
El repunte de la droga alerta a los vecinos, que ya sufrieron la ‘epidemia’ de los años 80
Pepe Ruso sabe lo que es y por eso no lo quiere. Lo vivió en primera persona. Él y muchos vecinos. En los años 80 y 90, cuando el Barrio de Santa María, cuna de Chano Lobato y Enrique El Mellizo y cantado por alegrías por Camarón, se convertía en un pozo de tristeza. La droga consiguió tumbar a uno de los barrios más antiguos de Cádiz para convertirlo en uno de los más deprimidos de Andalucía.
Entonces, una fuerte apuesta por medidas de rehabilitación social y urbanística, puesta en marcha gracias a la unión y presión vecinal y la colaboración de las administraciones públicas, hicieron que Santa María lograse salir del pozo para convertirse en un enclave turístico imprescindible en la capital gaditana.
Hasta hace unos ocho meses. Pepe Ruso lo sabe bien: la venta de droga ha vuelto al Barrio de Santa María, no como hace décadas, por supuesto. El pasado viernes, el barrio se echó a la calle para protestar y hacer visible su temor por que la degradación vuelva a este barrio familiar, donde se conoce todo el mundo, y en el que en la actualidad hay ya entre 8 y 10 narcopisos «como mínimo», matiza Ruso. «Y eso es mucho para un barrio tan pequeño».
El histórico dirigente vecinal y presidente de la Asociación de Vecinos Las Tres Torres de Santa María sabe que lo que está sucediendo no se acerca a lo que pasó hace treinta y cuarenta años. Todavía.
En los ochenta y noventa fue la heroína. Ahora, el rebujito, un cóctel de drogas tremendamente adictivo y rechazado por el heroinómano de toda la vida, el que consiguió sobrevivir, porque le causa dolor de cabeza.
En Cádiz se vende a diez euros la papela de rebujito, que se adquiere previamente en la Barriada de la Luz, en Sanlúcar de Barrameda, por seis euros. Con noventa euros compran quince y se traen dieciséis, «porque la última dosis la regalan», explican desde la Unidad de Drogas y Crimen Organizado de Policía Nacional (Udyco), que conoce la radiografía del narcotráfico a pequeña, media y gran escala en Cádiz.
El trapicheador en Cádiz vende, pero también consume, por lo que se come el beneficio de la venta. Además, el narcotráfico a pequeña escala en la ciudad trimilenaria no entiende de sexos: la mujer es vendedora, y también consumidora, en el mismo porcentaje que el hombre.
Hoy la venta y consumo no se realiza en la calle, sino en pisos. Pisos de alquiler, privados y públicos, pisos sociales, de la Junta de Andalucía y de Procasa (el patronato de vivienda municipal). Los vecinos conocen perfectamente su ubicación, en las calles Teniente Andújar y Botica. El trapicheo tiene perfectamente controlado quién sube y quién baja, en un barrio cuyas calles, en un 80 por ciento, no admiten el paso de vehículos», explican desde la Udyco. Además, destacan la colaboración con los vecinos, que también conocen los puntos donde la droga se vende, se compra y se consume en el barrio.
La Policía repasa las detenciones habidas en Santa María, como la de Juan Antonio, alias El Bienpeinao, actualmente en prisión; o la de El Sebas, detenido dos veces y también entre rejas. «Y los cuatro años y medio de cárcel a los que fue condenado el que vendía en la calle Botica, 9. Lo detuvimos por cinco gramos de cocaína».
El trazado intrincado de Santa María, uno de sus encantos, es también el principal obstáculo para las labores de vigilancia, lo que obliga a patrullar de paisano. Eso convierte a Santa María en un barrio complicado, a diferencia de Guillén Moreno, La Paz, Los Callejones o La Viña.
Precisamente, la presión policial en estos últimos enclaves ha obligado a moverse a los traficantes, algunos de los cuales han encontrado refugio en Santa María. Los vecinos creen, por otro lado, que la reducción de los efectivos de la Policía de Barrio, dependiente de la Policía Local, ha agravado la situación.
Por su parte, desde el Ayuntamiento de Cádiz -el alcalde, José María González Kichi, mantuvo recientemente una reunión con la asociación de vecinos- afirman que, pese a que el control sobre el narcotráfico no es competencia municipal, la vigilancia se ha incrementado en las últimas semanas, como subraya también el portavoz del sindicato de la Policía Local, Francisco Rama, que urge a la incorporación de nuevos efectivos. La última convocatoria, de 2016, incluía 10 nuevas plazas que no se harán efectivas «como mínimo en año y medio».
Pepe Ruso sabe bien que, si no protesta, esto no se arregla. «La gente no da la cara porque tiene miedo». Y él, curtido en la batalla que se libró hace cuarenta años, no lo tiene. Por eso es el único que posa para la foto. Los demás vecinos rehúyen las cámaras.
Pero el viernes por la tarde se arroparon entre ellos y organizaron una protesta que contó con el apoyo de partidos políticos y de otras asociaciones vecinales de la ciudad.