La guerra del pan que lideraron las mujeres en Valladolid

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La guerra del pan que lideraron las mujeres en Valladolid

Cuando aquel día de enero de 1904 los panaderos, reunidos en junta general, decidieron responder a la alta cotización del trigo con la subida del precio del pan hasta los 37 céntimos el kilo, los más veteranos no dudaron en dar la voz de alarma. «Esperamos que no se perpetúen estos aumentos o que incluso bajen el precio de este bien tan necesario en caso de que haga lo mismo la cotización del trigo», podía leerse en El Norte de Castilla. El periodista, sabedor de lo que se avecinaba cada vez que se disparaban los precios del pan, había salido a la calle y pulsado la indignación social; la carestía de la vida se cebaba de nuevo sobre la ya de por sí depauperada economía doméstica de las familias más humildes, esas que dependían directamente de un jornal. El aviso era casi una amenaza: con el pan de los pobres no era conveniente jugar.

Pero nadie pareció darse por enterado. Pocos días después, los fabricantes anunciaban una nueva subida del pan hasta los 40 céntimos el de primera clase y 35 el de segunda. «Y así, hasta que no se abarate la cotización del trigo», advertían. La última gota de la paciencia obrera, alentada por la propaganda de las sociedades de resistencia, se desbordó a principios del mes de marzo. Lo ocurrido entonces, hace ahora 115 años, no se había vivido nunca en Valladolid. Y fueron las mujeres las que prendieron la llama, avivaron el fuego y sostuvieron la rebelión; hasta sus últimas consecuencias.

Doscientas mujeres se concentraron ante el Gobierno Civil, en un lateral de San Pablo, y al final fueron 2.000

El 7 de marzo de 1904 cayó en lunes. Por la mañana, 200 mujeres recorrieron las calles y se dirigieron hasta las dependencias del Gobierno Civil, situado en un lateral de San Pablo, al grito de «pan y trabajo». El grupo fue creciendo hasta llegar a 2.000 manifestantes. «¡Queremos el pan barato!, ¡Abajo los explotadores!», gritaban. El gobernador les dio facilidades para comprar pan a 30 céntimos. «Las mujeres rechazaron los bonos, diciendo que el pan barato no solucionará la situación. Lo que hace falta –dijeron- es trabajo y que abaraten los comestibles», señalaba la prensa nacional. Las cargas policiales comenzaron en los alrededores de la Universidad, después de que las mujeres trataran, sin suerte, que los estudiantes se sumaran a su protesta.

En la acera de San Francisco se produjeron duros enfrentamientos entre los amotinados y las fuerzas de seguridad.
En la acera de San Francisco se produjeron duros enfrentamientos entre los amotinados y las fuerzas de seguridad. / Archivo Municipal

A primera hora de la tarde, las calles ardían. En grupos de 200, los amotinados que se habían sumado a las mujeres recorrieron Miguel Íscar y Santiago, arremetieron contra en el alumbrado público y apedrearon la casa del alcalde, Pedro Vaquero Concellón, situada en la calle de la Lencería; tampoco se libró el convento de monjas carmelitas cercano a la Academia de Caballería. Al anochecer se sumaron otros muchos, incluidos varios niños, que obligaron a cerrar comercios y agredieron a miembros de las fuerzas de seguridad, que hubieron de cargar en repetidas ocasiones. De los once heridos, tres eran guardias. Se escucharon vivas a la República y ‘La Marsellesa’. Era el preludio de lo peor.

«Hace muchos años, desde 1874, que no había presenciado Valladolid un espectáculo tan triste como el de ayer, calles desiertas, comercios cerrados, industrias suspendidas, violenta y continua crepitación de las armas de fuego, sangre derramada en pleno arroyo, una vida que se roba a la humana actividad y un estado de paz que se derrumba por no bien definidas causas». Era la escueta pero contundente descripción de El Norte de Castilla sobre los sucesos del 8 de marzo de 1904. Todo empezó frente a la Facultad de Medicina, con 600 las mujeres plantando cara a las fuerzas policiales. Llevaban una bandera negra y no estaban solas: la muchedumbre se diseminó por las principales calles del centro capitalino, asaltó la armería de Luis Iznaola, en la calle Cebadería, se proveyó de todo tipo de armas y municiones, asaltó algunas tiendas y arremetió contra los agentes. El temor cundió entre los viandantes, sobre todo ante el estrépito de los disparos efectuados por los guardias, que de este modo respondían a las pedradas.

Calles tomadas

Las calles de Cánovas del Castillo, Regalado, Leónide, Catedral y Núñez de Arce fueron tomadas por la guardia civil. Una hora duraban ya los disparos, especialmente intensos entre la calle del Cardenal Cascajares y la Catedral, cuando sucedió lo peor. Desde la esquina que formaban Duque de la Victoria y Alfonso XII, un muchacho de quince años lanzaba piedras con una honda, aprovisionado por sus compañeros con proyectiles que arrancaban del pavimento.

La Plaza de Fuente Dorada también fue escenario de la revuelta.
La Plaza de Fuente Dorada también fue escenario de la revuelta. / Archivo Municipal

Ni siquiera paró cuando una bala rebotada le hirió en la pierna. Refugiado en una esquina próxima, prosiguió con su particular ofensiva hasta que un proyectil de mauser le atravesó la cabeza. Su cuerpo sin vida se desplomó a pocos metros de sus verdugos. Se llamaba Santiago Maniega, tenía su domicilio en Palencia y pertenecía a una familia de silleteros; le apodaban «Pepinillo» por la forma peculiar de su cabeza, achatada por los lados.

Los lanceros de Farnesio

Los fusiles callaron. Cientos de pobres enfurecidos se acercaron al cadáver, lo desnudaron de medio cuerpo para arriba y lo condujeron en triste procesión por la Plaza Mayor, calle de Santiago y Acera de Recoletos hasta las oficinas de El Norte de Castilla, donde pidieron una crónica exacta de la tragedia. Finalizaron su lúgubre trayecto en una de las salas de espera de la Estación, tras un duro enfrentamiento con un escuadrón de Lanceros de Farnesio.

Hasta el presidente del Gobierno, Antonio Maura, temió la reproducción de los sucesos «que el hambre» originaba

A las cuatro de la tarde, varias unidades militares desplegadas por los puntos neurálgicos de la ciudad lograron restablecer el orden. Entre los numerosos heridos de aquel 8 de marzo figuraban una joven de 15 años, un muchacho de 17 y una mujer de 40, todos atendidos en la Casa de Socorro. Las tropas habían sofocado la revuelta, pero no podían hacer nada para restaurar la tranquilidad. Los bajos salarios y la carestía de la vida seguían alimentando la rabia de los más necesitados.

Hasta el presidente del gobierno, Antonio Maura, lamentó ante los periodistas lo ocurrido en Valladolid, «abrigando temores de que se reproduzcan los desagradables sucesos que el hambre origina, y que solo pueden atribuirse a la carestía que experimentan los artículos de primera necesidad». No era del mismo parecer el gobernador civil, para quien los tumultos, de carácter «anárquico», habían sido alentados por los republicanos.

Calle Alfonso XII, donde fue abatido de un disparo el joven 'Pepinillo'.
Calle Alfonso XII, donde fue abatido de un disparo el joven ‘Pepinillo’.
x Enrique Berzal, El Norte de Castilla
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