¿Estallará la guerra este año?

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A gente como Bibi Netanyahu, Moshe Yaalon y Ehud Barak hay que tomarla en serio cuando dice que va a por alguien. Tienen el gatillo fácil si piensan que la existencia misma de Israel está en peligro. Lo que, a pesar de que ese Estado tenga uno de los mejores ejércitos y uno de los mejores servicios de espionaje del mundo, y también unas cuantas bombas nucleares, ocurre con frecuencia. Ahora el trío dirigente del Gobierno israelí da a entender que atacará Irán en algún momento de los próximos meses para frenar el programa nuclear de los ayatolás, y, le guste o no, el resto del mundo debe incluir eso en sus previsiones para este nuevo annus horribilis. Israel bien podría hacerlo; otra cosa es que ya haya decidido hacerlo.

Esta guerra -la próxima guerra, como se la conoce en medios políticos, militares y periodísticos- ha comenzado de hecho. Israel la libra en dos terrenos en los que sobresale: la propaganda y el espionaje. A rastras, Estados Unidos y la Unión Europea acaban de alistarse al decidir bloquear los negocios con el banco central de Irán y no comprar un solo barril de petróleo persa.

¿Iniciará Israel las hostilidades militares en la primavera o verano próximos? No es descartable por mucho que Obama intente impedirlo. Es incluso muy probable.

El de la próxima guerra no es un juego para almas cándidas. ¿Cuáles son los hechos y cuáles los bulos? ¿Quién va de farol y quién tiene una buena mano? ¿Es esto o aquello un globo sonda? Como en una novela de John Le Carré, verdades, mentiras y todo lo que hay en medio se suceden, se enredan, se reflejan, se hacen eco, y así van deformándose y haciéndose inextricables.

Lo seguro es que los gobernantes israelíes piensan que el programa nuclear iraní supone una «amenaza existencial» para su país. Lo seguro es que la ansiedad crece en buena parte de sus compatriotas. La República Islámica de Irán, que jamás ha reconocido la existencia del Estado judío, y muy en particular su actual presidente, Ahmadineyad, que repetidamente ha clamado por su destrucción, no son nada tranquilizadores.

También es seguro que Tsahal tiene listos los planes para un bombardeo aéreo de instalaciones iraníes. Y que, entretanto, el Mosad zancadillea ese programa nuclear con todos los medios a su alcance.

Con sabotaje de centros industriales, asesinatos de científicos y uso del virus informático Stuxnet, la fase secreta de la guerra contra Irán comenzó la pasada década, después de que los servicios de inteligencia de Estados Unidos e Israel llegaran a la conclusión de que Irán tenía una planta de enriquecimiento de uranio en Natanz, a unos 250 kilómetros al sur de Teherán. Ni unos ni otros creyeron al régimen de los ayatolás cuando dijo que solo estaba interesado en el uso civil de la energía nuclear.

Era una desconfianza sensata. El Irán jomeinista tiene un montón de razones para querer hacerse con armas nucleares. Empezando por su voluntad de ser una potencia regional -voluntad enraizada tanto en el nacionalismo persa como en el islam chií- y terminando por su temor a ser víctima de una agresión bélica norteamericana y/o israelí, como ya lo fue en los años 1980 de una guerra impuesta por el Irak de Sadam. Precisamente, los ejemplos contrapuestos de Irak y de Corea del Norte le han llevado al convencimiento de que solo la verdadera posesión de armas de destrucción masiva puede librarle de un ataque exterior.

Por aquello de mantener la moral de la tropa, el régimen iraní atribuyó al principio a accidentes las explosiones que sacudían sus cuarteles y fábricas o reventaban los Peugeot de sus científicos. Hasta que, recientemente, admitió lo que todo el mundo sabía: esa epidemia, de la que era víctima todo lo relacionado con el programa nuclear, no podía ser otra cosa que el fruto de la acción de servicios de espionaje extranjeros.

Por su propia naturaleza, la guerra secreta es muy sucia. Y lo más sucio de esta son los asesinatos de científicos iraníes. Han ido cayendo Ardeshir Hosseinpour (2007), Masud Ali Mohammadi (2010), Majid Shahriari (2010), Dariush Rezaeinejad (julio de 2011) y Mostafa Ahmadi-Roshan (enero de 2012). El hoy director de la agencia atómica iraní, Fereydun Abbasi-Davani, fue gravemente herido en noviembre de 2010. Y el general Hassan Moghadam pereció en noviembre de 2011, en la explosión de un cuartel de los Guardias Revolucionarios.

El modus operandi en los asesinatos de la mayoría de científicos ha sido el siguiente: unos motociclistas se acercan al coche de su objetivo, le adosan una bomba magnética, aceleran para alejarse y no tarda en producirse una explosión. En el mismísimo Teherán.

Estados Unidos ha negado con vehemencia estar detrás de estas acciones. Su desmentido parece creíble y la práctica totalidad de los expertos las atribuye al Mosad. Como los agentes israelíes de la unidad Cesarea, la especializada en sabotaje y asesinato, no pueden actuar en Irán -ni aun disfrazándose de europeos, como sí hicieron en Dubai en 2011-, el Mosad ha reclutado a opositores extremistas iraníes de etnia kurda, religión suní (grupo Jundallah) o ideología ultraizquierdista (Muyahidin Jalq).

En ocasiones, el espionaje israelí ha utilizado para esta guerra sucia lo que en el mundo de los servicios secretos se llama false flag, falsa bandera. El pasado mes, la revista Foreing Policy informó de que agentes del Mosad se hicieron pasar por funcionarios de la CIA para reclutar como sicarios a terroristas del grupo Jundallah. Mark Perry, el autor de la información, contaba que esta operación se llevó a cabo a espaldas de la CIA y la Casa Blanca, que, cuando la descubrieron, aullaron de indignación.

Tamir Pardo, el nuevo jefe del Mosad, dirige ahora los actos de sabotaje y asesinato contra el programa nuclear iraní. Pero esta guerra secreta la había diseñado e iniciado su predecesor, Meir Dagan. A comienzos de 2011, el legendario spymaster Dagan fue cesado precisamente por su oposición a un ataque bélico contra Irán. Ya entonces, los gobernantes israelíes creían que la guerra secreta que llevaba a cabo el Mosad era necesaria, pero no suficiente. Y comenzaban a planear tanto una operación militar aérea contra instalaciones iraníes como la respuesta a las previsibles represalias.

Estos preparativos se han acelerado desde que, el pasado noviembre, la Agencia Internacional de la Energía Atómica certificó que el programa nuclear iraní tiene fines militares. Al Gobierno israelí le inquieta particularmente la nueva planta de enriquecimiento de uranio de Fordo, cerca de la ciudad sagrada chií de Qom, un auténtico búnker subterráneo excavado en una montaña y protegida por una fuerte defensa antiaérea. Ha llegado al convencimiento de que, dentro de un año, ya nada ni nadie podrá impedir que Irán se dote del arma nuclear.

En esta y otras materias de seguridad, Israel tiene suficientemente probado que no se anda con chiquitas. En 1981 sus cazabombarderos F-16 lanzaron un ataque sorpresa contra el reactor nuclear de Osirak, en el Irak de Sadam, y lo inutilizaron por completo. En 2007, esta vez con cazabombarderos F-15I Raam, volvió a actuar de esta guisa contra un reactor sirio en una zona desértica al oeste de Damasco.

Ahora bien, ¿tiene Israel recursos militares suficientes para repetir las jugadas de Irak y Siria en el actual Irán? En un reportaje muy documentado, el semanario norteamericano Time acaba de responder negativamente a esa pregunta: Israel no está en condiciones de infligir un daño irreparable al programa nuclear iraní.

Para empezar, el régimen iraní ha repartido ese programa entre numerosas instalaciones dispersadas a lo largo y ancho de ese amplio país (Irán, habitado por 80 millones de personas, tiene una extensión tres veces superior a España). Y las más importantes, las que albergan las centrifugadoras que enriquecen el uranio, están construidas bajo tierra, a profundidades que las hacen casi invulnerables.

Y luego están las limitaciones de la aviación israelí. Cuenta con F-15I Raam capaces de volar 2.500 kilómetros sin repostar, una autonomía suficiente para llegar a Irán (entre Tel Aviv y Teherán hay 1.600 kilómetros). Y con F-161 de escolta. Amén de una flota de aviones no tripulados (drones) aptos para bombardeos de precisión. Sus satélites y aviones no tendrían excesivos problemas tanto para guiar a los suyos como para perturbar los radares, las telecomunicaciones y los ordenadores de los iraníes.

El problema estriba, como señala Time, en que resulta difícil imaginar que esas unidades pueden estar yendo y viniendo días y días, semanas y semanas, teniendo que repostar una y otra vez en el aire a muchos de sus aparatos. Y, según los especialistas, esto, una campaña muy prolongada, es lo que sería necesario para demoler seriamente el programa iraní.

Así que Israel podría lanzar un ataque aéreo puntual que dañara unas cuantas instalaciones. El programa nuclear iraní sufriría así un retraso de algunos meses, quizá un año, pero no más, según fuentes norteamericanas. De dos o tres años, según las fuentes israelíes más optimistas.

Solo Estados Unidos podría causarle un daño más serio, pero a costa de emplear durante largo tiempo todo su potencial de bombardeo con misiles y desde aviones. Y aun así, los expertos creen que tampoco conseguiría cerrar el caso definitivamente. Quedaría, pues, el recurso a la invasión terrestre, a la guerra total, algo inalcanzable para Israel e impensable hoy para Estados Unidos.

¿Y cómo reaccionaría Irán a un ataque aéreo israelí? Nadie discute que ese ataque daría oxígeno político al régimen de los ayatolás, que se encuentra en el punto más bajo de su legitimidad doméstica y su influencia regional. Les permitiría presentarse como víctimas de una agresión. En el interior apelarían tanto al sentimiento nacional persa como al islámico para movilizar a su población. En el exterior podrían revigorizar su prestigio entre sectores antiimperialistas del mundo árabe y musulmán, muy alicaído hoy por la democrática primavera árabe y la agonía del régimen sirio de los Asad.

Militarmente, Irán podría responder disparando misiles de largo alcance Shahab-3 contra Israel, pero es difícil prever cuál sería su alcance e impacto. Al Gobierno israelí le preocupan más los ataques que podrían lanzar esos vecinos suyos y aliados de Irán que son el grupo libanés Hezbolá y el palestino Hamás. La Siria de los Asad también podría sumarse a la pelea, encontrando así una salida «patriótica» a sus apuros domésticos.

Esto es, no sería descartable una guerra total en Oriente Próximo. Como tampoco una campaña de acciones terroristas en el resto del mundo contra objetivos israelíes y judíos. Por no hablar de un intento de cierre del estrecho de Ormuz por parte de Irán con la subsiguiente crisis petrolera planetaria. Asimismo Irán podría sabotear refinerías y oleoductos en territorio saudí.

¿Vale la pena? No para el resto del mundo; en cuanto a Israel, es lo que evalúan en estos momentos tres personas: el primer ministro Netanyahu, el viceprimer ministro Yaalon y el ministro de Defensa Barak. Calificados de «halcones» por el semanario británico The Economist, los tres están convencidos de que un Irán nuclear supondría una «amenaza existencial» para Israel. Así que se inclinan a pensar que vale la pena.

El 25 de enero, el periodista israelí Ronen Bergman publicó en el suplemento semanal de The New York Times un reportaje (Will Israel attack Iran?) que no ha cesado desde entonces de analizarse del derecho y del revés por todos los que siguen este asunto. Bergman lo concluía así: «Tras hablar con muchos líderes políticos y jefes militares y de los servicios de inteligencia, he llegado a la conclusión de que Israel atacará Irán en 2012».

Bergman es un veterano analista y reportero del diario israelí Yedioth Ahronoth, alguien muy bien conectado y fiable. Nadie pone en duda los hechos que cuenta en su reportaje, ni tampoco las declaraciones de políticos, militares y espías israelíes que recoge. Pero ¿y si, en este juego de espejos deformantes que es la próxima guerra, alguien le hubiera hablado al periodista como lo hizo con la intención de que transmitiera a Estados Unidos y a Europa la idea de que, como no endurezcan más su actitud, Israel atacará en solitario sean cuales sean las consecuencias para todos?

Así, como un globo sonda para meter más presión, lo ha interpretado el diario israelí Haaretz. Y también el especialista estadounidense Jeffrey Goldberg, que ha contado que las mismas fuentes israelíes ya le dijeron a él que el ataque se produciría en el verano de 2011. Goldberg cree que los gobernantes israelíes repiten la jugada para que Occidente apriete aún más las clavijas a los ayatolás. El propio Bergman, en declaraciones a The New York Times del 30 de enero, admite que él no puede meterse en la cabeza de la gente a la que entrevista y descubrir las razones por las que dice esto o aquello. «Puede ser», dice, «que estemos ante aquello de ‘agárrame, que le pego’. Puede que Israel esté enviando un mensaje de este tipo a Estados Unidos y Europa: hagan algo con Irán, porque si no, lo haremos nosotros».

Y es que tampoco en el establishment israelí hay total unanimidad sobre la rentabilidad de un ataque aéreo unilateral contra Irán. Hay voces discrepantes, y no, precisamente, de pacifistas. Entre otros, Meir Dagan, exjefe del Mosad; Gabi Ashkenazi, exjefe de la Junta de Estado Mayor, y Rafi Eitan, un veterano oficial del Mosad, creen que la amenaza de Irán no es ni tan inminente ni tan «existencial», y que una acción militar preventiva israelí sería catastrófica. No detendría el programa nuclear de los ayatolás y le supondría a Israel un serio aislamiento internacional y feroces represalias.

Cuando fue destituido en enero de 2011, el spymaster Dagan reunió a un grupo de periodistas y, según cuenta Bergman, les dijo: «La idea de que es posible detener el proyecto nuclear iraní con un ataque militar es incorrecta; tan solo es posible provocar un retraso temporal». Eitan es de esa opinión: el único modo serio y definitivo de lidiar con este asunto es «un cambio de régimen» en Teherán, algo a lo que contribuiría muy poco, más bien al contrario, el ataque israelí.

En un artículo publicado el 23 de enero en el diario beirutí Daily Star, el exagente de la CIA Bruce Riedel, especialista en Oriente Próximo, cree que el Gobierno israelí exagera. Es, al parecer, la opinión mayoritaria en el espionaje estadounidense. Obama, según fuentes norteamericanas, tiene sobre la mesa del Despacho Oval informes que dicen: 1. Irán, aunque continúe enriqueciendo uranio, aún no ha dado los pasos técnicos necesarios para construir un arma nuclear. 2. Aunque empezara a darlos, necesitaría más de un año para construir tal arma. 3. Un ataque aéreo no destruiría su programa nuclear: en cambio, podría decidir a los ayatolás a construir un arma nuclear lo antes posible.

A Obama no le gusta en absoluto la próxima guerra, intuye que será tan desastrosa o más que la de Irak. A mediados de enero, telefoneó a Netanyahu para advertirle de que no debe atacar a Irán por su cuenta y riesgo. Y con ese mensaje envió a Israel, días después, al jefe del Estado Mayor norteamericano, el general Martin Dempsey.

Pero Netanyahu y los suyos no ocultan su disposición a actuar por sorpresa y sin solicitar permiso. Saben que la mayoría proisraelí de Estados Unidos terminaría aplaudiendo. Y el que Obama quedara desautorizado no les desagrada. Netanyahu ya le humilló al desoír sus llamamientos para el cese de la construcción de colonias judías en Jerusalén oriental y Cisjordania y al conseguir por ello una ovación en el mismísimo Capitolio de Washington.

A Europa esta guerra no le puede venir en peor momento. Tomándose muy en serio a Israel, acaba de tomar una decisión importante para intentar abortarla: el embargo del petróleo iraní. Lo ha dicho Alain Juppé, ministro francés de Exteriores: «Para evitar una acción militar irreparable, tenemos que endurecer las sanciones». Norteamericanos y europeos trabajan para que otros clientes del petróleo iraní como Japón y Corea del Sur se sumen al embargo. Como alternativa, Arabia Saudí se ofrece a aumentar sus exportaciones.

Las sanciones económicas están dañando a Irán: su economía está atascada mientras se disparan la inflación y el desempleo. De modo que Estados Unidos y la Unión Europea aún trabajan con la hipótesis de dejarle una vía de escape a los ayatolás: el cese del enriquecimiento de uranio y la aceptación de severas inspecciones internacionales. Pero los ayatolás tienen la cabeza dura, muy dura. El choque frontal de trenes es altamente probable. –

 

Publicado en El País: ¿Estallará la guerra este año?

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