Situación en Gaza

Solidaridad con el pueblo Palestino
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Después de 51 días de guerra y más de 2.200 muertos, sin contar los 11.000 heridos, Hamás se ha salido con la suya. El acuerdo que ayer alcanzaron palestinos e israelíes pone fin a más de siete años de durísimo bloqueo sobre la Franja de Gaza, un bloqueo que había creado unas condiciones de vida espantosas para 1,8 millones de civiles y que sin duda causó muchas más muertes que las bombas. En Israel se presentan los resultados como un «compromiso humanitario y no político», pero sin duda el acuerdo va mucho más allá, y no solo de una manera simbólica.

Sobre todo porque ha demostrado una vez más que Israel únicamente cede bajo una fuerte presión, y eso es lo que han sido los 4.382 cohetes que han caído en su territorio desde el 8 de julio, día y noche, según el cómputo del ejército. Estamos ante una lección, la de la presión, de la que deberían tomar nota los paladines democráticos de Occidente que consienten todo a Israel: Solo con una fuerte presión política occidental será posible lograr que Israel abandone los territorios ocupados. Es prematuro hablar de crisis en Israel, pero no se puede descartar que lo ocurrido en las últimas horas se cobre más pronto que tarde una factura política. El primer ministro Benjamín Netanyahu había repetido hasta la saciedad que no negociaría con Hamás «bajo el fuego», pero eso es lo que ha estado haciendo de manera intensiva y de espaldas a su gobierno.

Un sondeo rápido confeccionado anoche por el Canal 2 de la televisión indicaba que solo el 38% de los israelíes están conformes con la manera en que Netanyahu ha resuelto la crisis. Este porcentaje palidece frente al del 82% que le expresaron su apoyo cuando el primer ministro ordenó la invasión militar de la Franja a mediados de julio.

Un ministro israelí ha calificado de «vergüenza» las noticias provenientes de El Cairo. Netanyahu ni siquiera se ha atrevido a presentar el acuerdo ante el gabinete de seguridad para su votación, sabedor de que no pasaría la prueba del algodón. El malestar en la coalición de gobierno es grande y habrá que ver cómo consigue dejar atrás este fiasco el habilidoso Netanyahu.

En el entorno del primer ministro se presenta el acuerdo como una victoria. Se insiste en que se trata de «medidas exclusivamente humanitarias», pero lo cierto es que los palestinos han tenido que luchar a fondo para conseguir esas «medidas humanitarias» que nunca debían haber castigado indiscriminadamente a tantos civiles con la bendición de Occidente.

Los analistas israelíes se peleaban anoche por tratar de demostrar que Hamás ha sido derrotada. El argumento más socorrido era el de la destrucción masiva que ha sufrido la Franja. Unos analistas decían: «Gaza ha dado una marcha atrás de diez años a causa de los bombardeos». Otros decían: «Gaza ha dado una marcha atrás de por lo menos veinte años». Los analistas competían por ver quién decía una cifra más alta de años.

Pero los palestinos de la calle que anoche se manifestaban espontáneamente en toda la Franja, ven que Hamás ha conseguido en 51 días algo que el dócil presidente Mahmud Abás no ha logrado en una década. Y también ven que por medio de las armas es posible alcanzar objetivos que no se consiguen mediante la obediencia ciega y pacífica a Israel.

Nadie puede dudar de que si ahora se celebraran elecciones en los territorios ocupados Hamás ganaría de calle, probablemente con más ventaja que en los últimos comicios de 2006. La época de Abás está agotada y el presidente palestino solo sobrevive artificialmente gracias al flujo constante de los euros europeos con los que cada mes paga las nóminas de sus funcionarios a cambio de permanecer con los brazos cruzados.

Si a alguien hay atribuir la victoria de Hamás es al líder del exilio Jaled Mashaal y al líder de Gaza Mahmud al Zahhar. Los dos han mantenido sus demandas incluso en los momentos más complicados, el primero desde Catar y el segundo desde las catacumbas de Gaza, de las que salió anoche en olor de multitudes.

Desde el primer día que comenzaron las negociaciones de El Cairo, el gobierno israelí ha filtrado una y otra vez que las facciones palestinas estaban divididas, que era una cuestión de días, o incluso de horas, ver cómo su delegación se rompía en mil pedazos. Lo repetían sin descanso pero el pronóstico no acabó de cuajar.

Desde su punto de vista, Netanyahu no quería esta guerra, pero se vio arrastrado por dos circunstancias que no fue capaz de prever: el hartazgo de la población de Gaza con el bloqueo, y los excesos que él mismo cometió en Cisjordania tras el asesinato de tres jóvenes colonos judíos en junio. Fueron estas dos circunstancias las que le obligaron a llamar a filas a los reservistas.

Desde entonces ha tratado por activa y por pasiva poner fin a la guerra, una actitud que le ha granjeado numerosas críticas en un gobierno en el que, paradójicamente, él es uno de los elementos más moderados. Y tanto ha sido su empeño que al final ha conseguido el alto el fuego indefinido de espaldas a sus ministros.

Egipto habría querido que Israel diera una «lección» a Hamás, la misma «lección» que el presidente Abdel Fattah al Sisi dio a los Hermanos Musulmanes tras el golpe de Estado de hace un año, pero no ha podido ser. Sisi tendrá que esperar otra ocasión para ver cumplido su sueño de acabar con los islamistas palestinos.

 

 

 

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