El problema de la representatividad de la participación

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Lo llaman democracia y ¿Qué lo es?

El proceso de Podemos y de Ganemos nos está mostrando todas las aristas de construir un proceso que se dice democrático en una sociedad de masas. Una de las cuestiones centrales es el problema de la representatividad de la participación.

Generar listas, programas, barrios “participativos” parece una buena idea. Sin embargo, es obvio que no va a participar todo el mundo; participarán aquellos que tienen cultura de participar en procesos colectivos, aquellos con información o tiempo, aquellos muy implicados con una problemática; y así estos grupos estarán sobre-representados en los resultados.

Votaciones online

Estos grupos pueden ser grupos organizados (con capacidad de movilizar a mucha gente en poco tiempo) o grupos con incidencia mediática (capaces de impulsar una cierta lectura de la realidad de forma masiva), de forma que copan en cierta medida el proceso de participación. Es el caso de las votaciones online, donde la dificultad de trasladar a gran número de personas los debates o las diferencias hace casi imposible la victoria de opciones poco conocidas e incluso la existencia de pluralidad en las listas finales.

Minorías

Ante un proceso de participación todo el mundo es considerado igual, sin embargo, hay gente que se juega la vida en ello; si hubiera alguna consulta sobre desahucios, todo el mundo opinaría pero “solo” unos miles se verían en la calle si fracasa. ¿Cómo tener en cuenta esta diferencia fundamental? Puede que la democracia se base en que tenemos que consensuar cómo vivimos juntos pero deberia haber unos mínimos sobre los que otros no puedan decidir: los derechos humanos, el acceso a recursos que permitan una vida digna.

Comunidades

Al aumentar la capacidad de decisión de las personas sobre la unidad en la que vive (barrios o distritos, como se está planteando en las propuestas de descentralización de la ciudad), surge el fantasma de la aparición de nuevas fronteras basadas en esos nuevos límites. El autogobierno sin solidaridad inter-distrito, inter-urbana, inter-regional, etc., sin federalismo de ningún tipo, puede cegarnos y encerrarnos. Así ocurre en Suiza, como sabemos, donde plebiscito tras plebiscito se rechazan avances sociales de forma “muy participada”.

Grupos, mayorías y ganar

Cuando se invita a la gente a participar se espera que lo que digan sea tomado en cuenta; lo contrario parece que es una invitación a perder el tiempo, en el límite, una tomadura de pelo. Sabiendo que esa participación sobre-representa a ciertos grupos y solo refleja en parte la importancia de la cuestión para otros, podemos pensar en inventar formas de ponderar estas participaciones, de analizar las fuerzas en juego. Pero ponderar con qué, ¿con encuestas con muestras consistentes? ¿Con la opinión de expertos? ¿Con lo que dice “el partido” que al fin y al cabo cuenta con encuestas y expertos? Esta perspectiva se parece demasiado o a una ciencia (que sabemos que nunca es neutral) o al despotismo ilustrado (“todo para el pueblo pero sin el pueblo”).

Si lo que se pretende es “ganar” las tentaciones de priorizar las encuestas sobre la participación son poderosas. Aparece el miedo a provocar rechazo con cuestiones demasiado “radicales” “políticamente incorrectas” “utilizables por los medios de comunicación, enemigos del cambio”. La participación se vuelve entonces un corsé que puede dificultar “ganar”: si participan solo unos sectores cuando para “ganar” se necesitan mayorías, es mejor preguntar poco “no vaya a ser” que la gente diga cosas que no “podamos” incluir.

¿Qué hacemos con las votaciones onlien? ¿Cómo generar espacios de información y discusión más amplios? ¿Cómo agrupar las cuestiones a decidir de forma que participar no lleve horas o mucho estudio? ¿Qué hacemos con las consultas que afectan a cuestiones fundamentales de la vida de las personas? ¿Sería posible “blindarlas” de alguna forma? ¿Cómo descentralizar y aumentar la capacidad de decisión de las personas sobre su territorio cercano sin que esto genere indiferencia hacia lo que pasa fuera de esos límites? ¿Qué hacemos con lo políticamente incorrecto, con lo que las encuestas dicen que “las mayorías” no quieren? ¿Primero ganar y luego “se hará lo que se pueda”? ¿Preguntamos lo justo “no vaya a ser que”? ¿Dejamos a los que tengan estómago que lleven la batuta y volvemos a las calles? Así ha sido siempre y tampoco nos ha ido bien.

Son preguntas nuevas porque nunca habíamos estado en una situación así. Cuando se abre la caja de la democracia, cuando “democracia” ya no es votar cada cuatro años sino un proceso vivo y conflictivo, nos encontramos con nuevos retos. Parece que la democracia entendida como autogobierno equitativo, informado y comprehensivo no es el punto de partida sino el punto de llegada. En una sociedad desigual, con gente con recursos y tiempos muy desiguales, con distintas formaciones y culturas políticas, no existe la participación perfecta. Pero con estos procesos y estas preguntas hacemos camino al andar.

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