La economía alemana bajo el nazismo: Charles Bettelheim.

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A MODO DE INTRODUCCIÓN:

Entre la obra de Charles Bettelheim, discutible en alguno de sus análisis, creemos que tiene un especial interés en la actualidad la titulada »La economía alemana bajo el nazismo‘.

En nuestra opinión entre la crisis actual y la de los años veinte y treinta del pasado siglo hay profundos elementos comunes, elementos que impulsaron dos importantes tendencias que se desarrollaron en aquel momento: el nazi-fascismo y el militarismo y la guerra. Dos tendencias que hoy vuelven a tener una presencia mas que significativa.

Es por ello que reproducimos la parte de ‘‘Conclusión» de la referida obra.

Hay que recordar que esta, está hecha cuando el Régimen Nazi aún no había desaparecido, ello naturalmente implica bastantes limitaciones.

Sin embargo muchos de los problemas que se abordan en este trabajo nos parecen de interés en la actualidad.

IzCa

Castilla a 10 de enero de 2011.

 

 

LA ECONOMIA ALEMANA BAJO EL NAZISMO: Charles Bettelheim.

 

CONCLUSION

 

A lo largo de las páginas precedentes hemos intentado examinar los principales aspectos de lo que constituyó la experiencia económica del nacional- socialismo. Así, pues, hemos dejado de lado aspectos de una importancia histórica a veces considerable como el complemento de poder que Alemania (encontró en el curso de la guerra debido a la misma expansión militar a través de la mayor parte de Europa); pero que no afectan directamente a nuestro propósito. Ante todo queremos poner de manifiesto las condiciones en las que el nazismo subió al poder; las contradicciones económicas ante las que quedó situado y la imposibilidad que mostró en superarlas. Ahora, a modo de conclusión, necesitamos deducir de una forma esquemática la profunda significación y el alcance del análisis precedente.

A comienzos de 1933 dos problemas (que en realidad no eran más que uno mismo) se planteaban a Alemania: el problema de la limitación de su mercado interior y el problema de la limitación de su mercado exterior. La urgencia en resolver el primero era mayor que la del segundo. Resolver el primero equivalía a poner de nuevo en marcha la maquina económica, acabar con el paro, liquidar el excedente de capital fijo. Sin embargo, la solución incluso artificial del primer problema debería a su vez resolver urgentemente el segundo. La máquina económica para funcionar a plena capacidad iba efectivamente a necesitar materias primas procedentes del extranjero y para poder comprar estas materias primas se requería que Alemania exportase en cantidad suficiente. En este preciso momento es cuando la limitación de su mercado exterior – en relación con sus posibilidades de producción y sus necesidades de importación iba a sentirse pesadamente; en este momento es cuando se iba a plantear de una forma o de otra el problema de una reintegración de Alemania en el mercado mundial.

El hecho de que la Alemania nazi haya padecido por la limitación de su mercado interior, generalmente no ha sido percibido. Incluso es negado, y los primeros en negarlo han sido los propios nazis que resaltaban que tras su ascensión al poder Alemania no conoció ninguna crisis de superproducción.

Los nazis, y sus lacayos extranjeros, sobre todo Deat, invocaban tal hecho para afirmar que la economía nacional-socialista había superado el problema de las crisis cíclicas y la limitación del mercado capitalista- en ello radicaba efectivamente un excelente alimento para la demagogia “socialista” de los hitlerianos. La realidad es muy distinta, y también mas compleja.

La limitación del mercado se entiende en el sentido de que el poder de consumo – determinado no sólo por las necesidades, sino también por los ingresos– es inferior al poder de producción. Esta limitación del mercado se expresa en una economía capitalista donde domina la competencia, por la superproducción de objetos de consumo, superproducción que se manifiesta brutalmente en las crisis cíclicas. Pero esta limitación también puede manifestarse -y con el desarrollo de los monopolios privados y de la economía dirigida (dirigida de hecho en beneficio de los monopolios), cada vez ocurre así mas frecuentemente- por la inutilización parcial del aparato de producción y por la acumulación del capital-dinero que no encuentra oportunidades de invertirse productivamente en el interior, de dónde el desarrollo de las exportaciones de capital, por un lado, y de la deuda pública, por otra parte.

Es cierto que la Alemania nazi desconoció, en su conjunto, el fenómeno de la superproducción; pero esto no se explica mediante el aumento del consumo. El consumo, representado por el valor real de la cifra de negocios del comercio al pormenor, permaneció siempre a un nivel muy inferior al de 1928.

Si por tanto, no se produjo la superproducción esto se debió a la utilización solamente parcial del mercado en favor del aparato de producción de objetos de consumo. Esta utilización parcial es manifiesta hasta 1937, porque hasta esta fecha el índice de la producción industrial de bienes de consumo permanece a un nivel inferior al de 1929; es menos manifiesta en el transcurso de los dos años antes de la guerra en que el nivel de 1929 es superado; pero dos hechos deben tenerse en consideración: por una parte, a partir de 1929 (antes de la crisis), el aparato de producción solo era utilizado parcialmente, por otra parte, con la intensificación de la preparación de la guerra, la industria de bienes de consumo -aunque produciendo cada vez más- produce cada vez menos para el mercado, porque una parte sin cesar creciente de esta producción (textiles, vestidos, calzado, alimentos, conservas,etc), esta destinado al ejercito y a la formación de stocks de guerra- y no es pagada por los ingresos de la población, sino por los capitales del Estado drenados mediante el empréstito. La disminución de objetos de consumo destinados al mercado puede ciertamente, atribuirse en parte a la economía de guerra y de preparación a la guerra, pero sobre todo es atribuible (salvo para el periodo de guerra propiamente dicho) a la voluntad de los monopolios ayudados por el Estado de no superar los limites del mercado, con objeto precisamente de evitar la superproducción y la baja de los precios.

Así pues, la limitación del mercado de objetos de consumo, es decir, del mercado definitivo (puesto que los medios de producción también a su vez están destinados a la fabricación de objetos de consumo), se expresó en primer lugar por la utilización únicamente parcial en favor del mercado del aparato de producción. Esta situación se refleja en el contenido de la mayor parte de las alianzas y de los acuerdos de los carteles que reducen la actividad de las empresas de sus adherentes a un determinado porcentaje de su capacidad de producción. Esto significa que estos acuerdos tienen por objeto el reparto de los mercados y la limitación de la producción a las posibilidades de darle salida a los productos; lo mismo ocurre en el caso de los carteles obligatorios. Contrariamente a lo que afirman los teóricos nazis y a lo que frecuentemente piensan los partidarios de los acuerdos, eso hace resaltar hasta que punto en tales condiciones la economía esta poco dirigida. Quien dirige la economía sigue siendo el mercado – y se trata de por supuesto del mercado capitalista dominado por el beneficio – , puesto que también a él se ve obligada a adaptarse la producción, y los nazis, por el mismo hecho de que han defendido el beneficio de los monopolios, han sido incapaces de dominar realmente el mercado, es decir, de ampliarlo efectivamente.

 

La diferencia que existe entre una economía capitalista dirigida y una economía de libre competencia es mucho menor de lo que generalmente se piensa. De todos modos existe una diferencia, y no de escasa importancia precisamente que radica en el hecho de que con la desaparición de la libre competencia, la limitación del mercado capitalista ejerce su acción restrictiva sobre la producción no a posteriori y por movimientos bruscos (frenazos separados por intervalos de expansión), en las crisis de superproducción, sino a priori y de forma casi constante, hasta el punto que asistimos a una parálisis casi crónica (de la que el paro permanente es una de sus principales manifestaciones), enmascarada únicamente por la expansión económica artificial ligada a la preparación de la guerra.

Esta sustitución de una acción restrictiva a priori (que desde hace bastantes años experimenta la economía francesa) a la acción restrictiva a posteriori, tal y como se manifiesta en las crisis cíclicas, nada cambia en la subordinación de la vida económica al mercado; pero modifica las consecuencias; modifica también la dinámica económica. En efecto, esta adaptación a priori desacelera el progreso técnico; constituye un freno a las inversiones productivas; le resta al capitalismo lo que éste tenía de progresivo cuando era competitivo; está en la base de las tendencias represivas que caracterizan la economía capitalista moderna; también está en la base de la acumulación capital-dinero – de un capital que se »niega» a invertirse productivamente en el mercado interior -, de los fenómenos de exportación de capitales y del desarrollo de la deuda pública. En Alemania, esta negativa a invertir -que aparece como una incapacidad de la iniciativa privada para sustituir los pedidos del Estado- precisamente obligó al Estado a proseguir sin cesar su programa de empréstitos y de gastos públicos, sosteniendo incluso con estos últimos o con su crédito las inversiones privadas en las esferas útiles a la economía negra y a la autarquía.

 

Como lo hemos indicado en el curso de nuestro análisis sobre la evolución de la economía alemana, la limitación del mercado en relación con las posibilidades de producción se manifestaba, en el momento de la toma del poder por los nazis, por la parálisis del aparato de producción y, en consecuencia, por la débil masa de beneficio que este aparato así paralizado permitía por entonces acumular. Se comprende por consiguiente que las primeras medidas que fueron adoptadas apuntaron ante todo a favorecer esta acumulación, en particular en beneficio del Estado con el fin de permitir cubrir sus necesidades financieras. No es sino después, cuando la maquina económica comenzó a funcionar de nuevo a plena capacidad cuando la masa de beneficio anualmente realizado y acumulada planteó – debido ala limitación del mercado y a la política de los monopolios – el problema de la plétora del capital-dinero.

 

La plétora del capital-dinero – Geldfülle -, frente a inversiones industriales limitadas, hizo orientarse a los poseedores de ese capital »excedentario» hacia la Bolsa, para adquirir valores (industriales o públicos), con objeto de »no dejar dormir el dinero». Entonces fue cuando se hizo necesario introducir un sistema de freno de las alzas (autorización tan sólo de un determinado porcentaje de alza), principalmente para las acciones industriales e incluso un reparto de títulos entre los peticionarios. Con la guerra, este sistema alcanzó su máxima extensión. Pero sobre todo son empréstitos del Estado lo que le permitieron absorber una gran parte de la plétora del capital-dinero. Como ya hemos dicho, esos empréstitos en una cierta medida pueden considerarse como un »sustitutivo» de la exportación del capital; éste también debía ser un medio para preparara aquélla por la fuerza de las armas. También hemos visto efectivamente que esta exportación chocaba en Alemania con dificultades particulares debido a la penuria de divisas, penuria que se debía a la vez a los obstáculos encontrados por las exportaciones de mercancías y a la ausencia de entradas de divisas bajo forma de pagos de intereses y de rentas devengadas.

 

En el plano interior, los nazis en modo alguno fueron capaces de dominar las contradicciones inherentes al capitalismo monopolista y esto porque eran los auxiliares del capital financiero. Por supuesto por eso el nazismo participó directamente en el carácter regresivo del capitalismo monopolista, carácter regresivo que aparece sobre todo en un país como Alemania, llegado tardíamente al rango de gran potencia y que jamás pudo integrarse totalmente en la economía mundial. Ese carácter regresivo – que no solamente se manifiesta en el dominio cultural y moral – ha estado tanto más subrayado cuanto los monopolios privados han podido apoyarse en el aparato del Estado. Por otra parte, hay que subrayar que en el terreno económico el carácter regresivo del capitalismo monopolista apoyado por el poder del Estado – y en esto consiste la »fórmula” económica del nazismo – no se manifiesta directamente por una regresión de las fuerzas productivas ni por una disminución de la productividad del trabajo. Aunque un retroceso de esta naturaleza no se puede descartar, incluso en ocasiones se produjo al comienzo del régimen hitleriano (prohibición de la utilización de máquinas para realizar determinados trabajos, prohibición de invertir, etc.), pero los fenómenos de economía de guerra – forma suprema de la competencia internacional y ultima fuerza »progresiva» del capitalismo- enmascaran sus tendencias regresivas. Estas se manifiestan esencialmente por la relativa lentitud y el carácter parcial de los progresos efectuados en los sectores que interesaban a la economía de guerra, cuando los progresos de la ciencia moderna permitirían una verdadera revolución de la técnica industrial y agrícola.

 

Hemos visto que el carácter regresivo del capitalismo de los monopolios, y especialmente el de la economía nazi, se explica debido a que los monopolios tienen la posibilidad (siempre parcial por los demás) de prever las limitaciones del mercado adaptando por adelantado su producción y sus inversiones. De ahí la tendencia al estancamiento de las fuerzas productivas, al paro crónico, etc., tendencia únicamente enmascarada por los fenómenos de la economía de guerra o de preparación a la guerra. El capitalismo competitivo era por el contrario, incapaz de prever la limitación del mercado y desarrollaba la producción sin tenerla en cuenta (lo que precisamente tenia como consecuencia la ampliación relativa del mercado).

 

Algunos tal vez pensarán que la limitación del mercado interior en Alemania fue algo fortuito y que era debido a una »mala organización» de la distribución de ingresos. Pero esto es cierto y falso a la vez. Es cierto en el sentido de que otra »organización» de la distribución, por extensión de las rentas obreras y campesinas, habría evidentemente permitido a la vez ampliar el mercado de objetos de consumo y reducir la plétora del capital-dinero ( al reducir la masa de beneficios). Pero es falso en el sentido de que la distribución de ingresos no puede »organizarse» en sí misma; esta distribución no es -empleando una expresión matemática- una »variable independiente»; por el contrario, es una resultante, está en función de la distribución previa de la propiedad. Una distribución dada de la propiedad – y volvemos a encontrarnos en este caso con el aspecto estructural de la cuestión, aspecto analizando durante la segunda parte de esta obra- tiene como consecuencia una determinada distribución de ingresos bajo la forma de salarios, beneficios, intereses, rentas, beneficios de monopolios,etc. Es perfectamente utópico creer que en un Estado que se esfuerza en mantener una determinada distribución de la propiedad pueda oponerse a la distribución de ingresos que se deriva de aquélla. De una forma mas general, pensar que es posible la modificación de la distribución de los ingresos, la organización de un plan de esta distribución sobre la base de la propiedad privada, es pensar algo contradictorio. Efectivamente, no se puede concebir que una distribución social de los ingresos se superponga a una distribución privada de la propiedad. Aquí es donde tropiezan los intentos de planificación en régimen de propiedad privada. Lo cual significa que esos intentos no pueden culminar mas que sistematizando las tendencias económicas que resultan de la misma distribución de la propiedad. Pensamos que en este hecho reside una de las principales enseñanzas que nos permite la experiencia económica del nacional-socialismo.

 

El análisis de la economía de la Alemania nazi nos enseña aún otra cosa. Nos enseña sobre todo que esta economía revela, en escala más desarrollada, lo que otras economías capitalistas revelan de una forma más o menos clara. Sobre todo subrayemos el desarrollo de la organización obligatoria de los industriales (carteles obligatorios) la importancia adquirida por la organización profesional, el lugar dominante que ocupan los monopolios, la ayuda considerable aportada por el Estado a la economía (bajo la forma de pedidos masivos, garantía de créditos, etc.), el desarrollo de la legislación de precios, la organización ofensiva de las relaciones con el mercado mundial (dumpings, utilización de clearings, etc). Estas semejanzas no son fortuitas. Indican que el capitalismo actual contiene en potencia una estructura económica análoga a la de Alemania nazi. Lo que significa que la eliminación definitiva de una vuelta ofensiva del nazismo, sin duda bajo otro nombre, con otras apariencias políticas y eventualmente en otro país que Alemania, supone modificaciones fundamentales en la estructura económica y social de los países económicamente desarrollados.(1)

 

Para Alemania, la quiebra del nacional-socialismo esta instalada en carne viva. Pero esto no significa que las dificultades que originaron en Alemania el nacional-socialismo se hayan resuelto por otro lado. Estas dificultades subsisten íntegramente. El problema del mercado interior alemán, el problema del mercado exterior de Alemania, continúan planteándose. Ciertamente, la guerra ha reducido, debido a sus estragos, las fuerzas productivas de Alemania: pero la experiencia muestra cuan rápidamente -y esto sucede felizmente- pueden hoy día realizarse las reconstrucciones. Ciertamente, el régimen de ocupación puede frenar esta reconstrucción; pero la ocupación no puede prolongarse por tiempo indefinido, esto es evidente. También, sin duda, se puede pensar en prohibir a Alemania que desarrolle su industria más allá de un cierto nivel, pero esto equivaldría a contar con la perspectiva de un paro crónico para una parte más o menos grande del proletariado alemán; se pude imponer a Alemania una carga más o menos pesada de reparaciones de guerra, reduciendo de este modo la fracción de su producción que tiene que vender en su mercado interior, pero con ello sin duda se aumentan las dificultades del capitalismo mundial que rápidamente se enfrentará, en nuestra opinión, a una crisis de mercados.

 

Así pues, de cualquier forma que se enfoque el problema resurgen las mismas dificultades. Finalmente, depende de una transformación económica y social en la misma Alemania, como puede ser resuelto el problema de su mercado interior. En cuanto al problema del mercado exterior no le compete solo a ella su resolución – la guerra precisamente representó un intento de ese orden. En este caso una solución sólo puede encontrase en la arena internacional. Por otra parte, es evidente que las declaraciones sobre el libre acceso de todos los países a las fuentes de meterías primas no son mas que frases, ya que ese »libre acceso» es perfectamente falso en el caso de que todos los países no dispongan de los medios de pago internacionales indispensables. La constitución de un clearing o de una banca internacional tampoco resuelve nada, ningún crédito, ningún artificio pueden eliminar la necesidad en la que se encuentra cada país de deber, en resumen, exportar tantas mercancías y servicios como importa. Por consiguiente, es indudable que el problema de las exportaciones es el que debe resolverse y también es cierto a una mayor escala en el caso de las exportaciones europeas en general – en este sentido es en el que afirmábamos a comienzos de esta obra, que la experiencia alemana entre ambas guerras puede prefigurar en cierto modo una posible y peligrosa experiencia europea futura.-

 

El verdadero problema es el del equilibro de los intercambios internacionales, el de la integración de todos los países en una economía mundial equilibrada; no tenemos porque examinar aquí las cuestiones que plantean esta integración y este equilibrio, solamente queremos subrayar, para concluir, que la gran lección de la experiencia alemana del periodo entre ambas guerras es precisamente la de la importancia mundial que revistes ambas cuestiones

 

 

 

1- Esas modificaciones fundamentales en la estructura económica y social a las que Charles Bettelheim se refiere para evitar una vuelta del nazismo bajo otros nombres, desgraciadamente no se ha producido en los países económicamente desarrollados.

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