Mariano Matey, dulzainero

Comparte este artículo:

Mariano Matey Montes, nació en Valleruela de Sepúlveda en 1929, desciende de una familia de músicos tradicionales llamada “Los Tambores”. Su abuelo tocaba el tamboril, y su primo era Francisco Matey “el tío Francisquillo” un redoblante cantalejano.

Mariano aprendió a tocar el tambor con su padre, Enrique Matey, y posteriormente, se inició en el manejo de la dulzaina con su tío Pedro, que conocido como “Pedro Tambores”, fue uno de los dulzaineros más destacados de la comarca. Con 10 años ya acompañaba a su tío y a su padre por las fiestas de los pueblos, tocando el bombo y los platillos. Estamos hablando de 1939 e inicios de la década de los cuarenta donde las duras condiciones de vida y la escasez de jóvenes hacían que no hubiese precisamente muchas ganas de fiesta. Y es que tras la contienda los que volvían lo hacían mutilados, enfermos o heridos y al luto había que sumar la falta de recursos de la población. En definitiva unos años muy duros para sacarse un dinero como dulzainero y simplemente para salir adelante de cualquier manera. Destacar incluso que durante la guerra civil el régimen totalitario español llegó a prohibir los bailes ¡¿?!

De aquella época, Mariano recuerda las bodas que por aquel entonces duraban tres días o más. Para los dulzaineros las bodas eran un acontecimiento muy bueno ya que se trabajaba tanto como en las fiestas patronales y “además se comía bien”. En estos años, en las bodas, existía aún la costumbre de “las galas”, que consistían en bailar con la novia una jota muy corta y entregarle “la gala” es decir el regalo.

Mariano empezó a tocar la dulzaina con su tío Pedro en 1942, cuando tenía 13 años. Posteriormente recibió clases de solfeo y dulzaina de Emiliano García “el calvo”, considerado en aquellos años un magnifico dulzainero. El aprendizaje con Emiliano se prolongó durante 2 años. Mariano recuerda a Emiliano como una persona peculiar. Este vivía con su padre y era soltero y era uno de los pocos dulzaineros que vivía exclusivamente de la dulzaina.

Tras hacer el servicio militar, donde consiguió ingresar en la Banda de Música de la Academia de Artillería de Segovia tocando el tambor, comenzó a tocar la dulzaina por los pueblos próximos a Segovia. En estos primeros años solía tocar con “Los Silverios”. Iban a tocar en bicicleta y se hacía, por aquel entonces, el baile en el salón, que en los pueblos era una estancia con bancos pegados a la pared y un bombilla en el centro. Ningún lujo. Cada tarde, por tocar unas tres horas aproximadamente, les pagaban 75 pesetas. En las fiestas cobraban de 75 a 100 pesetas más la comida. Los pueblos por donde solía tocar son, por ejemplo, Torrecaballeros, Cabanillas, Tizneros y Vegas de Matute.

Destacar la descripción que Mariano hace de Vegas de Matute, pueblo donde él se sentía como en casa y donde, además, se le apreciaba mucho. “Este era un pueblo muy bailarín, en pleno invierno, en el salón, las mujeres sentadas en los bancos, los jóvenes bailando, nosotros subidos en un pequeño tablado y un grupo de señores de pie escuchando la música.”

Es importante decir que los conocimientos musicales de Mariano le permitían la interpretación de partituras de canciones “de moda” en la época, y además los jóvenes pedían las canciones que oían en la radio. Gracias a su capacidad, era capaz de tocar todo tipo de pasodobles, tangos, boleros, foxtrot etc. Es decir, además de música tradicional castellana, se adaptaba al gusto de la época, por lo que era muy valorado y requerido en las fiestas. Esto hizo que se le considerase un dulzainero de “bailes modernos” frente, por ejemplo, a Mariano Contreras que se centraba más sobre todo en las jotas.

Por otro lado formó pareja con Marcos Piñuela durante más de dos años, recorriendo casi todos los pueblos de la provincia de Segovia, incluída la capital, y además algunos de Guadalajara. Mariano consideraba a Marcos como uno de los mejores dulzaineros de esos años.

También se dedicó durante algunos años a la enseñanza de la dulzaina y del tamboril. Enseñó a varios dulzaineros, siendo quizá el más destacado Juan José Garcillán “Pesquera” de Marazoleja.

A finales de los años 60 dejó definitivamente la actividad musical. En su taller de sastrería, su oficio, siempre tiene cerca su maletín con la dulzaina y las partituras. Mariano, fue dulzainero en los años difíciles, donde el primer objetivo de la dulzaina era, de una parte, conseguir algo de dinero para comer y de otra, dar un poco de alegría a una población muy necesitada de ella. Además en aquellos días, como hoy, la música tradicional castellana estaba seriamente amenazada por el “rodillo uniforme” del españolismo, que pretendía y sigue pretendiendo un mismo “folclore español” desde Estaca de Bares hasta Tarifa.

Mariano Matey Montes representa a esa estirpe de dulzaineros castellanos, hoy desaparecida, que recorrían los pueblos para ganarse la vida y representa también a una época en la que la dulzaina estuvo a punto de desaparecer. Hoy efectivamente, aunque de forma muy desigual, en diferentes puntos de Castilla la dulzaina y el folclore de nuestro país resurge, aunque el dulzainero de hoy en día viva unas circunstancias muy diferentes. Si bien no hay que olvidar que el “rodillo uniforme” españolista sigue ahí. A Mariano y a los dulzaineros y redoblantes de esos difíciles años, tenemos que agradecer el hecho de que hayan posibilitado que la gaita castellana siga existiendo hoy en día y que podamos disfrutar de buena parte de nuestra música tradicional.

Comparte este artículo: