Creemos que la primera actitud que se debe de tener ante cualquier problema, muy especialmente si este es de la tremenda gravedad del que suponen las migraciones, es preguntarse el porqué de tal cuestión. Nada ocurre por casualidad. Hay que preguntarse sobre las causas de lo que ocurre y también sobre sus efectos. Esa información-reflexión es imprescindible para construir alternativas al problema que tenemos delante. En este caso, por dramático que sea, la metodología no puede ser diferente.
Los grandes movimientos migratarios tienen diversas causas, pero los que afectan a Europa actualmente pueden englobarse en dos: las personas que huyen de conflictos militares (Irak, Libia, Siria…) y que suelen pertenecer a lo que aquí habitualmente definimos como clases medias en general, con una significativa cualificación profesional; y por otra parte, personas, esencialmente del África negra subsahariana, que en lo fundamental emigran huyendo de la pobreza extrema y de las hambrunas, en buena medida en relación con el cambio climático. Como es obvio, esta última fracción de la migración está compuesta en lo fundamental por las clases más humildes.
El primer gran grupo descrito, el procedente de los países árabes (Irak, Libia y Siria), está condicionado en su origen por las intervenciones militares occidentales en esos países, por las guerras impuestas desde Occidente con varias finalidades: el control de los recursos naturales de esos países, entre ellos gas y petróleo, pero también la de la destruir esos Estados, su soberanía y los modelos sociales existentes hasta que fueron invadidos por ejércitos occidentales. Irak tenía un sistema sanitario y de educación pública envidiable en la región. Libia hasta 2011, momento de la invasión, tenía la esperanza de vida más alta de África, superior a los 77 años, el PIB también más alto del continente, así como el segundo puesto en nivel de desarrollo, gozando como Irak de un sistema sanitario y educativo público de gran calidad para la región.
La guerra en Irak condicionó un movimiento migratorio masivo, que en una medida importante se dirigió a Siria. La intervención militar occidental en Siria, provocó a su vez no solo un nuevo desplazamiento de l@s iraquíes que se habían refugiado en aquel país, sino un nuevo movimiento migratorio masivo de l@s propi@s siri@s.
Libia era un lugar de llegada de la emigración subsahariana, donde se empleaban de forma importante en la construcción y en los servicios.
La intervención occidental en Libia con el consiguiente desmantelamiento de su Estado ha condicionado que la emigración subsahariana que sigue llegando de forma masiva a este país, fronterizo con Níger, sea una población secuestrada por las mafias del tráfico de seres humanos. Este es uno de los negocios más importantes actualmente en Libia, calculándose en 5.000 millones de euros los beneficios que obtienen esas mafias con el tráfico de personas. Mafias que están por cierto conectadas con el tráfico de droga y la explotación sexual, a las que se deriva una buena parte de las personas traficadas, especialmente mujeres y niñas procedentes del África subsahariana. Se calcula que cerca de 70.000 mujeres y niñas son traficadas cada año para ser sexualmente explotadas en Europa.
Se calcula también que sólo en Libia hay 800.000 personas esperando para ser enviadas a Europa.
La fracción de la migración procedente de los países árabes y con un nivel, al menos, medio de cualificación, que han sido obligad@s a emigrar por la destrucción manu militari de sus Estados, no quieren bajo ningún concepto quedarse en la Europa del Sur (Grecia, Italia, España); su objetivo es sobre todo alcanzar Alemania o los países nórdicos.
Un «think tank» alemán –I.F.U.- con conexiones con Angela Merkel, considera que la llegada de inmigrantes cualificad@s puede ser una gran oportunidad para derogar el salario mínimo y en general precarizar las condiciones salariales de l@s trabajadores/as alemanes/as. El ascenso electoral y político de la extrema derecha alemana, especialmente a partir de 2015, tiene que ver con la percepción del riesgo para sus condiciones de vida asociada a la llegada masiva de migrantes.
Parece claro que hay dos únicas vías para avanzar en la solución del problema de las migraciones masivas de una forma coherente: en primer lugar, poner punto final a la política de intervenciones militares y destrucción de sociedades, con la finalidad del control geoestratégico y de sus materias primas. En segundo, poner freno a la política neocolonial y brutalmente depredadora en el África subsahariana que condiciona que las diferencias en las condiciones de vida entre lo que se conoce como primer y tercer mundo sean cada vez más brutales. No hay otro camino.
Una vez hecha esta reflexión general, hay evidentemente que enfrentar las tragedias que se dan en el Mediterráneo y en las fronteras de Ceuta y Melilla. Y en este caso lo que tiene que tener absoluta prioridad es el derecho humanitario. Nadie debería de morir por intentar conseguir unas mejores condiciones de vida. Pero aquí nos encontramos con otro grave problema: la política de inmigración de la UE, que es cada vez más antihumana. La UE boquea sus costas a l@s desplazad@s que ella misma con sus políticas ha contribuido a crear.
El 15 de diciembre de 2015, la Comisión Europea presentó una propuesta para una nueva Guardia Europea de Fronteras y Costas mas allá del Frontex. Esta protegería el Espacio Schengen y contaría con unos 1.500 efectivos capaces de actuar en cualquier Estado miembro en menos de tres días, además sin el visto bueno del Estado correspondiente si se hace una consideración de caso de emergencia en la defensa de la frontera externa de la UE. Estos son los planes de la Unión Europea. Para construir una nueva política migratoria que tenga en cuenta los Derechos Humanos es imprescindible confrontar con el proyecto de la UE tal y como lo conocemos hoy.
Izquierda Castellana