Por Acacio Puig (de la asociación Memorialista En Medio de Abril)
En 1936 en Sepúlveda, histórico pueblo segoviano, habitaban 1.500 personas.
Los antecedentes a la victoria republicana de 1931 eran similares a los propios de la mayoría de enclaves rurales castellanos: caciquismo, dominio clientelar de aristócratas locales (aquí Gil de Biedma), enorme brecha social, control ideológico eclesiástico y arbitraria represión por la guardia civil.
Republicanos y socialistas contaban ciertamente con relevantes personalidades pero con muy escaso soporte organizativo; no obstante cierto desarrollo obrero y agrícola conllevó una modesta presencia sindical.
En Sepúlveda la crisis de la institución municipal fue una constante desde las elecciones de 1931. Si el resultado electoral del 12 de abril se zanjó con siete concejales de derechas y dos de izquierdas, el escándalo que desveló el fraudulento manejo de las urnas llevó al Gobierno Civil poco después, en mayo, a decretar la disolución de ayuntamiento y la designación de un gestor hasta la convocatoria de nuevas elecciones que arrojaron similar resultado. Descontento, broncas de calle, detenciones y finalmente dimisiones de concejales, caracterizaban una situación de violenta beligerancia, contra el peso de la costumbre del “pucherazo”.
La caótica situación motivo nuevas elecciones en octubre de 1932 y llevó al Gobernador Civil a imponer finalmente una comisión municipal gestora que empezó a arbitrar la situación tras el triunfo electoral de 1936 y el consiguiente gobierno del Frente Popular. Sin embargo, a consecuencia del alzamiento golpista del 17-18 de julio la violencia de derechas desarboló muy pronto aquella corporación transitoria, que fue detenida y encarcelada.
Los efectivos organizados de Falange en Sepúlveda eran exiguos (Braulio Abad, Marcos Cristóbal y Ángel Alonso) pero desde el primer día del golpe, patrullas itinerantes de matones ultraderechistas armados, procedentes de Segovia –también de Burgos y Valladolid- camparon a sus anchas por la provincia, amedrentando y violentando a un vecindario indefenso, recogiendo denuncias de delatores, muchos de ellos tránsfugas de la izquierda que se habían apresurado a vestir la camisa azul y venderse al mejor postor.
De ese modo el golpe militar fascista atenazó Sepúlveda desde la primera hora. Fueron detenidos y encarcelados su alcalde, Elías Sanz (IR) el teniente alcalde Antonio A. Moreno (también miembro de Izquierda Republicana), el Presidente de la Casa del Pueblo Pedro Antón Morata (PSOE) Ángel Prieto, maestro (IR) y Emiliano E.Mansilla, socialista, agente de seguros y músico.
Encarcelados en la Cárcel de Sepúlveda esos cinco notables de izquierdas, fueron fusilados el 21 de agosto de 1936: una saca falangista fue responsable y sus cadáveres abandonados en el kilómetro 88 de la carretera de Segovia. Las autoridades franquistas decidieron mal enterrarlos en fosa sita en el Camino de la Divisa.
Tres días después, los jornaleros Anastasio Izquierdo y Paulino Casado fueron víctima de una nueva saca de la cárcel sepulvedana, pero sus restos no han aparecido.
En el año 2004 los restos de los cinco de Sepúlveda fueron exhumados de la fosa y trasladados al cementerio, donde recibieron modestísima sepultura.
Las fotografías anexas visualizan perfectamente la diferencia en fecha y solemnidad del enterramiento de los “Caídos por Dios y por España” –en buena medida soldados de reemplazo, burdamente capitalizados a la sombra del yugo y las flechas- y la tumba republicana, modesta, tímida y tardía que carente de cualquier emblema político, se arrincona solitaria junto al muro de piedra, a la vera de una bella frase de Castiglione: Matar a un hombre por sus ideas no es defender una doctrina, es simplemente matar a un hombre