
En primer lugar, hay que partir de la base de que un ejército imperial en retirada no tiene preocupación alguna por lo que les pueda suceder a las gentes o a las tropas mercenarias creadas a su servicio en los pueblos invadidos. Esos procesos siempre han sido así y así seguirán siendo. Es importante que reconozcamos esta verdad histórica para situarnos adecuadamente a la hora de tomar partido en circunstancias complejas. Con mucha frecuencia las apariencias engañan. Las declaraciones de Biden después de la caída de Kabul son muy clarificadoras a este respecto: “Biden afirma que la misión de EEUU en Afganistán nunca fue crear democracia”.
Comprender lo que está ocurriendo en Afganistán y prever en alguna medida lo que puede ocurrir en el futuro próximo son tareas complejas que requieren estudio, análisis y reflexión. Hay una tremenda banalización del asunto, tanto en los medios como en las redes sociales, que dificulta esa comprensión. Con este editorial pretendemos modestamente contribuir a ese proceso de clarificación, proceso que necesitará de un estudio constante de las nuevas informaciones y, por supuesto, de nuevas reflexiones.
Algunos datos sobre la realidad de Afganistán
Nos parece imprescindible hacer una descripción geográfica (física y humana) de Afganistán. Si la geografía casi siempre es un condicionante estructural, en este caso podríamos decir que es un factor determinante.
Afganistán es un país que se encuentra en la encrucijada entre Persia, el subcontinente indio, Asia Central y China; sin pertenecer a ninguna de estas regiones, ha recibido y recibe la influencia de todas ellas.
La frontera más larga de Afganistán es la que comparte con Pakistán, la llamada Línea Durand, establecida artificialmente por el colonialismo británico. En Pakistán los talibanes encontraron su principal respaldo: muchos se formaron en sus madrasas (escuelas islámicas), recibieron entrenamiento militar y financiación. Pakistán fue el gran valedor del integrismo islámico en la región.
Al oeste de Afganistán se encuentra Irán, que tradicionalmente ha mantenido una actitud hostil hacia los talibanes, aunque en la actualidad exploran una política más pragmática para lograr que se respeten los derechos de la minoría chií en Afganistán.
Afganistán cuenta con una pequeña frontera con China a través del corredor de Wakhan, un estrecho valle que desemboca en la provincia china de Xinjiang, también conocida como Turkestán Oriental, habitada por un pueblo de origen túrquico y religión musulmana: los uygures. En esa región tienen su base diferentes grupos armados islámicos, como el ETIM, que han protagonizado atentados terroristas en toda China.
Finalmente, Afganistán hace frontera al norte con tres países que fueron Repúblicas Socialistas que formaron parte de la Unión Soviética hasta su liquidación en 1991: Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, sobre los cuales Rusia mantiene una significativa influencia. De estos tres, Tayikistán es el estado más débil, el más conectado con el integrismo islámico y el más escarpado, con una frontera porosa y difícil de controlar, que preocupa especialmente a China.
Afganistán es un país montañoso, sin salida al mar, con una superficie de unos 650.000km2, siendo el 80% de su territorio útil para la agricultura (por establecer una comparación, el Estado español tiene una superficie de unos 500.000km2 y solo el 50% son aptos para la agricultura). Pese a sus ricos yacimientos, apenas explotados, es un país totalmente dependiente del exterior en financiación y recursos; por ejemplo, el 75% de la electricidad se importa desde Turkmenistán.
En Afganistán conviven multitud de etnias, algunas de raíces iranias: pasthunes, la mayoritaria, con más de un 40%; tayikos, cerca de un 30%; hazaras (aproximadamente un 10%), baluchis (2%), etc. También existen algunos grupos con raíces no iranias, como los uzbekos o los turkmenos. Existe igualmente una gran diversidad lingüística. El 99% de los afganos son musulmanes, de los cuales una mayoría son suníes (un 80%, frente al 15-20% de la población chiíta), existiendo otras pequeñas minorías religiosas. Se trata de una población con una media de edad muy joven (el 65% de la población tiene menos de 25 años), y una esperanza de vida situada en los 65 años. Dos terceras partes de los afganos subsistían con menos de dos dólares diarios y únicamente un 20% de ellos tiene acceso a agua corriente. La mayoría de la población es rural y muy tradicional.
La Revolución de Saur
Además de esta breve descripción demográfica, étnica, religiosa y geográfica de Afganistán, nos parece imprescindible recoger algunos elementos históricos. Sin necesidad de retrotraernos hasta Alejandro Magno, es de especial interés recordar un episodio contemporáneo fundamental que ha marcado el devenir histórico del país, tal cual fue la Revolución de Saur de abril de 1978: Afganistán inició un proceso de modernización social y democrático, cómo no, inspirado en el socialismo.
El sector más reaccionario de la sociedad afgana, con el apoyo de las potencias occidentales, especialmente Estados Unidos, inició inmediatamente un proceso de confrontación armada contra ese proyecto modernizador y contra el Gobierno de la Revolución de Saur. Es en este proceso en el que se configuran las fuerzas yihadistas, incluyendo la de los talibanes, que acabará siendo la hegemónica. Hay que recordar que el principal aliado occidental en la zona, el Régimen del Sha en Irán, que jugaba un papel geoestratégico con bastantes similitudes al que juega actualmente Israel, estaba tambaleándose en aquel momento, y acabaría por caer en 1979. El imperialismo occidental no podía permitir que Afganistán también se escapara de su influencia.
La Revolución de Saur tuvo un programa, como decíamos, plenamente democrático, de culturización de la sociedad, de lucha contra la discriminación de género y de impulso a un proyecto de desarrollo socioeconómico que incluía la reforma agraria y la industrialización del país.
Afganistán estaba anclado en un régimen de esclavitud funcional en el mundo agrario y, por supuesto, de discriminación brutal de la mujer y de las niñas y niños, con unas tasas de analfabetismo superiores al 95%. Algunos de los puntos del programa de la Revolución de Saur fueron la igualdad jurídica entre hombre y mujer; la abolición del matrimonio infantil; la ley de divorcio; el derecho de la mujer a no usar velo; la legalización del trabajo femenino; la prohibición del cultivo de opio; y, por supuesto, un programa de alfabetización acelerado. La reacción islamista puso el sello a lo que sería su línea de acción con el asesinato por degüello de maestros y funcionarios en Nuristán en junio de 1978.
Las acciones de las diversas milicias armadas yihadistas suponían miles de muertos cada año, pero aquellos atentados no tenían reflejo, o tan solo de una forma muy limitada o edulcorada, en los medios de comunicación occidentales. A estos muyahidines, presentados por los medios occidentales como luchadores por la libertad, se les dio todo tipo de apoyo económico, armamentístico, de inteligencia, mediática, etc.
A finales de diciembre de 1979, después de reiteradas peticiones del gobierno legal y legítimo afgano, la Unión Soviética envió tropas al país con el objetivo de defender al gobierno revolucionario. Es interesante destacar cómo durante el periodo revolucionario en Afganistán las mujeres participaron de forma significativa en las fuerzas armadas, servicios de inteligencia y en el Gobierno. El 21 de marzo de 1982 se convoca en los países occidentales una jornada de apoyo a la resistencia contra la presencia soviética en Afganistán, que partió del Parlamento Europeo; es decir, una jornada de apoyo a los islamistas. En 1988 la URSS acuerda retirar sus tropas de Afganistán; a pesar de esa retirada, el Régimen democrático/socialista afgano aguanta la presión durante cuatro años más.
En abril de 1992 los muyahidines se hacen con el poder y liquidan el Régimen democrático/socialista, estableciendo un régimen islámico. EEUU, España y Reino Unido, entre otros, lo reconocen como legítimo gobierno. Algunas de las primeras medidas que toman son el fin de la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, la implantación de la Sharia y el uso obligatorio del velo. Ese Gobierno muyahidín instaura el Estado Islámico de Afganistán, que en 1996 es sustituido por el Emirato Islámico de Afganistán cuando los talibán se hacen con el poder, imponiendo un mayor fundamentalismo religioso, y que tendrá su continuidad hasta la invasión estadounidense de 2001.
Una anécdota, de gran significado político y cultural, tuvo lugar en 1981 durante el proceso para enjuiciar la intervención soviética en Afganistán en el Tribunal en Estocolmo. Cuenta Eduardo Galeano que los talibanes declararon ante la Corte que los comunistas habían deshonrado a sus hijas: “¡Les han enseñado a leer y escribir!”.
Es curioso como las potencias occidentales agitan una teórica preocupación por la cuestión humanitaria en Afganistán. Hay que decir que esto es pura mentira, lo único que les preocupa es dar salida a los colaboradores que han tenido durante su presencia en la ocupación imperialista de Afganistán, que por supuesto son una minoría de la población afgana. Por poner algunos datos, 20.000 afganos serán acogidos en el Reino Unido, 5.000 este año; Berlín pretende acoger a 10.000; el Estado español no da cifras. La inmensa mayoría de la población afgana queda a merced de la suerte y de la evolución de las circunstancias en ese país.
¿Estamos ante un repliegue estratégico insuficientemente planificado y con muchos errores tácticos o ante un hundimiento del poder imperial occidental?
En 2005 se firmó la declaración conjunta de relaciones estratégicas entre Afganistán y EEUU. En el año 2009 Obama anuncia el plan de retirada de Afganistán, que habría tenido que concluir a finales de 2014. En el año 2020 Trump firma el acuerdo definitivo de retirada de las tropas estadounidenses.
El talibán ha llegado a un acuerdo con los EEUU para respetar el control por parte de los yanquis del aeropuerto internacional de Kabul. Parece ser, según el responsable de prensa del Pentágono, que en julio de 2021 habían entregado dos helicópteros Black Hawk de un total previsto de 37, además de 3 aviones de ataque ligero. Sobre Afganistán, los EEUU y el mundo occidental han mantenido una mentira sistemática y continuada, tal como reconoce Bob Crowley, coronel que ejerció de consejero contra la insurgencia.
La toma de todo el territorio de Afganistán no ha sido un proceso militar en su sentido estricto, no ha habido apenas batallas. Ha sido una transmisión del poder en toda regla en la mayoría de las provincias, incluyendo Kabul.
Es muy probable que este proceso se haya dado así porque EEUU en el actual replanteamiento de su política geoestratégica, orientada a la preparación de una guerra global, pretendan dos cosas muy importantes para ellos:
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Primero, reubicar a las tropas hasta hoy emplazadas en Afganistán, con una gran experiencia, en zonas más importantes en ese proyecto de guerra global, tal como puede ser Europa Oriental, algún país aliado de Oriente Medio o incluso emplearlas para reforzar militarmente Corea del Sur, Japón o Taiwán.
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En segundo lugar, dejar un régimen que, aun con dificultades significativas para su supervivencia, aunque menores que las que tendría el presidido por Ashraf Ghani, será potencialmente aliado, al menos en lo fundamental, de los intereses del imperialismo, salvo que en la evolución de las cosas se introduzcan cambios muy significativos, cuestión que tampoco hay que descartar en un país como Afganistán.
En las próximas semanas publicaremos un segundo editorial sobre los acontecimientos en Afganistán.
Izquierda Castellana, 20 de agosto de 2021