Enfermar en un pueblo

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Centros de salud convertidos en búnkeres, peregrinaje tras los sanitarios por los consultorios de la comarca sin transporte público y avisos domiciliarios que no se atienden, eso viven los residentes del medio rural

 

Enfermar en un pueblo es padecer doblemente. Por el mal que socava la salud del paciente y por lo que cuesta llegar a ver al médico de familia, al profesional que requiere un contacto cercano con la población para que su labor sea eficaz. Eso, hoy, es ficción en el medio rural de Castilla y León.

La situación no es nueva. Se asienta sobre una erosión de la sanidad pública rural de años en un servicio gestionado por la Junta de Castilla y León, que la covid muestra desde marzo con una crudeza creciente a medida que pasan los meses. Lo que sigue no es un relato urdido a partir de una fuente política intoxicadora o interesada. Ya podía serlo, ahí se acabaría el problema.

No tiene nada que ver el acceso al sistema sanitario de un empadronado en una ciudad con el del residente en un pueblo. El primero puede haber visto resentido el servicio con la consulta telefónica, pero el centro de salud está operativo, las urgencias del hospital cerca y tiene transporte público para desplazarse. En la Castilla y León rural, no.

El primer escollo es contactar con el centro de salud. No es un problema de cita previa, modelo que funciona en la ciudad y que podría hacerlo con una planificación adecuada y personal suficiente en la sanidad rural. Resulta muy difícil que el aviso sea efectivo en el pueblo. Primero, tienen que contestar al teléfono. Ha habido ayuntamientos que han intentado mediar recogiendo llamadas para solventar la inoperancia del sistema.

Si se supera este paso, luego hay que conseguir que los sanitarios acudan. Les aseguro que es difícil. Sirvan dos ejemplos. Una petición de atención por un posible ictus en un paciente con antecedentes y secuelas de otros anteriores se contesta con un «no podemos ir». La misma respuesta que recibe el aviso por un octogenario enfermo de covid que lleva días sin tolerar bien alimentos y con mareos. Les invitaron a volver a llamar si tenía fiebre o veían que se ponía «moradito». De ambulancia para trasladarle al hospital ni hablamos.

Hasta la tramitación de un parte de confirmación de baja supone días de llamadas y correos y, tras lograr su firma, toca recogerlo no en el consultorio local ni en el de un pueblo vecino, ni siquiera en el centro de salud de la cabecera de comarca (a 15 kilómetros), sino en una localidad a 30 kilómetros de tu casa. Si no puedes conducir, o te lo recoge alguien que va de propio intento o estás aviado.

Toda una carrera de obstáculos para desánimo del paciente y de los que tiene alrededor. Lo que relato ocurre en la comarca de Cuéllar –14 médicos y 11 enfermeros en plantilla para 13.998 tarjetas habituales, más 265 de desplazados, más los veraneantes; con 20 consultorios, según datos de la Junta–, pero no se trata de colgar sambenitos porque no parece un caso aislado.

Así está el servicio sanitario en unos pueblos en los que cada vez que oyen a un político decir que apuesta decididamente por el medio rural empieza la generación de bilis. Con el peligro que conlleva, porque si necesitaran tratar ese cólico de mala leche, les resultaría casi imposible ver a su médico. Aunque peor que sufrir los efectos del cabreo sería resignarse.

Podrían los responsables de la Junta o de las diputaciones que tanto pregonan su existencia indispensable para los pueblos acercarse a preguntar a los vecinos cómo les atienden. Les dirán que están dejados de la mano de Dios, expresión muy de la tierra. Solos. Muchos reconocerán la dedicación de su médico y de su enfermera más allá de lo que exige la nómina y otros les contarán que al profesional que les ha tocado en suerte se le nota a disgusto porque aspira a una consulta urbana en la ciudad donde vive. Es humano, pero no lo deben sufrir sus pacientes.

Y algo tendrán que decir los gestores de los últimos años y quienes desde esas diputaciones o el mullido escaño de las Cortes aplaudieron o callaron por disciplina de partido cada decisión de ajuste. Y explicar qué solución hay y, si no la encuentran, decirlo a la cara.

Si alguien se ofende, ya lo siento, no es mi intención. Seguro que me afecta el exceso de bilis por lo que he visto este agosto en el pueblo en el que crecí.

Susana Escribano

https://www.elnortedecastilla.es/castillayleon/enfermar-pueblo-20200829130811-nt.html

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