La ciudad invisible y el pueblo que no sobrevivió a la guerra

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“La ciudad no cuenta su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de la escaleras…”. Las palabras de Italo Calvino sobre Zaira, una de sus Ciudades invisibles, sirven hoy para hablar de una urbe hasta ahora apenas visible al ojo no entrenado a los paisajes de guerra. Un lugar que, gracias a una iniciativa del Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid y al trabajo del grupo Arqueología de la Guerra Civil Española, adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha aflorado de nuevo junto a las vegas del Jarama y el Manzanares.

Zaira es una de las cinco urbes imaginarias integradas en la serie Las ciudades y la memoria del libro de Calvino. Pero la memoria del lugar que hoy nos ocupa no está contenida en calles, ventanas o pasamanos. Para entender qué pasó aquí hay que intercambiarlos por observatorios, puestos de tirador, nidos de ametralladora, abrigos, cuevas y kilómetros y kilómetros de trincheras, todo horadado en roca y tierra. Como una ciudad maya aún escondida en la selva, pero en un paisaje que bien podría ser escenario de una película de John Wayne, yace todo un complejo urbano sepultado aún en su inmensa mayoría del que estos arqueólogos han sacado a la luz este mes de septiembre solo una pequeña parte.


Plano general de la excavación de la posición republicana junto a la laguna del Campillo Álvaro Minguito

el puente en la mira

“Durante la guerra se crea todo un paisaje alternativo”, expone Alfredo González Ruibal, investigador del CSIC y coordinador del grupo, “los pueblos y ciudades quedan abandonados o semiabandonados y, a cambio, la población es como si se desplazara a otros espacios como este, que nunca habían sido ocupados por personas”.

El equipo comenzó a trabajar en la zona en julio, tras pasar un mes excavando en el antiguo Asilo de Santa Cristina, en la Ciudad Universitaria de Madrid, y la excavación, distribuida a lo largo de unos 200 metros de un pequeño valle situado al sur de la localidad, junto a los cortados que bordean el Jarama y la laguna del Campillo, busca desenterrar un campamento republicano construido principalmente en 1938.

Javier Marqueríe, prospector y experto en material militar del grupo, pone el contexto: “Tras la batalla del Jarama —acaecida en febrero del 37— se estableció una segunda línea de defensa republicana que, en caso de rotura por parte de los fascistas, pudiese resistir un ataque frontal”. La primera línea, al otro lado del Jarama, a unos 200 metros del campamento, es fácilmente divisable: la maraña de hierro del puente de Arganda donde Hemingway se retrató, objetivo primordial a proteger ya que conectaba Madrid con el este del país, sigue hoy en pie.

Directamente al puente apunta una de las primeras sorpresas con las que se encontró el grupo. Junto al observatorio excavado en la roca en la parte frontal del campamento, una estructura visible antes de los trabajos que solo han tenido que “vaciar y limpiar”, apunta Marqueríe, apareció todo un complejo de defensa. “Aquí no había nada, era como una depresión de terreno, pero los técnicos se pusieron a excavar y apareció un nido de ametralladora perfectamente construido en hormigón”. Dos muescas para el carrito en el que se posaba la ametralladora sacan de toda duda al experto: era una Maxim del 7,62 rusa y en la mirilla estaba el puente tras el cual estaban las tropas nacionales.

Las defensas del campamento se completan con varias posiciones en altura y nidos de ametralladora conectados por trincheras y espacios para el descanso de los soldados. De hecho, en el mismo espacio donde apuntaban con la Maxim comían y cocinaban. Un pequeño hornillo con chimenea construido a apenas dos metros de donde se encontraba la Maxim da fe de ello. Sobre el que apareció una lata de comida, “quizá el último rancho”, expone González-Ruibal.

La ciudad militar

Tras la zona destinada a repeler un posible ataque se abre la ciudad militar. “Es una zona de vida, suficientemente alejada del frente para que fuera segura, de hecho no hemos encontrado metralla, no fue castigada por el enemigo, y lo que tenemos aquí son las chabolas donde vivían los soldados”. El coordinador de la excavación señala los diferentes espacios que han encontrado, toda una tipología de construcciones especializadas por función: dormitorios, espacios de socialización con bancos corridos, estructuras más grandes para oficiales, espacios logísticos, almacenes… “Es una especie de poblado troglodita que ahora vemos sin cubiertas, pero originalmente tenía ramas y chapas y estaría cubierto de tierra”.

El pequeño valle donde hoy trabajan los arqueólogos era mucho más largo en la época de la Guerra Civil. Tal como explica Marqueríe, “en los 60 y 70 la especulación urbanística del Gobierno de Franco, en concreto la de un señor que se llamaba Dionisio Martín Sanz —empresario y latifundista ligado a las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS)—, hizo un aplanamiento y movimiento de tierra en los que ahora es una meseta y aplanó todo para cultivar, en principio, pero con la intención de construir”.

En el sondeo han encontrado no solo ruinas de las edificaciones destruidas durante la guerra, sino también de construcciones de los siglos XVII y XIX e incluso vestigios romanos

El experto ha prospectado la parte final del valle, a dos kilómetros, la otra zona que se libró de ser sepultada por la tierra durante las obras aplanamiento, y ha encontrado más refugios, lo que indica que el campamento era mucho más grande de lo que puede parecer hoy. Y no solo eso. “En esta zona tenemos tres kilómetros lineales de trinchera, desde el comienzo de la laguna del Campillo hasta donde acaba esta meseta, y a intervalos regulares hay poblados como este”, relata González-Ruibal. Todo un sistema militar habitado que conecta con las defensas de Madrid. “En realidad eran 100 kilómetros lineales de trinchera”, contextualiza Marqueríe, “desde Somosierra bajaban hasta aquí, subían por Vallecas, los Carabancheles y el Manzanares, y llegaban hasta Guadarrama”.

Hoy en día es fácil seguir buena parte de esa línea —salvando las barreras del desarrollismo madrileño entre viaductos de las carreteras de circunvalación y obras del AVE—, que aún se encuentra relativamente bien conservada, si se camina por la orilla este del Manzanares desde el sur de Madrid hacia Rivas-Vaciamadrid, a través del Parque Regional del Sureste. “La geología ayuda mucho, es un terreno muy estepario donde no hay mucha sedimentación y las trincheras están excavadas en el yeso”, añade el coordinador.

Musealizar la zona

La excavación, financiada por el Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid, se encuentra dentro del proyecto del municipio para conservar y musealizar los restos de la guerra civil que se encuentran en él, un proyecto enmarcado en el plan de la Comunidad de Madrid para la recuperación y protección de los paisajes de guerra de la región. Al finalizar el trabajo de excavación, el equipo del CSIC consolidará los diferentes espacios para su conservación y colocará carteles explicativos, pero el Consistorio pretende musealizar toda la zona para integrarla en una serie de rutas que podrán recorrerse de forma autoguiada.

Además, el equipo de González-Ruibal estuvo una semana sondeando el emplazamiento del antiguo poblado de Vaciamadrid, una localidad situada a 300 metros del actual Rivas-Vaciamadrid y a un kilómetro del campamento, que fue completamente devastada por la guerra al quedar en tierra de nadie entre las líneas franquistas y republicanas. El objetivo era conocer el estado en que se encuentran los restos y evaluar su posible excavación futura, además de su posible incorporación al centro de interpretación de las Brigadas Internacionales que el Ayuntamiento tiene proyectado en la zona.

Tal como indica el coordinador, “los restos del pueblo están muy bien conservados y hay interés por parte del Ayuntamiento para una campaña específica de excavación”. En el sondeo han encontrado no solo ruinas de las edificaciones destruidas durante la guerra, sino también de construcciones de los siglos XVII y XIX e incluso vestigios romanos, “lo cual es normal, porque esto es una vega fluvial fantástica”, señala por su parte Marqueríe. Rivas-Vaciamadrid quiere reivindicar así su historia, no solo como un municipio creado por el Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones franquista —el organismo que el régimen creó para la reconstrucción de las zonas más castigadas por la guerra—, sino como un espacio habitado desde hace siglos.

Reivindicar el pasado

Vaciamadrid, el pueblo que desapareció con la guerra, no murió del todo hasta dos décadas después de la contienda. Cuando el grupo realizó los sondeos en el antiguo corral de la Casa de la Peña Blanca, la única construcción que existe hoy en día en el lugar donde se encontraba Vaciamadrid, un corral para ganado levantado en los 60, recibió la visita de Benjamín Pampliega, uno de los últimos moradores del pueblo. El anciano relató al grupo que él y su familia habitaron las ruinas del antiguo Ayuntamiento, cuyos gruesos muros habían aguantado algo mejor el bombardeo, desde 1944 hasta que Regiones Devastadas les dio la concesión de su nueva casa en el nuevo Rivas-Vaciamadrid. Toda una infancia entre ruinas.

De hecho, entre el material que apareció en los sondeos de los arqueólogos, apareció uno de los azulejos que Pampliega recordaba de su antiguo hogar. El equipo había excavado justo en el espacio donde estuvo el Ayuntamiento, luego casa de Pampliega; un emplazamiento que, finalmente y tal como todo apunta, se convertirá en el centro de interpretación de las Brigadas Internacionales, un colectivo que fue vital en el desarrollo de la batalla del Jarama.

Su huella —física— aún sigue aquí. Junto a un casquillo de fusil británico Enfield el equipo encontró una medalla de Eduardo VII, rey británico que gobernó hasta 1910.

Así, en apenas unos centenares de metros a la redonda comparten espacio un pueblo sepultado bajo una capa de tierra que espera a ser redescubierto, una ciudad nueva que quiso relegar al olvido su pasado y ahora lo reivindica y toda una urbe efímera, levantada por y para la guerra, que hoy, tras 80 años muerta, comienza a ver de nuevo la luz. Ciudades a las que se las lleva el olvido, ciudades rescatadas, ciudades invisibles.

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