Diez años de investigación dan como fruto el nombre de los 7000 vallisoletanos represaliados por el franquismo

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Gustavo Martín Garzo, Julio del Olmo y Manuel Sierra (izq), acompañados por Julieta Merino, Goya Bravo, Milagros Martín y Carmen Alonso (dcha). Foto: L. Fraile

Gustavo Martín Garzo, Julio del Olmo y Manuel Sierra (izq), acompañados por Julieta Merino, Goya Bravo, Milagros Martín y Carmen Alonso (dcha). Foto: L. Fraile

El Teatro Zorrilla ha acogido este miércoles la presentación de `Todos los nombres´, un libro dividido en dos tomos que, a lo largo de 4000 páginas, rinde homenaje a todas esas personas que han sido olvidadas por la Historia oficial

Una bandera tricolor sobre la que habían tejido las palabras Escuela Práctica, procedente del Casino Republicano de la calle Leopoldo Cano en el que en su día hubo un colegio que seguía los principios de la Institución Libre de Enseñanza, presidió este miércoles un emotivo acto en el que se presentó el resultado de estos diez años de trabajo. La bandera había permanecido oculta en un domicilio durante todos los años de la dictadura franquista y pertenecía a Juan Moreno, que fue maestro y concejal del Ayuntamiento de Valladolid, pero también uno de los miles de desaparecidos que dejó como rastro esta larga y mortífera etapa.

Según Julio del Olmo, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid, 2700 personas fueron asesinadas o desaparecieron en la provincia de Valladolid a partir del golpe de estado de 1936 y 7000 sufrieron la represión. El libro que se presentaba esta tarde recoge todos sus nombres, así como otros datos como la fecha y su lugar de nacimiento, el nombre de sus padres, el tipo de represión a la que fueron sometidos, su estado civil y descendencia, su profesión o afiliación política. Este profundo trabajo de invetigación ha sido posible gracias a la colaboración de cientos de voluntarios que recorrieron los 230 municipios de Valladolid para entrevistar a los familiares y conocidos de todas estas personas. A esto se suma la colaboración de todas aquellas personas que visitaron todo tipo de archivos, incluido el Archivo Militar IV del Ferrol, lugar en el que se encuentran todos los juicios sumarios abiertos a los vallisoletanos de la época.

«Entre los represaliados hay gente de todos los estamentos, de todo tipo de profesiones y edades. Hay personas que fueron asesinadas, que estuvieron en la cárcel, que sufrieron la depuración. 7000 represaliados es una cifra muy alta, y más teniendo en cuenta que Valladolid fue una ciudad de retaguardia y sin resistencias a la sublevación. Esto da una idea clara de que con la sublevación pretendían eliminar físicamente y aterrorizar a la gran masa de la población», señalaría Julio del Olmo unos minutos antes de que comenzara el acto de esta tarde.

 

El libro está dividido en dos tomos. Foto: L. F.

El homenaje comenzaría con el visionado de una serie de vídeos pertenecientes a la obra de teatro `Exhumación´, de Mercedes Herrero, en los que cuatro octogenarias (Julieta Merino, Goya Bravo, Milagros Martín y Carmen Alonso) compartían desde sus casas el escalofriante relato de la desaparición y asesinato de sus familiares más cercanos. A continuación tomaría el turno de palabra Gustavo Martín Garzo, quien comenzó refiriéndose a aquella triste época en la que España era un país en el que había fusilamientos al amanecer, en el que los padres se tapaban la cara para ocultar las heridas sufridas por la tortura o en el que un pastor fue fusilado únicamente por servir unos huevos fritos, unas patatas y un poco de pan a un maqui.

Gustavo habló de una época en la que día a día contemplaban a través del NODO a un «hombrecillo enérgico que inauguraba pantanos» mientras se cometían asesinatos «perfectamente organizados» y apoyados por las nuevas autoridades. Sólo en Medina de Rioseco, tal y como señaló, mataron a 200 personas. Gustavo, que denunció el silencio de una Iglesia que se opone a enterrar dignamente a sus muertos, invitó a hacer un ejercicio de memoria. «Somos lo que recordamos», señaló, al tiempo que reivindicó la recuperación de las cunetas de todos esos hombres y mujeres de los que deberíamos ocuparnos tal y como nos gustaría que alguien se ocupara de nosotros. Personas, añadiría más tarde, que fueron deshumanizadas al impedir que fueran enterradas y que merecían un lugar en el que alguien pudiera llevarlas una flor.

En este acto también estuvo Manuel Sierra, responsable de la portada de este libro diseñado y maquetado por el vallisoletano Fernando Fuentes. «En mi familia no sólo no se ocultó lo que pasó en la Guerra Civil, sino que se contó todo», comenzó reconociendo, recordando con ello a unos padres, unos tíos y una abuela materna que le hablaron de todas las huidas, penas de muerte, saqueos y quemas de libros que hubo en esos años. Sierra también recuperó el recuerdo de su primer contacto con la realidad de la guerra, hecho que se produjo un día en el que estaba pescando unas truchas en el Sil y se encontró debajo del agua una calavera con dos agujeros en la parte de atrás. Después vendrían los años de la Facultad, de las estancias en comisaría, de los fusilamientos, del garrote que mató a Salvador Puig Antich o de las conversaciones con amigos como Josema o Pedro Piedras. En todo ese tiempo, como reconoció, siempre estuvo presente la necesidad de saldar la deuda contraída con todos aquellos que dejaron sus sueños y sus vidas por la lucha de la libertad.

El Teatro Zorrilla, minutos antes del inicio del acto. Foto: L. F.

Han pasado 78 años desde la sublevación militar y 39 desde la muerte de Franco, años suficientes para hacer al fin un homenaje a los 7000 represaliados en la provincia de Valladolid. Así lo afirmó Julio del Olmo al inicio de su intervención, en la que éste habló de un libro que ha sido posible gracias a la colaboración de Amnistía Internacional, el Ateneo Republicano, CCOO, la Central Sindical Independiente, Europa Laica, EQUO, Entrepueblos, la Federación de Asociaciones de Vecinos y Consumidores Antonio Machado, Izquierda Castellana, IU, Jueces por la Democracia, el Partido Comunista de Castilla y León, PSOE, UGT y la UVa. Fuera de esta lista, según señaló, están el Ayuntamiento de Valladolid, la Diputación provincial, así como la CNT y la CGT.

Julio animó a preguntarse el porqué, el para qué y las consecuencias de una sublevación que no se conformó con el cambio de gobierno y que eliminó a miles de españoles que trabajaban por una España diferente. «¿Por qué unos y no otros?», se preguntaba el presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid, dejando a un lado las justificaciones que hablaban de envidias, tensiones y paroxismos para hablar de una realidad dominada por una extensa red de colaboradores. Éstos, según explicó, contaban con comités de apoyo constituidos por las nuevas autoridades municipales impuestas por los sublevados, jóvenes simpatizantes de los golpistas (en su mayoría pertenecientes a la Falange) y miembros de la Guardia Civil. «En sus justificaciones es reiterativo el hecho de que no se consideraban represores sino defensores de la patria y que trataban de sanar un cuerpo enfermo», denunció Julio, antes de que Julieta Merino, una de las cuatro octogenarias presentes en el escenario del Teatro Zorrilla, tomara el turno de palabra.

Julieta, que es una de las miles de personas que crecieron sin apenas haber conocido a un padre que acabó siendo fusilado, relató sus luchas por conseguir una justicia y reparación que ya la han llevado hasta el Parlamento europeo, a hablar con relatores de la ONU o a participar en congresos internacionales por la defensa de los derechos humanos. Su testimonio se convirtió en la pincelada final de un acto muy emotivo que sirvió para presentar un sistemático y exhaustivo trabajo capaz de devolver la dignidad a cada una de esas 7000 personas que fueron asesinadas, torturadas y encarceladas por defender la libertad.

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