Las consecuencias del desastre nuclear en el mar y el aire

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Cuando se cumple tan sólo un año del accidente de Fukushima, el segundo más grave de todos los tiempos, que ha liberado entre el 20% y el 30% de la radiactividad que se emitió en Chernobil en 1986, nos encontramos ya con preocupantes tendencias al olvido de los poderes públicos de los países que han decidido no modificar sus programas nucleares.

Tal es el caso del Gobierno de España, que, lejos de plantearse una reducción del parque nuclear, se plantea mantener las centrales en funcionamiento y, en cuanto la potencia instalada no sea tan superior a la demanda de electricidad como es en el presente, plantear la construcción de nuevos reactores nucleares.

A nuestro actual ministro de Industria le ha faltado tiempo para decidir la ubicación del Almacén Transitorio Centralizado (ATC) y para estudiar la prolongación de la vida de la central de Garoña (Burgos), más allá de 2013. El ATC es una pieza clave para mantener el programa nuclear. Desde el año 1985, la industria nuclear ha estado buscando una solución para almacenar los residuos radiactivos de alta actividad en nuestro país. Éste es un elemento clave para mantener las nucleares en funcionamiento y, en su caso, para construir nuevas centrales. Las piscinas de combustible gastado de los reactores se saturan a pesar de las operaciones de racking y reracking que se han realizado y fuerzan a la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (Enresa) a construir almacenes temporales individuales (ATIs), una opción que les disgusta por ser más onerosa que guardar los residuos en un único emplazamiento.

La construcción del ATC

Tras diversos fracasos, Enresa abre un nuevo proceso cuyo pistoletazo de salida es la decisión que se toma en la Comisión de Industria del Congreso de construir un Almacén Transitorio Centralizado (ATC) y que continúa con una oferta para que los ayuntamientos se ofrecieran para almacenar el ATC en 2006. Un nuevo fracaso retrasa el proceso hasta 2009 y, tras el cambio de gobierno, se decide ubicar en Villar de Cañas (Cuenca). El proyecto de ATC presenta un diseño modular, lo que significa que puede ser ampliado a voluntad fácilmente para aumentar su capacidad una vez que se llene si, por ejemplo, se construyeran más centrales nucleares.

Un almacenamiento centralizado implicaría realizar numerosos transportes, aumentar el riesgo por la simple acumulación de residuos y supondría que la población cercana al ATC esté sometida a un riesgo generado por una actividad cuyos beneficios no ha disfrutado. Y una serie de almacenamientos individuales multiplicarían el riesgo en el territorio. La conclusión es que no hay solución buena y que lo mejor es dejar de producir residuos, procediendo al cierre de todas las nucleares.

Estas consideraciones se suman al problema de la seguridad, que se ha mostrado crucial tras el accidente de Fukushima. Es una locura pretender que se puede conseguir la seguridad absoluta por el simple hecho de que somos imperfectos humanos. El pretender que lo que aprendemos de los accidentes nucleares servirá para evitar que se produzcan más en el futuro es equivalente a decir que podemos alcanzar la perfección, lo que está fuera de nuestro alcance. El que un país tan avanzado como Japón haya sufrido el accidente y haya tardado casi un año en controlar los reactores accidentados, significa que estamos tratando con una tecnología extremadamente peligrosa que puede generar accidentes catastróficos que afecten a decenas de miles de personas.

Cierre de reactores

Tras el accidente de Fukushima, la energía nuclear ha alcanzado un gran rechazo social. Aparte de los catorce reactores dañados por el terremoto y el tsunami, que probablemente nunca vuelvan a funcionar, en la actualidad sólo funcionan dos de los 55 reactores que había operando en Japón. El hecho de que se hayan parado ya 53 reactores no significa que éstos estén definitivamente cerrados, pero se puede decir al menos que su futuro es incierto.

Según las centrales van parando para realizar la recarga, por mantenimiento o por paradas no programadas, las autoridades locales no dan permiso para que vuelvan a funcionar. Así que, gradualmente, un país tan nuclearizado como Japón va demostrando que puede funcionar sin energía nuclear.

Además de este retroceso que se aprecia en Japón, otros países del mundo habían decidido prescindir gradualmente o renunciar a nuevos proyectos de centrales nucleares. Alemania ha decidido mantener vigente el plan de cierre escalonado y ha clausurado ya catorce reactores, Suiza cerrará sus nucleares cuando cumplan su vida útil y no abrirá más centrales, y lo mismo harán Bélgica y Taiwan; Italia ha renunciado, por referéndum, a la construcción de nuevos reactores. China ha suspendido los proyectos cuya construcción aún no ha empezado y hasta en un país tan nuclear como Francia se ha reabierto el debate y el candidato socialista, François Hollande, a quien las encuestas dan como ganador, ha propuesto cerrar el 25% de las nucleares francesas y suspender el reproceso del combustible gastado. Es penosa la ceguera de las autoridades y las eléctricas españolas y la reticencia a prescindir de las centrales nucleares.

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