Algunos retazos de nuestra historia

Comparte este artículo:

 

Documentos de UPC del año 1986 cuando esta organización estaba en su proceso constituyente.

Múltiples fueron las consecuencias de las derrotas comuneras de Villalar y Toledo. En el orden político la derrota comunera significó el fin de la burguesía industrial, de la naciente burguesía industrial, y de la pequeña nobleza castellana, de gestar una comunidad nacional-independiente, moderna y progresista . En el orden social, la derrota de la revolución comunera, significa, en buena medida, la vuelta al pasado medieval; ésta vez bajo la fórmula de régimen señorial. La nobleza castellana vencedora, los Grandes, junto con la monarquía absolutista y la Iglesia Católica triunfantes, fueron haciéndose dueños todopoderosos de la propiedad de la tierra, convirtiéndose aún mas de ésta forma, en una nobleza terrateniente, con relaciones sociales con las clases trabajadoras del campo, similares a las formas vasalláticas del feudalismo. De ésta suerte, desaparecida la incipiente burguesía financiera, con la expulsión de los castellanos judíos, derrotada la burguesía industrial en Villalar y Toledo, la Corona Castellana, y por añadidura, todo el Estado, ira cayendo en manos de la nobleza oligárquica castellana y la MONARQUÍA IMPERIALISTA

 

Sin embargo, durante todo el siglo XVI, el crecimiento demografico y económico de Castilla continuará en relativo ascenso. A pesar de las primeras oleadas de castellanos que marchan a la Nueva América, la población castellana irá incrementándose; por otra parte, tanto el comercio de la exportación de lana, el oro de América, en menor medida, y el auge agrícola y ganadero de éste siglo, la industria textil, aunque cada día en mayor retroceso, el auge de la cultura (Universidades de Salamanca, Alcalá y Valladolid), el desarrollo de la imprenta, el auge mercantil, el moderno urbanismo y la monumentalidad añeja, etc., harán que Castilla pase en éste siglo a ser el país hispano más poblado. Y que crezca su población de cuatro millones y medio a más de seis millones y medio a finales de éste siglo XVI. Por ejemplo, en 1594, un pueblo como Mayorga de Campos, supera en población a Coruña, Oviedo o San Sebastián; Béjar es igual que Santiago; Covarrubias es mayor que Baracaldo y Agreda mayor que Vigo; Portillo el doble que Gijón y tres veces mayor que Eibar. Las ciudades mayores de la península, son castellanas: Soria (1269 vecinos), Zamora (1695 vecinos), Medina de Rioseco (2006 vecinos), Toro (2314 vecinos), Burgos (2665 vecinos), Medina del Campo (2160 vecinos), Ávila (2826 vecinos), Palencia (3065 vecinos), Salamanca (4953 vecinos) y Segovia (5548 vecinos),

 

Las tres ciudades mayores: Valladolid (8112 vecinos), Madrid (7500 vecinos) y Toledo (10395 vecinos), eran unas auténticas metrópolis.

 

En 1561, Felipe II traslada la corte de Toledo a Madrid. Una corte que había sido itinerante en los siglos anteriores, se detiene y se estaciona, mas que domicilia, en el centro de la geografía peninsular. Y ese estacionamiento, arraiga y se desarrolla en tentáculos que atenazan y asfixian la, hasta entonces, pujante vida del País Castellano. En esa época, Castilla englobaba una red de prósperas ciudades y villas conectadas entre sí por un complicado tejido comercial y financiero (como es obvio, a pesar de la derrota comunera, la burguesía, como clase emergente, había seguido creciendo, aunque lógicamente, sin apenas poder político).

 

Madrid se convierte en centro que atrae a gente de toda condición. Unas, en pos de los atractivos de la corte y otras, en busca de los empleos que genera la presencia de las anteriores. Y así, Madrid exporta malos servicios gubernamentales, a cambio de muchos impuestos y rentas… Madrid proporcionó a la élite terrateniente castellana la posibilidad de tener acceso directo al Estado, lo que impulso a la Nobleza el deseo de establecerse en la nueva capital y atraer aquí la resta de sus propiedades, mientras dejan en éstas a los famosos administradores.

Los efectos no se hacen esperar, y así en la coyuntura de unas continuas malas cosechas de finales del siglo XVI, la crisis rural se hará dramática y duradera en los campos castellanos, que se descapitalizan en dinero, y expulsan mano de obra.

La nueva nobleza cortesana madrileña desprecia los productos castellanos en gracia a la moda de los refinamientos que llegan de fuera. Incluso afecta a mercados de productos netamente agrarios, por no poder competir en precios con los de otros países. Agricultura, que por otra parte cada vez está más acorralada y acogotada, por los privilegios de la poderosa organización ganadera de la Mesta, dominada como es lógico por los grandes ganaderos ovinos, pertenecientes a la nobleza, y también a las órdenes militares y religiosas. No podemos olvidar, por último, la tremenda presión fiscal a que se somete al pueblo castellano, con crecientes impuestos para atender los enormes gastos de las guerras imperialistas en Europa, propiciadas por la imperialista Monarquía de los Austrias. La crisis, la definitiva crisis castellana, se iniciará en el siglo XVII, “gracias” a la política absolutista del valido de Felipe IV, el Conde-duque de Olivares, que de su idea de formar un Estado centralizado y uniformado a la francesa tiende a confundir “España” con Castilla en la gestión del Estado.. Olivares, con su concepción centralista del poder, comenzó el recorte de los fueros y particularidades de las distintas nacionalidades de la península. Paradójicamente, mientras el idioma castellano se transforma en “idioma español”, mientras parte de nuestras instituciones y cultura se le impone a otros pueblos, se inicia la lenta agonía de las dos Mesetas Castellanas.

En 1646 Soria queda reducida a 725 vecinos, Zamora a 375, Burgos a 600, Toro y Palencia a 800, Ávila a 1123, Segovia a 1625, Salamanca a 2965 y Valladolid a solo 3000. Madrid que ha dejado de ser exclusivamente una ciudad castellana para convertirse en el centro del poder metropolitano y por tanto en instrumento principal del proceso colonización de la propia Castilla, se agiganta y pasa a casi 100.000 vecinos.

 

Una tierra que ya no da mas, unos privilegios de la Mesta que prohíben extender la agricultura, una concepción filosófica aristocrática del trabajo como humillación, la expulsión de miles de artesanos y trabajadores de religión islamica ó sospechosos de tenerla, inflaciones continuas, la proliferación de nobles de segunda y tercera categoría (los hidalgos) que intentan vivir de las rentas y del cuento, el hambre, la peste, van vaciando el territorio castellano. En la figura del Quijote, Cervantes recoge de una forma magistral esa decadencia de Castilla, curiosamente siglos después al analizar esa obra se sigue ignorando su principal sentido

 

Para finales del siglo XVII las ciudades castellanas habían quedado reducidas a poblaciones aisladas, los campos habían quedado semivaldíos y amplias zonas rurales despobladas. La agricultura se había adaptado a necesidades de orden local o había sido dedicada a pastos. La producción total había bajado y la distribución de las tierras y de la riqueza había favorecido a las clases dirigentes (nobleza, alto clero y burguesía mercantil) mas que nunca. Había cristalizado la estructura de la sociedad rural castellana de los dos siglos y medio siguientes. Madrid, como metrópoli del imperio, y Castilla, estaban encerradas en una relación rígida de intercambio desigual, incluso cuando la periferia, los pueblos de la periferia, estaban empezando a responder el estímulo de fuerzas extrapeninsulares. Bilbo, Sevilla, Cádiz, Valencia, Barcelona… se estaban convirtiendo en las nuevas ciudades en que las burguesías respectivas estaban emergiendo con fuerza.

 

Con el siglo XVIII, que abre una guerra dinástica, y que introduce una nueva dinastía: los Borbones; las cosas para Castilla no fueron mejores. El reformismo borbónico encauzo al Estado por las vías de un rígido centralismo de cuño francés. El decreto de “Nueva Plata”, instaurado por Felipe V, significo la eliminación de la tradicional autonomía de Aragón (ya reducidos sus fueros por Felipe II), de Cataluña y del Pais Valenciano. Los Borbones se titularon “Reyes de España” y el escudo se redujo a las Armas de Castilla.

 

La evolución general del Siglo XVIII fue acrecentando el centralismo, en aras de la llamada “Unidad de España”. Por otra parte, la dinastía – con su política francesa de despotismo ilustrado- fomentó la primera revolución industrial, que se difundió preferentemente por las ciudades de los países periféricos: Valencia, Málaga, Cádiz, La Coruña y Bilbao. De ésta suerte, hacia 1760, los países del litoral superaban a los países del interior en población, recursos y nivel de vida.

 

Tampoco cambió la situación para Castilla con el siglo XIX, que comienza con la invasión Napoleónica y la consiguiente guerra contra el Imperio francés; guerra en la que los castellanos, al igual que otros pueblos de la península, dieron pruebas de un generoso patriotismo, y en la que, una vez finalizada, se pusieron tantas esperanzas en la modernización de nuestras ciudades. Fernando VII y su persecución a los antiguos combatientes y patriotas contra el invasor francés por su generalmente, impregnación de ideología liberal, dara al traste con todas aquéllas esperanzas. A su muerte se sustituye el absolutismo anterior por el liberalismo; la nueva ideología no escapa tampoco, mas bien se acrecienta, a la concepción centralista-españolista del poder. En el campo del pensamiento, observamos éste en el Krausismo que con su creación cultural – La Institución Libre de Enseñanza-, políticamente nacionalista-españolista y teorizantes de un credo “castellanista” que tendía a confundir, intencionadamente, Castilla con “España”. En el terreno practico, la desamortización – tan necesaria como mal hecha – acabó por agravar la depauperada economía agraria castellana, cambiando simplemente de manos la propiedad de las tierras: de la iglesia, pasaron a las clases económicamente fuertes (latifundistas, aristócratas y burgueses), y lo que es aún pero y quizas menos conocido, deshaciendo en muchas ocasiones, el patrimonio comunal de ayuntamientos y tierras concejiles. El siglo XIX con sus guerras, contra los franceses, y contra los carlistas y éstos contra los liberales, supuso para Castilla una auténtica involución, fundamentalmente económica, estudiada escuetamente, en el artículo de Nicolas Sanchez Albornoz:” Castilla en el Siglo XIX: una involución económica”

 

 

Comparte este artículo: