Allende abrió para siempre las grandes alamedas

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«Quizás sea Esta la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron (… ) Ante estos hechos solo me cabe decirle a los trabajadores: Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo (… ) Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales, ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos».

Estas fueron las últimas palabras del presidente chileno Salvador Allende a su pueblo. El aliento de un revolucionario cuya gestión fue truncada por el odio de aquellos que no permitirían otro gobierno socialista en estas tierras.

El 11 de septiembre de 1973 Chile despertó con la noticia del golpe de Estado contra el Gobierno constitucional de la Unidad Popular, encabezado por Allende. Unas Fuerzas Armadas apuntaladas por la CIA, irrumpieron en La Moneda, sede del Gobierno, consolidando lo que era un secreto a voces: Washington haría todo cuanto estuviera a su alcance para interrumpir el proceso democrático y sacar de allí a quien tenía un verdadero compromiso con los chilenos.

Para el Norte injerencista era demasiado descabellado un programa político que establecía redistribuir el ingreso y reformar la economía, comenzado por la nacionalización de las más importantes industrias, así como una amplia reforma agraria.

«No veo por qué tenemos que quedarnos acá y ver cómo un país se torna comunista por culpa de la irresponsabilidad de su propio pueblo». Así se expresaba Henry Kissinger, principal asesor del entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon (1969–1974), respecto de la seguridad nacional. Los «irresponsables» eran para este señor, los miles de chilenos que votaron por la Unidad Popular, coalición política que ganó las elecciones en 1970.

En este escenario, jugaron como les es usual: financiando campañas de descrédito, manipulando a la opinión pública, e implementando bloqueos económicos con el fin del aislamiento de Santiago, para impulsar así la desestabilización interna. Algunos documentos consultados recogen las declaraciones de Nixon, cuando muy exaltado dijo: «Tal vez aún exista una posibilidad de un 10 %, pero ¡hay que salvar a Chile! … no me interesan los riesgos que esto implica… hay diez millones de dólares más disponibles…».

¿Por qué tanto ensañamiento contra un Gobierno? A los ojos de Washington, Allende era un provocador, un marxista constitucionalmente electo, que zarandeaba el escenario geopolítico y demolía la doctrina con la unidad popular para los desposeídos.

El cuartelazo chileno significó la traición de los militares a su Constitución, a su Presidente, a su pueblo; inició uno de los capítulos más grises en la historia reciente del país austral, dando paso al fascismo, a la destrucción sistemática de la obra de Allende y del movimiento obrero y democrático chileno, y por ende, a la instauración del primer modelo del capitalismo salvaje de la era neoliberal.

Recordar este crimen, a 39 años de ejecutado, es tener la certeza de que tanto tiempo después, los procesos sociales no se detienen y continuarán abriendo «las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor», como sentenciara ese gran chileno que fue Allende.

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