
EL RÉGIMEN DEL 78 Y EL PROCESO DE TRANSICIÓN AL DESNUDO
Todo el proceso de transición del franquismo al Régimen del 78 estuvo basado en la mentira, por activa o por pasiva, proclamando como ciertas auténticas falsedades u ocultando verdades y realidades de gran transcendencia. Los medios de comunicación, tal como siguen haciendo, jugaron de forma generalizada un papel clave en el impulso de esa “gran mentira”.
La II República y la resistencia antifranquista desaparecieron de la realidad del día a día. Tuvieron que pasar varias décadas, hasta los años noventa, para que, bajo el impulso de diversas organizaciones de diferentes ámbitos, entre ellas UPC – IzCa así como JCR – Yesca), se iniciaran campañas para barrer la nomenclatura y simbología franquista de nuestras calles y plazas, así como para recuperar la memoria de la lucha republicana y democrática. Un importante número de militantes comuner@s fueron detenidos, procesados y juzgados por tales actividades.
El imperialismo, el capitalismo internacional, estaba en un buen momento: acababan de liquidar «manu militari» al proyecto de Unidad Popular en Chile, imponiendo una dictadura militar cuya doctrina económica era el neoliberalismo más inhumano de la Escuela de Chicago. Ese modelo lo extendieron, por métodos similares, tanto en lo político como en lo económico, a otros países de Latinoamérica: Argentina; Uruguay; Bolivia; Paraguay… No iban a tolerar que el Estado español llevase adelante tras la muerte de Franco una transición, no ya revolucionaria, sino simplemente democrática. Muy pocos años antes Grecia y Portugal habían acabado con sus regímenes fascistas; en el caso de Grecia fue un proceso relativamente controlado, pero en el caso de Portugal supuso para el imperialismo y su estructura militar (la OTAN) graves quebraderos de cabeza que llevaron, por ejemplo, a excluir temporalmente a la representación del Gobierno de Portugal en las reuniones de la Organización, incluso ocurriendo que esta alianza militar realizara unas maniobras en las costas portuguesas, ensayando lo que podría ser un desembarco real. Bajo ningún concepto podían permitir que en el otro Estado de la Península Ibérica, además con un brillantísimo historial de lucha antifascista, se les escapara algo de su control. Esa consideración justificó la exhaustiva presencia de la CIA en los años de Transición en España, en estrecho contacto e influenciando a todos los niveles, desde el personaje que estaba designado por Franco para sucederle en la Jefatura del Estado a título de Rey hasta la infiltración en organizaciones políticas y sindicales, no para obtener información concreta, tarea que estaba en manos de la Brigada Político-Social, los servicios de inteligencia de la Guardia Civil y del Ejército, sino para influir en sus líneas políticas y de acción.
Esa auténtica obsesión en que nada se les fuera de las manos supuso también una gran implicación de Alemania y Francia (a través de Willy Brandt y François Mitterrand) para construir en un tiempo récord un partido socialdemócrata español: el PSOE renovado, así se llamaba, sería el instrumento político privilegiado para impulsar el proyecto de la reforma del franquismo hacia la monarquía postfranquista, tal como finalmente fue y es.
El PSOE de Felipe González tuvo que llamarse así (renovado) porque el PSOE (histórico), fundamentalmente en el exilio, no aceptó inicialmente la legitimidad del proceso de construcción del nuevo PSOE a partir del Congreso de Suresnes. Durante unos años coexistieron dos PSOE, el renovado y el histórico. Obviamente todos los poderes fácticos a nivel del Estado, Europa e internacional dieron su apoyo a Felipe González, a quien veían como único líder capaz de llevar adelante ese proceso, tal como realmente ocurrió, una vez que la etapa de Adolfo Suárez, la del desmontaje de la estructura política del Régimen franquista, respetando todo el resto de sus poderes e instituciones, estuviera culminada.
En sus términos generales ese proceso no les salió mal, aunque desde el mismo inicio sectores significativos de las clases trabajadoras de los diversos pueblos del Estado lo rechazaron. Esa oposición fue de una gran importancia cualitativa y cuantitativa en Galicia y en Euskal Herria. Sin esas resistencias iniciales seguramente hoy no tendríamos al Régimen acorralado.
En Madrid y en el conjunto de Castilla, sin embargo, aunque la resistencia social fue importantísima, esta no tenía un encuadre político coherente; era, por tanto, muy débil y fácilmente derrotable. Hoy la situación es muy diferente y, además de existir un muy amplio sector social a favor de la ruptura con el régimen de la corrupción, existen también redes de activistas políticamente cohesionados y con una clara hoja de ruta.
El capitalismo español e internacional durante un corto espacio de tiempo hicieron ciertas concesiones a las clases trabajadoras porque querían asegurarse que la “maniobra de la Transición” triunfase. Hoy estamos al final de ese proceso llamado Transición y que se inicia en los años setenta. La situación internacional es muy diferente, y también la del sistema capitalista, agotado y con grandes e intensas divisiones en su interior, que tienen su máxima expresión en la situación de los Estados Unidos de Norteamérica; allí, gane quien gane las próximas elecciones, ya veremos, los conflictos no harán sino intensificarse en los próximos años.
El Régimen y el bloque dominante español en su conjunto vienen intentando desde la moción de censura del 1 de junio de 2018 que desalojó a Rajoy del Gobierno una maniobra similar a la que llevó a Felipe González y al PSOE a una larga etapa de Gobierno. Pero las circunstancias son muy diferentes y los actores también. Como en todas las segundas partes, los actores son de muy mala calidad.
En aquel entonces, a finales de los setenta y durante los años ochenta, tenían algo que ofrecer: “un cambio democrático”, que la mayoría de la sociedad sabía que no era por lo que se había luchado, pero al menos era algo: la puesta en pie de servicios públicos: sanidad, educación, pensiones… que siendo limitados mejoraban sustancialmente lo existente hasta ese momento; y sobre todo ofrecían el “maná europeo» –¡íbamos a pasar a ser europeos!-, como si hasta ese momento hubiéramos pertenecido a otro continente, y eso no iba a suponer más que maravillas. Hay que recordar el papanatismo europeo de una parte de la sociedad española que, aunque aún hoy perdura, por aquel entonces era espectacular. Iban a venir los Reyes Magos, pero de Occidente. Con el paso del tiempo ya hemos podido comprobar lo que ha significado la entrada en la UE: la liquidación de la economía productiva en el Estado español, especialmente la industria, agricultura y ganadería, y la dedicación exclusiva a la economía de servicios, especialmente el turismo. Esta configuración económica a la que nos llevó la UE con la aquiescencia de nuestro bloque dominante es una de las claves de que España sea la formación social más perjudicada de Europa en la actual crisis y con peores expectativas de superarla.
Hoy ya casi nadie ve a Europa como ese potencial «maná», aunque algunos insistan en la idea, especialmente ahora con el tema de los fondos que dicen que nos van a regalar. Los servicios públicos van de mal en peor y el Régimen en su conjunto sufre un deterioro tan brutal que lleva a que cada vez más amplios sectores contemplen la necesidad de un cambio de este. Esa es la verdadera razón para que los de Galapagar se nos conviertan al republicanismo. Pretenden cabalgar esa ola, pero no lo van a conseguir; son un descrédito para el movimiento republicano.
Construir República supone esencialmente llenarla de contenido: social, económico, político, cultural, moral… y eso solo se conseguirá si impulsamos una auténtica implicación social y además excluimos a los nuevos tahúres de la política.
En Madrid se está viviendo una especial implicación política y social porque al odio a las clases populares de los pueblos y barrios de Madrid por parte del PP con Ayuso a su cabeza se le une el oportunismo sin límites del Gobierno de Coalición, que pretenden sacar pecho precisamente comparándose con el Gobierno de Ayuso. Estos son unos fascistas, pero los del llamado Gobierno de Coalición Progresista son unos mentirosos compulsivos y unos irresponsables peligrosos. Reproducimos una parte de una editorial del País que creemos que refleja con exactitud la forma de hacer de esta gente (sin que sirva de precedente):
“(…) que intentar salir del paso con un argumento fraudulento: hicimos lo que pudimos, la culpa es de los otros. Pero esa manera de hacer política (…) responde a un modelo que tendría que desterrarse cuanto antes del sistema: el de levantar banderas que no tienen recorrido” (Editorial de El País, a 15 de octubre de 2020: “Así no”)
La manifestación del próximo 25 de octubre en defensa de Madrid, en defensa de los servicios públicos y por el avance en el proceso de construcción de una alternativa de izquierdas para el pueblo de Madrid tiene que significar un gran paso en esa dirección.
Izquierda Castellana, 16 de octubre de 2020