Intervención de Luis Ocampo de la Plataforma en Defensa de la Sanidad Pública de Valladolid en la Primera Asamblea Social en Defensa de la Sanidad Pública del 13 de noviembre.

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Intervención de Luis Ocampo de la Plataforma en Defensa de la Sanidad Pública de Valladolid en la Primera Asamblea Social en Defensa de la Sanidad Pública del 13 de noviembre.

Salus populi suprema lex est (La salud de pueblo es la ley suprema), Cicerón.
Estamos viviendo momentos históricos complejos, críticos desde muchos puntos de vista: económico, social, cultural… Un mundo injusto y caduco se resiste a desaparecer con uñas y dientes cueste lo que cueste. Y un mundo más justo y mejor es cada día más necesario.

La Salud Pública es el conjunto de disciplinas y actividades orientadas a la prevención de la enfermedad y a la mejora de la salud de la población. Tiene unos orígenes remotos, pero de una forma muy genérica podríamos decir que la Medicina -y, por tanto, la salud pública- de una cierta base científica comienza en el mundo occidental con Hipócrates, médico griego que vivió en el siglo V a. C. Hipócrates dejó constancia de que las enfermedades son procesos naturales que se producen por diferentes razones, pero que desde luego no tenían ni origen divino ni demoníaco, tal como se consideraba hasta aquel entonces.

Es fundamental, en tiempos de crisis especialmente, tener una perspectiva histórica sobre las cosas, incluyendo las enfermedades.

Lo que podemos considerar como Salud Pública y la epidemiología -en su sentido moderno- aparecen y se desarrollan a partir del siglo XIX, centradas en las enfermedades infecciosas. En el siglo XX surge lo que se llama la “segunda revolución epidemiológica”, según terminología de Milton Terris, que incorpora a la epidemiología, además de las enfermedades infecciosas, a las enfermedades crónicas de alta incidencia/prevalencia, tales como enfermedades cardiovasculares, metabólicas, etc. Seguramente en el siglo XXI asistiremos a la “tercera revolución epidemiológica”; las circunstancias así lo exigen. Es importante decir que esa tercera revolución epidemiológico-sanitaria nada tiene que ver con las consultas no presenciales, como algunos autores y políticos posmodernos pretenden. Eso no es una revolución, es una contrarrevolución.

Los grandes nichos de la morbi/mortalidad son los que han de condicionar la epidemiología y la salud pública de base científica. También tendrán, ya la tienen, una importante influencia en la génesis de la enfermedad el deterioro del medio ambiente y sobre todo, si se llevan adelante, planteamientos tan «inteligentes» como el impulso a la energía nuclear para luchar contra el cambio climático.

La aparición de los antibióticos, comenzando por la penicilina, que descubre el doctor Fleming y se empieza a fabricar de forma masiva en 1939-1940, supone un auténtico cambio en el tratamiento de las enfermedades infecciosas. Es interesante destacar, en contraste con lo que sucede ahora, que Fleming cedió gratuitamente la patente sobre su descubrimiento a la industria farmacéutica, para que la producción de la penicilina resultase lo más barata y masiva posible. Se había iniciado la IIª Guerra Mundial, la potencial demanda era elevada y la penicilina era muy necesaria para salvar vidas.

El descubrimiento de los antibióticos, que fue un hecho en general positivo, tuvo también algunas consecuencias negativas. En el año 1969, William H. Stewart, Médico Cirujano General de los EEUU (figura que existe en ese país y que suele recaer en un Vicealmirante de la Armada) declaró solemnemente que las enfermedades infecciosas a partir de ese momento iban a ser cosa del pasado, pues con los antibióticos y las vacunas, estas estaban en vías de control total. Esto no fue una mera consideración retórica, ya que a partir de ese momento en algunas universidades tan importantes de EEUU como Harvard o Yale se suprimieron las cátedras relacionadas con las enfermedades transmisibles, y también muchos hospitales suprimieron los servicios de infectología; en general, los servicios de salud pública orientados al control de enfermedades infecciosas se vieron muy disminuidos. Esta consideración, de gran repercusión en EEUU, tuvo un reflejo también importante en el resto del mundo occidental, incluyendo Europa. Entre los médicos y entre la gente del común, se pasó a considerar las enfermedades infecciosas como algo del pasado o, al menos, de fácil tratamiento y control.

Es oportuno incluir la consideración de que a partir de los años 20 del siglo pasado, y muy especialmente a partir de los años 50-60, se incrementaron de una forma espectacular las enfermedades relacionadas con lo que podríamos llamar el “estilo de vida”: cánceres, como el de pulmón, en relación con el tabaquismo; cardiovasculares; metabólicas, en relación con la alimentación y el sedentarismo; etc., que fueron incorporadas de una forma prioritaria a la investigación epidemiológica y a los servicios de salud pública.

En lo que llevamos de siglo XXI, y sobre todo durante su segunda década, las enfermedades infecciosas han recuperado pleno protagonismo. Ahora estamos en plena pandemia de la Covid-19, pero recientemente hemos tenido el SARS, la Gripe Aviar, el Ébola… Y anteriormente, y ahí sigue, el VIH/SIDA, por citar sólo algunas.

Es evidente que los Sistemas Sanitarios Públicos, para recuperar su efectividad en la prevención de la enfermedad y en la lucha por la salud de la población, tienen que reequilibrar la importancia de esos dos grandes campos de la génesis de la enfermedad e incorporar un tercero relacionado con el deterioro medioambiental.

En 1981 apareció en el Estado español, muy especialmente en las dos Castillas y León, incluyendo Madrid, lo que se denominó el Síndrome del Aceite Tóxico, epidemia provocada por el aceite de colza importado para uso industrial, desnaturalizado por algunos industriales sin escrúpulos, exclusivamente movidos por la avaricia y el fácil enriquecimiento. Esa epidemia produjo más de mil muertos y más de diez mil afectados, de los que un número significativo aún sigue padeciendo graves secuelas.

La epidemia de la colza, también llamada del aceite tóxico, produjo una alta conmoción en la sociedad e impulsó en el Estado español una importante preocupación por la investigación epidemiológica y por la mejora de los Sistemas Públicos de Salud: es difícil disociar la puesta en pie del Sistema Nacional de Salud a través de la Ley General de Sanidad en 1986 sin tener en cuenta ese evento. Desgraciadamente, hoy no parece que la pandemia de la Covid esté condicionando, en el Estado español ni en Europa, ni desde luego en ningún caso en Castilla y León, un esfuerzo intelectual de estudio, investigación ni mucho menos de mejora real en el Sistema Sanitario y en su gestión.

Si que está presente -y es nuestra gran esperanza- el compromiso de la gente del común, de la que como siempre vendrá el auténtico empuje para la solución de los problemas.

¿Por dónde tendrían que avanzar los servicios de Salud Pública y el Sistema Sanitario Público en general? En primer lugar, por el estudio riguroso y científico de la realidad de lo que está ocurriendo y, sin mucho espacio para el error, tener como eje que entre las causas de enfermedad y mortalidad están de nuevo las enfermedades infecciosas, que no han venido para marcharse, sino para quedarse con una cierta cronicidad, es decir, de forma endémica, además de las que tienen su origen en el deterioro del medio ambiente.

Desde la Junta de Castilla y León y la Consejería de Sanidad no se está haciendo absolutamente nada serio en esta dirección. Se está haciendo política en el peor sentido del término y jugando con la salud de la gente. Y lo que es peor, reiteradamente nos hablan de la despoblación de nuestra Comunidad, pero de manera simultánea liquidan los servicios en el medio rural y no solo en lo referente al Sistema Sanitario, sino en el educativo, etc. Esa política no solo no revierte la despoblación de nuestros pueblos y comarcas, sino que la refuerza. Cualquier persona puede comprenderlo.

Para finalizar, queremos dedicarle a la Consejera de Sanidad Verónica Casado, sin acritud, la frase que Cipión comenta a Berganza en el «Coloquio de los perros» (Cervantes): «Cipión: pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de terceros.»

Valladolid, a 13 de noviembre de 2021

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