estratégico. A estas alturas ya nadie se atreve a mantener tal tesis desde una tribuna medianamente seria. Seguramente desde el imperialismo angloamericano sabían que esto iba a ser así, pero prefirieron sostener el engaño a la opinión pública, empezando por la ucraniana, la más afectada por ese relato ficticio propio del Metaverso.
En relación con las sanciones económicas y el “impacto brutal” que iban a tener en la economía y sociedad rusa, impacto que conduciría a un levantamiento social que derrocaría a Putin y pondría en su lugar a un equipo en la línea prooccidental de Yeltsin, es muy posible que el imperialismo se lo creyera. Había elementos que podían hacer pensar que esas medidas de sanción y bloqueo económico podrían repercutir de una manera importante en la población rusa. Pero si se conoce la psicología y la cultura del pueblo ruso, no es difícil entender que ese malestar no alcanzaría los límites de las conjeturas del imperialismo; la realidad parece que se está desarrollando de una forma totalmente contraria. La crisis se está sufriendo en Occidente y las revueltas sociales y los cambios políticos también. No hay que hacer más que un repaso por la propia Europa para ver las crisis políticas en Reino Unido, Italia, Francia, etc.; y por supuesto, en el Estado español.
El Estado español no tiene solución para sus problemas en el marco del bloque del capitalismo occidental. Todos los indicadores confirman esa cuestión: inflación del 10,2%, el país con inflación más elevada de los países importantes de la UE, el retraso en la recuperación económica, y la precarización social consecuencia de todo ello. Además, en el plano político, el estatus que juega el Estado español en el escenario internacional ha ido precarizándose. La puesta en escena de la celebración de la Cumbre de la OTAN en Madrid, entre palurdos agasajos y con un gasto impresionante del erario público que se podría haber utilizado de forma más racional y sensata, no fue más que un espejismo de lo que algunos quisieron creer que era la reconfiguración del estatus internacional del Estado español. Una auténtica ilusión. Marruecos está atravesando esta crisis con una mejora de su estatus internacional, por no hablar de Turquía, un país con un régimen reaccionario y perteneciente a la OTAN, pero que tiene habilidades en la obtención de resultados y que sabe jugar sus cartas con cierta eficacia. En cualquier caso, ambos tienen un cierto proyecto de país, por reaccionario que sea, y de relaciones internacionales. En el caso del Estado español, el Gobierno y el Régimen carecen de todo proyecto, ni para el conjunto de pueblos que conforman el Estado, ni para cada uno de ellos por separado. Su único proyecto es el mantenimiento en sus puestos de privilegio, es decir, en los altos cargos de la administración; el ejemplo del viaje turístico de la Ministra de Igualdad con su pequeña corte a Nueva York en el Falcon es un ejemplo escandaloso de ello.
Ya no saben qué inventar para alargar una situación que parece tocar fin. Una de esas invenciones son las medidas que teóricamente reflejan un giro a la izquierda del Gobierno, contadas por Pedro Sánchez en el último Debate sobre el Estado de la Nación, quien obviamente ya no tiene credibilidad alguna, salvo para los interesados en creerle. En las próximas semanas comprobaremos su nulo impacto. Por otro lado, se han inventado el Podemos 2.0, encabezado por Yolanda Díaz, que un delegado del PCE definió con acierto como el Frente de la Ternura. Es curioso cómo no se cansan de generar herramientas ficticias en vez de hacer lo que le tocaría a un proyecto progresista: escuchar en los barrios, fábricas, etc. Pero de esa escucha Yolanda Díaz no saldría muy contenta, porque recibiría un rechazo claro a su intento de engañar a la sociedad.
El pasado fin de semana se celebró la última parte del Congreso del PCE. Nos congratulamos de que un sector muy significativo de ese partido esté por recuperar las tradiciones de impulsar la lucha y la organización popular, muy especialmente en el caso del PCM, en donde esa corriente es claramente mayoritaria. Era evidente que la vieja-nueva burocracia del PCE no iba a permitir que tales tesis salieran victoriosas en el Congreso, para lo que tendrían además todo el apoyo de los aparatos del Régimen; y así fue. Mediante maniobras antidemocráticas -manipulación de listas de delegados, impedir el uso de la palabra, etc.- esa nueva-vieja burocracia consiguió ganar numéricamente el Congreso. Pero eso no debería suponer un gran problema; quizás más problemático fuese dirigir desde una dirección saneada un partido con minas repartidas por todo el territorio cuya intención fuera la de sabotear la línea de trabajo de esa nueva dirección. En nuestra opinión, el proceso por el que atraviesa el PCE es un reflejo de cómo no solo los sectores populares, sino las organizaciones políticas de vanguardia, incorporan a su reflexión y a su práctica la agudización de la crisis económica del capitalismo y de la crisis política del Régimen del 78. Esto, obviamente, no ha hecho más que empezar. Entendemos que sea motivo de preocupación para los que tienen la tarea, de una u otra manera, de defender la continuidad del Régimen monárquico.
Por último, una consideración sobre la batalla personal abierta entre Ferreras y Pablo Iglesias, cuyo único objetivo es ver quién se queda con una mayor audiencia. Las prácticas que denuncia Pablo Iglesias son las prácticas habituales de la Sexta y de periodistas-mercenarios como Ferreras o Inda. Pablo Iglesias no tenía problema alguno en participar en compañía de Eduardo Inda en las tertulias de la Sexta, pura apología de la mentira y la criminalización, cuando este acusó a IzCa, deformando el nombre de la organización para evitar posibles querellas, nada menos que de haber matado a una persona en Villalar.
Izquierda Castellana, 15 de julio de 2022