La mujer trabajadora castellana finales del XIX y principios del XX

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El final del siglo XIX y los comienzos del siglo XX , aunque en el resto de Europa se empezaban a organizar y a coger fuerza el feminismo, en Castilla la situación era muy parecida que la de comienzos del XIX, es decir una situación difícil como hemos visto antes y donde el camino hacia el voto, estuvo lleno de escollos y pequeñas victorias antes de acceder definitivamente al sufragio.
Las sufragistas británicas, las más conocidas, fueron de las más activas y de las que más radicalizaron su discurso en los años finales del siglo y comienzos del XX. Su objetivo era la consecución del voto pero para ello se servía también de la acción directa. La radicalización de las sufragistas generalizó los encarcelamientos y la respuesta política (huelga de hambre) de éstas ante la represión creciente.
El feminismo en el Estado español, de carácter más social que político, no tuvo en la lucha por el sufragio una de sus reivindicaciones básicas, si bien es cierto que desde 1870 aproximadamente se pueden leer textos reivindicando la igualdad política plena, pero no será hasta la II República y el debate de la Constitución de 1931 cuando la reivindicación sufragista adquiera gran importancia. Hay que señalar el carácter claramente interclasista, conservador y españolista de la inmensa mayoría de los pocos ejemplos de feministas de finales del siglo XIX y principios del XX. Únicamente en Cataluña y País Vasco se alejaban del españolismo. Además en Valencia y también en Cataluña se dieron ejemplos de feministas socialistas y anarcosindicalistas.
El feminismo en el Estado español, y concretamente en Castilla, tuvo que sortear desde el principio difíciles obstáculos. Hay que partir de un cierto grado de subdesarrollo y de clara inferioridad social y económica, lo que hizo retrasar la puesta en marcha de la revolución burguesa. El hecho de no construir una sociedad verdaderamente liberal, hizo que esta sociedad fuese muy poco receptiva a la polémica feminista, por lo que es fácil deducir el escaso impacto que, dentro de los movimientos sociales de la época, tendría el feminismo en general y el sufragismo en particular. De hecho parecía incompatible con el discurso de la domesticidad y del orden patriarcal. Las sufragistas eran vistas como una amenaza para el hogar, para la familia y hasta que ese miedo no fue despejado, y conciliado el papel de madres con el de votantes, no fue posible que el sistema considerara a las mujeres ciudadanas.
Diversos autores llegan a argumentar que el sufragismo no tuvo vigencia en el Estado español ya que se carecía de las premisas básicas que lo pusieron en marcha en otros lugares en Europa: el desarrollo industrial, la incorporación de la mujer al trabajo industrial, una burguesía media poderosa y una importante educación femenina. Sólo desde la década de 1920 y en círculos bastante minoritarios empieza a tener repercusión.
También el plano cultural tiene vital importancia a la hora de evaluar el por qué de las dificultades que tuvo para poner en marcha el feminismo en el Estado en general y en Castilla en particular.La mentalidad ultraconservadora, profundamente católica, tradicional y patriarcal de la época provocaba que incluso las mujeres mostraran cautela a la hora de esgrimir sus reivindicaciones en público, como si se sintieran avergonzadas de pertenecer a un movimiento feminista. Hay una cita de la riojana María Lejárraga que lo ilustra a la perfección:
“Las mujeres callan, porque aleccionada por la religión, amparada de toda autoridad constituida y regida por hombres, creen firmemente que la resignación es la virtud; callan por miedo a la violencia del hombre; callan por costumbre de sumisión; callan, en una palabra, porque en fuerza de siglos de esclavitud han llegado a tener alma de esclavas.”
Cultura:
A finales del siglo XIX aparecieron corrientes de pensamiento que conceptualizaron la educación como la premisa fundamental para la necesaria modernización del Estado español, lo que trajo como consecuencia el replanteamiento del debate educativo en términos de género y el tipo de educación que debía proporcionarse a las mujeres como educadoras de sus hijos. Sería fundamentalmente el Krausismo, introducido en la universidad por el soriano Julián Sanz del Río, el que permitiría una apertura intelectual a los distintos sistemas de pensamiento europeo frente al catolicismo reaccionario imperante en el Estado. En 1875 se crea la Institución Libre de Enseñanza, siguiendo las tesis krausistas.
En 1869, el leonés Fernando de Castro inicia un ciclo de Conferencias Dominicales para la Mujer en la Universidad de Madrid, que acabaría convirtiéndose en la Escuela de Institutrices, que capacitaba a las estudiantes con una titulación capaz de competir en el mercado de trabajo.
Por la misma época, Faustina Sáez de Melgar fundó el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, y más tarde debido al éxito obtenido, se crearía la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, cuyo objetivo era la reforma de la enseñanza, y que fundaría en Madrid numerosos centros, como la «Sección de idiomas y Música» o la «Escuela de Comercio» (1878). Hay que tener en cuenta que a estas escuelas, de carácter privado, sólo asistieron una privilegiada minoría de mujeres, casi todas pertenecientes a la burguesía madrileña, con lo que no puede sobrevalorarse el resultado de estas iniciativas. Quizás lo más importante fue que por primera vez se consideró a la mujer como individuo con derecho a una educación que redundaría tanto en beneficio de la sociedad, como en beneficio. Por otro lado, no cabe duda de que estas iniciativas consiguieron al menos atraer la atención de la opinión pública hacia el tema de la educación femenina. Como muestra de este nuevo interés nacen revistas con la voluntad de ampliar la cultura de la mujer y de convencerla de lo injusto de su situación. Entre estas, hay que citar La Instrucción para la Mujer (1882), órgano de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer.Hay que mencionar también la aparición de algunos estudios, debidos a mujeres, que denunciaban la educación tradicional femenina, tales como Páginas para la educación popular (1877), de la palentina Sofía Tartilán.
Otra mujer que hay que tener en consideración fue la escritora Rosario de Acuña, nacida en Madrid. Hizo gala de un pensamiento feminista muy avanzado a su época, además de tener convicciones republicanas. Intervino en el Ateneo de Madrid, hasta entonces vedado a las mujeres. Por entonces ya es una escritora muy conocida, con abundante obra publicada (prosa, teatro, lírica) y asiduas colaboraciones en los principales diarios ( El Imparcial, El Liberal… y revistas ( Revista Contemporánea, España…).También hay un progresivo acercamiento suyo a los sectores sociales y culturales que apoyan los republicanos y más afines al libre pensamiento que, en aquel tiempo, defendía la separación de la Iglesia y el Estado.Desde 1886 se acerca a una logia masona.
Leyes:
Son las leyes la más valiosa fuente de información acerca de la posición de la mujer castellana en el fin de siglo. La mayor parte de los derechos que asistían a la mujer soltera desaparecían inmediatamente con el matrimonio. La subordinación de la mujer casada al marido quedaba estipulada en distintos artículos del Código Civil de 1889. Así, el artículo 57 establece que «el marido debe proteger a la mujer, y ésta obedecer al marido»; el 58 que «la mujer está obligada a seguir a su marido dondequiera que fije su residencia»; el 59 que el marido era el administrador de los bienes del matrimonio y el 60 que el marido era también el representante de la mujer y ésta no podía, sin su presencia, comparecer a juicio. Si comparamos esta situación con los logros que poco a poco se iban obteniendo en Inglaterra, Francia o los Estados Unidos, la desigualdad jurídica de la mujer en el Estado español en el último tercio del siglo XIX es aún mucho más evidente. Los tímidos intentos en las últimas décadas del siglo XIX de revisar la situación jurídica de la mujer no consiguieron avances importantes.

Situación laboral:

También en lo que respecta a la situación laboral de la mujer, el Estado español estaba considerablemente retrasado en relación con otros países. La campaña a favor del derecho al trabajo de la mujer encontró una hostilidad mucho mayor incluso que la campaña en pro de su mejor educación, incluso entre las propias mujeres. Es significativo el hecho de que muchos de los folletos dirigidos a convencer a la mujer de su papel de sumisión y obediencia dentro de la sociedad estaban escritos por mujeres.La polémica en torno a la incorporación de la mujer al trabajo concernía exclusivamente a la mujer de clase media. Las mujeres aristócratas obviamente quedaban al margen de este asunto y, por otro lado, el trabajo de las mujeres de la clase baja se veía como algo necesario que no podía entrar en discusiones de índole moral. De entre todos los trabajos que desempeñaban las mujeres eran aceptados más favorablemente por la sociedad aquellos que, como el de maestra, tendían a considerarse como una prolongación natural del carácter femenino.Las reivindicaciones en el terreno legal fueron escasas y consiguieron pocas cosas en las últimas décadas del siglo XIX. En 1888, el Partido Socialista incorporó en su programa la reivindicación de una equiparación salarial entre los sexos para igual trabajo. Habrá que esperar a la Ley del 13 de marzo de 1900 para que se inicie de forma efectiva la legislación estatal de protección a la obrera. Las condiciones de la mujer en el trabajo fueron mejorándose asimismo al ampliarse esta legislación en el Real Decreto del 13 de noviembre de 1900, la Ley del 8 de enero de 1907 y el Real Decreto del 21 de agosto de 1923.

Tras la situación descrita, podemos afirmar que en los últimos años del siglo XIX no existió en Castilla ni en el resto del Estado un movimiento feminista bien organizado semejante al de otros países. Es más, el Estado español no contó con representación ninguna en los Congresos Internacionales de Mujeres celebrados a finales del XIX. Aunque alguna voz solitaria reclamó el derecho al voto para la mujer, todavía en los últimos años del siglo XIX no fue esta una cuestión importante, ni siquiera para aquellas que se llamaban feministas.Durante los primeros años del siglo XX se crearon algunas instituciones culturales o pedagógicas que con mayor o menor presión plantearon algunas reivindicaciones. Así, por ejemplo, pueden citarse la «Junta para la represión de la trata de blancas» o la «Junta de damas de la Unión Ibero-Americana de Madrid». Pero para que se cree la ANNE (Asociación Nacional de Mujeres Españolas), que se iba a convertir en la organización feminista más importante, habrá que esperar a 1918, fecha en la que las mujeres de otros países ya habían conseguido muchos de sus objetivos y el feminismo ya no era motivo de escándalo.

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